AGOSTO, 29

Cuando uno vive una gran idea o una gran pasión o se halla inmerso en una obra que es como un destino, todo lo ve a su luz y nada teme. Yo siempre pienso la vida mortal y no me preocupa el hecho material del morir. Incluso el saber de morir en una situación o fecha concreta no impide que la vida se te ofrezca en una duración de la que no forma parte la banalidad del cese efectivo de la misma.
Traduzco unos versos del poeta letón J. Rainis, contenidos en su poema “Vieniga zvaigzne” (Estrella única) que vuelan en la misma dirección:
<<Estrella única. Y sabes, la más alta idea. Ella no conoce piedad humana. Quien en sus fuegos se quema, no pregunta si va a perecer, ni a sí mismo ni a otro observa. Alrededor todo es obscuridad para él, salvo una estrella que parpadea”.
Siempre he sentido una gran atracción por la cultura y la historia de los países bálticos, Estonia (de lengua urálica) y Letonia y Lituania (de lengua báltica). Diminutos en número, llegados al borde de la extinción en su lengua y cultura pero que hoy renacen, pueblos como los livos, habitantes de la costa letona, de lengua cercana al estonio del sur y una de las joyas preferidas de la uralística. Por una convivencia milenaria con los letones ha influido en el letón y, sobre todo, este en el livo, influencia que se extiende abundante en el léxico y la morfología e incluso en la sintaxis por lo que el livo, no obstante sus escasos hablantes, es de un interés enorme para la lingüística.
Los ciento sesenta y tantos mil kilómetros cuadrados que ocupa la superficie de los países bálticos han sufrido en los últimos novecientos años una historia compleja y atormentada, causante de destinos muy diferentes que al final confluyeron trágicamente. Las actuales Letonia y Estonia han ido juntas, frente a la historia diferente de Lituania. El primer poder demoníaco con el que se enfrentaron las tribus de aquellos territorios fueron los caballeros-misioneros alemanes agrupados en la orden de los portaespadas y en la orden teutónica que en los siglos XII y XIII, con el pretexto de la evangelización, conquistaron y explotaron sus tierras. Siempre la cruz como máscara de la ambición e instrumento, en este caso, de incorporación al orden germánico hanseático. Alemanes y escandinavos en una primera fase fueron los invasores que subordinaron a los bálticos, relegados a un estatuto inferior. Tallin, la capital de Estonia, por ejemplo, fue fundada por los daneses, eso significa su nombre, ciudad de los daneses. Mientras tanto, Lituania no miraba al norte. Católicos como los polacos, los lituanos construyeron a partir del siglo XIII una entidad política que contuvo el avance alemán hacia el este (Drang nach Osten). El Gran Ducado de Lituania (Lietuvos Didžioji Kunigaikštystė, LDK) se extendió hacia el este y hacia el sur en tierras esclavas después de vencer con gran victoria el Príncipe Mindaug a los caballeros de la orden de los portaespada en Šiauliai en 1236. Después, la unión personal bajo Jaguellón (que evangelizó a su pueblo) de lituanos y polacos que aplastaron a los caballeros teutónicos en Grünwald (Žalgiris, Monteverde) en 1410, bajo el mando de Vytaut. Desde Jaguellón los grandes príncipes lituanos eran al mismo tiempo Reyes de Polonia, unión que se fortaleció por el Acta de Lublín de 1569 que oficializó el destino común de ambos pueblos. En apogeo de su potencia el dominio polacolituano se extendía desde el Báltico al mar Negro, ocupando Bielorrusia, gran parte de Ucrania y partes de Rusia.
Fueron siempre Polonia y Lituania tierras de tolerancia. Todas las religiones eran bienvenidas, con tal de atenerse a métodos pacíficos y todos los perseguidos, empezando por los judíos, eran bien acogidos. Era tal el número de judíos en Vilnius, la capital lituana, que en el siglo XIX era designada con el nombre de la “Jerusalén del norte”. Todo esto se acabó a fines del siglo XVIII con los repartos ejecutados por Prusia y Rusia. Ésta al final del siglo XVIII se había apoderado de toda Letonia y de Estonia, después de vencer a los suecos.
Incorporados los países bálticos (y Polonia) al Imperio Ruso hasta el fin de la Primera Guerra Mundial, sus efímeras independencias se vieron truncadas por la tercera aparición en su historia (y esperemos que sea la último) de los tradicionales poderes demoníacos en su avatar más terrible: la Alemania nazi y la Rusia de Stalin. Los espantosos sufrimientos ocasionados y su desenlace son conocidos de todos. Esperemos y deseemos con todas nuestras fuerzas que dure en paz y armonía esta Unión Europea de todos sus pueblos, grandes y pequeños, ejemplo para el mundo de paz y tolerancia.
Y no obstante lo sufrido, letones y lituanos aman cantar. Un autor dice que parece que Lituania ha cantado siempre, en la tristeza y en la alegría. La riqueza y variedad de estas canciones populares es inmensa. Lo mismo ocurre en Letonia donde se han recogido más de un millón doscientas mil canciones. El propio himno nacional letón “Dievs, svētī Latviju!” (Dios, bendice a Letonia) hace referencia a esto. Traduzco unos versos del mismo, si bien desconozco si ha habido modificaciones posteriores: “Dios bendice a Letonia, nuestra patria amada. Bendícela, bendice a Letonia, donde florecen sus hijas, donde sus hijos cantan. Déjanos ahí bailar en la alegría, en nuestra Letonia », que así sea. Y que las zarpas de la bestia, siempre renacida, no vuelvan a hollar estas tierras benditas ni a obstaculizar su canto.

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