Un verso de Petőfi Sándor, poeta y luchador por la libertad de Hungría contra los austríacos: “Egy gondolat bánt engemet, lassan hervadni el mint a virág” (un pensamiento me aflige, lentamente marchitarme como la flor).
No es, claro está, el pensamiento sobre la muerte lo que atormenta a Petőfi, quien el 15 de marzo de 1848 entona en las escaleras del Museo Nacional el “Nemzeti dál” (Himno Nacional) y se muere en la más tierna juventud en el campo de batalla. Al contrario. Su poesía piensa los procesos de envejecimiento, de deterioro físico, con la paulatina disminución de las facultades físicas e intelectuales y los cuales cosifican al ser vivo volviendo gradual, en vez de abrupta, la aparición del cadáver. Si no es posible ejecutar la melodía de la vida con la dignidad que ésta exige, una decisión se impone, que es simultáneamente una decisión ética y estética: el suicidio romano, al que la desesperación o angustia es lo más ajeno, decisión adoptada con plena conciencia de lo que puede exigir la vida, que se vive como melodía, para salvaguardar la armonía final. Pues los procesos físicos que desembocan en la muerte pueden ser terribles entre los humanos, el ser “más pavoroso” también en este sentido, si no tiene lugar su interrupción.