Agosto, 3.7

Hoy Domingo 3 de Agosto, primer Domingo de mes, las calles de nuestra ciudad se llenan con una multitud de 50.000,100.000, 150000 personas, es lo mismo, un tremendo gentío con motivo de la procesión del llamado Cristo de la Victoria, antiguo Cristo de la sal. Lo descienden de su altar y es paseado en procesión triunfal presidida por el gobierno local. Día del disparate retórico y de las barrocas frases vacías. Se pregunta el alcalde por las razones que llevaron al Cristo a escoger a Vigo, entre tantos destinos posibles, se escriben sesudos artículos sobre la teología del crucifijo y plúmiferos sin licencia hablan del Cristo victorial y de la correspondencia biunívoca entre la ciudad y la imagen. Prohombres locales pronncian discursos que hablan con seguridad de lo que espera al creyente en el Paraíso. De año en año todo se mueve, hay avances y retrocesos, solo la festividad del Cristo de la Victoria permanence inalterable, anacronismo inexplicable en la sociedad de democracia avanzada que se dice habitamos. El único cambio producido, que yo sepa, es el cambio de nombre, de Cristo de la sal a Cristo de la Victoria, parece que la victoria sobre los franceses en el tiempo de Napoleón, aunque en el subconsciente de algunos será la “Victoria de la Cruzada” de 1936.

Con esta referencia en su nombre a la victoria se situa al Cristo en la línea de las epiclesis divinas guerreras y de los santos soldados como Santiago Matamoros, y a los que se conceden todavía hoy títulos de capitán general y honores militares.

Me asombró siempre la confusión indiferente del común de los cristianos en torno al binomio Jesús/Cristo. Y sin embargo…

El humilde Jesús de Nazareth, el dulce maestro, que al ser ejecutado se lamenta al Padre por su abandono y que quizá un momento duda del “reino que no es de este mundo”, ha sido transformado por Pablo que extrajo de él el Cristo triunfante en su resurrección. Y sobre bases paulinas la iglesia oficial y jerárquica, maquinaria terrible desconocida en el mundo antiguo, ha utilizado al Cristo como máscara de proa en su lucha para aplastar a sus enemigos y lograr el poder político. Una ejecución banal en una provincia periférica del imperio fué convertida en un acontecimiento cósmico que afecta a todos los humanos, culpabilizados con la culpa del pecado original, la cual ha sido asumida por el sacrificio del hijo de Dios cuya cruz se extiende sobre toda la humanidad. Como dice un texto gnóstico “Cristo ha venido para crucificar al mundo”. Y así frente a un acontecimiento de este calibre no es posible la indiferencia, la indignación o el desprecio, sobre todo si tenemos en cuenta que éstas parten de una humanidad considerada por culpa de Adán culpable. La alternativa a la fé son 1500 años de persecuciones y muerte que continúan aún hoy en parte de la tierra del Islam, ese bastardo del monoteísmo anterior.

No ha esperado la iglesia al volveré del apocalipsis de San Juan, ni al fuego prometido del infierno, el volveré de la iglesia ha sido inmediato, como el de McArthur en Filipinas en 1942. No ha habido hoguera encendida, horca alzada, golpe de hacha o espada

acuchillamiento o matanza debido a intolerancia religiosa en la mayoría de los cuales la cruz no haya ocupado un lugar privilegiado.  Los sufrimientos inflingidos al Hijo del Hombre han sido devueltos centuplicados. El sacrificio de la cruz genera una deuda que no cesa aunque hoy en occidente pueda suponer solamente en el peor de los casos, prisión o multa. Y lo que es peor, esta represión con frecuencia no ha distinguido a los creyentes de los infieles y herejes pues está dicho que el cristiano debe sufrir y que debe completar las aflicciones de Cristo. Los que rodean al Cristo de la Victoria no saben bien a qué señores sirven, señores de una religión triste que fué la primera en preocuparse y en legislar sobre los “aidoia” y que según la variedad de avatares pueden hallarse entre las víctimas del fuego o entre los verdugos que manejan la espada, y siempre entre los que han despedido a la razón de su posición rectora y que danzan felices en la ebriedad del delirio.

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