El periódico y la carta están emparentados. Aves de papel, tal el águila y el gorrión. La evolución tecnológica ha conducido a la práctica desaparición de la segunda sustituída por los mensajes emitidos desde los móviles que sin embargo no pueden hacerse cargo del rico contenido de la epístola. Un género literario milenario, cuyas funciones no las cumplen los otros géneros, se ha extinguido. Y con él las emociones suscitadas por la visión de su blancura acurrucada en el nido del casillero, portadora quizá de amor o de esperanzas, también de decepciones. No tengo dudas de que también desaparecerá el periódico, en un plazo más o menos largo, y la ocupación por lo diarios digitales de su nicho ecológico, los cuales, sin embargo, ofrecen la posibilidad, como otros medios digitales, de una opinión independiente frente a la prensa periódica, dominada en general por familias y grupos conservadores de todo tipo.
No veo diferencia en España entre la prensa local y la llamada nacional. En realidad toda la prensa es local, empezando por la de Madrid que goza de la ventaja de ser la prensa de la capital pero ciega a la plurinacionalidad del país y a las diferentes culturas nacionales y atenta solamente a las vicisitudes del poder central y a la cultura de la Nación española vista como la única relevante del Estado, eso sí, pasada por el filtro del localismo madrileño.
Si los gallegos de Nación examinamos la prensa gallega, el panorama es desolador. Prensa conservadora dominada por sociedades familiares o por una cadena de ámbito estatal, que reproducen en los medios el bipartidismo PP/PSOE, es decir, una reproducción del sistema político vigente hasta hace poco y prematuramente enterrado. Por supuesto en los periódicos de Galicia brilla por su ausencia una visión de la Nación y del Estado español que pueda guiar un futuro complejo. Localismo exacerbado, sumisión al pensamiento centralista de la cultura oficial, nómina de colaboradores foráneos, que publican artículos de opinión reproducidos en docenas de periódicos del Estado y ajenos a los intereses gallegos, lo que conlleva el silenciamiento de las voces interesantes y pareceres críticos del país. Los nombres de estos medios, si se presta atención a su contenido, estarían mejor representados por sus antónimos: El Progreso/Lugo Inmóvil, La Voz de Galicia/El Silencio de Galicia, Faro de Vigo/El Calamar de Vigo (por la tinta que emborrona u oculta).
Y es indiferente que los propietarios sean sociedades familiares o cadenas de ámbito estatal ante el sesgo conservador dominante. La Voz de Galicia presenta la originalidad de un editor cuya misión es guardar el ideario fundacional y vigilar que los periodistas no se desmanden. Ese mismo editor, en ocasiones que juzga importantes, publica declaraciones rimbombantes, dirigidas al país y cuyo manifiesto ridículo no impide su glosa admirativa por los correspondientes subordinados.
El Faro de Vigo, perteneciente ahora a una cadena estatal, antes a la familia fundadora, no tiene una historia particularmente gloriosa, a pesar de los esfuerzos de un exdirector que ha construido una historia, digamos mitológica del mismo. Según la misma, el periódico sería el esposo de la verdad desde su fundación, todo acontecimiento habría sido recogido por el diario de forma que “lo no reflejado en el Faro no existe”. Se cae en el más profundo ridículo cuando se afirma “la unión indisoluble” del Faro de Vigo y del escritor Álvaro Cunqueiro, no solo porque aún hay testigos de lo que, por otra parte, son las mezquindades habituales entre una empresa y el escritor que en ella trabaja, sino, sobre todo, por lo absurdo de poner en fraternal unión a la avaricia capitalista y al espíritu poético.
Y en cuanto al reflejo de la verdad…. Salvados los largos años de la dictadura, los principales diarios, tanto La Voz como el Faro omiten en sus páginas la información generada por sus rivales. Por ejemplo, una reciente visita del editor de La Voz al Ayuntamiento de Vigo no mereció línea o imagen en el Faro. Y lo mismo sucede en La Voz. Y siempre en ambos la información conservadora y deformante al servicio del sistema. La peculiar relación del “Faro de Vigo” con la verdad empezó ya poco después de su fundación en el siglo XIX. Su tratamiento de un acto político en el que estuvo presente el poeta Aguirre mereció el reproche generalizado de los demás medios de la época. Y las cosas no mejoraron desde entonces, empeoraron. El problema catalán ha sido un acelerador de los pareceres desaforados sobre el mismo, de la frivolidad tertuliana y del insulto, no solo en el Faro, si no en el conjunto de la prensa gallega. En el primero, por ejemplo, plumíferos incultos, que se ven como escritores en su particular espejo, adoban sus noticias gastronómicas con calificaciones de psicópata al presidente de la Generalitat, sin vergüenza alguna y con el beneplácito del periódico que censura, sin embargo, lo que no esté de acuerdo, sin fisuras, con el discurso centralista dominante, o juzgue antisistema. Y ya que hablamos de sistema, éste es cualquier cosa, pero no hay duda de su eficacia en la defensa de sus intereses. Mantiene así, en sus páginas de opinión, colaboraciones de escritores de izquierda, en un aparente ejercicio de pluralismo informativo pero que no es tal. Así el Faro de Vigo, con la publicación de los artículos del escritor X. L. Méndez Ferrín. A la luz de una lectura de los mismos, de contenido político, se ve claro que el especial punto de vista del autor en el tratamiento de la política beneficia al sistema al desprestigiar a la izquierda ante el lector corriente y sin especial formación. Un botón de muestra se puede ver en el Faro del 9 del corriente mes de septiembre que publica un artículo de dicho escritor titulado “Hong Kong”. Las afirmaciones contenidas en dicho artículo, prescindiendo de la calidad formal de la escritura, no pueden ser el objeto de una crítica mínimamente seria, pertenecen al ámbito de la fantapolítica. “República Comunista Chinesa”, “Proletariado Dominante”, “Mulleres chinesas de Sinkiang”, “Taiwán na sombra da caverna platónica”, “A CÍA foi por Tibet”, “O seu xadrez internacional de esquerda” (El Chino), “En Hong Kong hai contra-revolución permanente procapitalista”, “Xoves chineses con corazón e faciana xaponesa”. Particularmente lamentables son la ocultación de la represión china de los turcos uigures del Sinkiang (unos diez millones) y de los tibetanos y de las políticas genocidas de sus milenarias culturas. Los uigures (cuya lengua es muy próxima al Uzbeco y no demasiado alejada del turco de Turquía) fueron ya letrados y administradores del Imperio gengiscánida. Hablar de mujeres chinesas de Sinkiang no tiene sentido pues son las integrantes de emigración masiva y reciente china (y no musulmana) a Sinkiang para alterar el equilibrio demográfico. ¿Cómo se van a poner el velo islámico esas chinas? (velos enviados por el Imperio americano según el autor que nunca escibiría de “mujeres españolas de Galicia”). Omito sus desagradables insultos y descalificaciones sobre el Dalai Lama y la cultura tibetana, ejecutadas con el peor estilo estalinista que al parecer sigue vivo, casi setenta años después de la muerte “del padre de los pueblos”. ¿Cómo es posible escribir con tanta frivolidad y tanta falta de verdad de estos asuntos después de todo lo que sabemos? Se ve que no vale de nada ser un buen escritor y un profesor informado como vacuna contra el fanatismo político. Y si sorprendente es el artículo (que supera los acostumbrados análisis políticos del autor) más sorprendente aún es el silencio crítico, en este caso y en otros semejantes, ausencia, por ejemplo, de crítica literaria en Galicia, que parece permitida solamente con los difuntos, ausencia del diálogo fecundo y de las necesarias polémicas que caracterizan una cultura viva. Ningún escritor gallego está acostumbrado a la crítica y a las escasas manifestaciones de la misma, el silencio es la respuesta (aunque florece la descalificación privada). En fin, Galicia silenciosa, el silencio de la voz de Galicia.