Nuevas elecciones, el 10 de noviembre. No creo que haya dudas de que siempre fueron queridas por el PSOE. Las ofertas a U.P. lo fueron en modos y tiempos que llevaron al rechazo. Desde el punto de vista del PSOE, un gobierno de coalición con Podemos era muy difícil de pensar, por la sentencia del Supremo pendiente y el temor a la reacción de su “socio preferente”, con el espectáculo de una división del gobierno, inestabilidad y pérdida de eficacia en la acción.
Ahora afronta en funciones dicha sentencia y la reacción independentista contra la misma y seguramente espera P. Sánchez que una exhibición de firmeza en la posible crisis, con aplicación en su caso de medidas duras de control, aumentará sus posibilidades electorales y el abanico de los socios posibles en la necesidad más que probable de un gobierno de coalición.
Realmente hizo bien U.P. en no apoyar con sus votos (y sin nada a cambio) la investidura de Sánchez. Contra lo que se ha dicho, el PSOE los hubiera aceptado encantado, tendría una posición más sólida que ahora y podría llevar a cabo una política de “geometría variable” (así se dice hoy, de manera excesiva). Según las medidas propuestas, contar con el apoyo de una u otra bancada y abrir puentes en relación a la derecha. Y siempre podría convocar elecciones con mejores argumentos que los de la presente convocatoria.
En general, Pablo Iglesias y U.P. no han estado muy acertados en la negociación con el PSOE. Lo primero de todo, empeñarse en un gobierno de coalición que comprometería su libertad de actuación política en relación con Cataluña. Las explicaciones y argumentos de sus dirigentes, de aceptación de las decisiones de una mayoría gubernamental, son incoherentes y absurdas, incluso carecen de la más mínima ética y estética por ir en contra de su ideario político y de lo que defienden sus votantes. Hasta Errejón declaró que en caso de un 155 del PSOE no acompañarían a ese partido. Un típico oportunismo del líder de Podemos que aceptó un veto (aceptación indigna por mucho que la presentase, siempre con melodía histriónica, como sacrificio por la estabilidad del país). Llegado el caso de una grave confrontación con el gobierno de la “Generalitat” está claro que Podemos se desmarcaría del PSOE y provocaría una crisis de gobierno, con salida incluso del mismo. Iglesias no es de fiar.
Era preferible pactar un programa de profundas reformas y con instrumentos para vigilar su cumplimiento. No empeñarse en un gobierno de coalición en el cual Podemos tenía todo que perder y nada que ganar. No se puede traer a colación a nivel del Estado el ejemplo, v. g., de Alemania donde conservadores y socialistas, y no solo ellos, están profundamente anclados en el sistema, lo que no parece ser el caso de Podemos. Si no se lograba un acuerdo de reformas efectivas, el PSOE quedaría frente a sus contradicciones y Podemos se abstendría con toda tranquilidad para dejar paso a nuevas elecciones.
El PSOE nunca se hubiera planteado la alianza con Podemos ni calificado de socio prioritario o resaltar el trabajo realizado con él, durante los meses siguientes a la moción de censura, si Ciudadanos no hubiera sufrido la deriva a la derecha conocida y no se hubiera negado a pactar con Sánchez. Siempre fue Ciudadanos el socio anhelado del PSOE con el actual secretario general, un gobierno de dos partidos del sistema, uno de centro-derecha, otro de centro-izquierda, lo ideal. Un gobierno moderado, idóneo para una feliz presentación en Europa. Podemos no fue más que el novio aceptado por despecho, ante el desaire de Ciudadanos. La finalidad de la moción de censura por el PSOE fue solamente alcanzar el poder, poder inalcanzable por vía electoral, visto el declive constante en el número de escaños obtenidos. Instalado en el gobierno era más fácil generar una dinámica que favoreciese al PSOE, como así ocurrió en las últimas elecciones generales y volvió a ocurrir en las autonómicas y municipales. Logrado el triunfo que es necesario matizar tanto a nivel del Congreso (un treinta y cinco por ciento de los escaños, pese a impulsar las elecciones desde el gobierno) como a nivel de comunidades y municipios (poder acrecido por los diversos gobiernos de coalición) y valorar también la importancia de una debilidad coyuntural de la derecha y de su fragmentación, logrado el triunfo, repito, el PSOE muestra su auténtico rostro, como veremos luego. Ya durante los meses previos a las últimas elecciones, y gozando del apoyo de la mayoría que votó la moción de censura, las medidas adoptadas fueron modestas y nada decisivo fue modificado, salvo el salario mínimo y gracias al empeño de Podemos. Las conversaciones con los dirigentes catalanes fueron solo eso, conversaciones y buenas palabras.
Pero por debajo de la marejada que riza el viento, el PSOE tiene una línea constante de actuación, desde la transición hasta hoy. Todo lo demás son anécdotas. Y precisamente un factor distorsionante de la política española es lo que podemos llamar la esquizofrenia del PSOE, el abismo entre el PSOE – partido del gobierno, y el PSOE – candidato electoral y en general, entre su práctica real y la imagen ofrecida por su propaganda. Y cuando hablo de PSOE y de su constante rumbo no hablo de un número mayor o menor de sus militantes que están o pueden estar a la izquierda de sus dirigentes, sino de éstos, de sus cúpulas a todos los niveles. Preguntaba recientemente un político en el Congreso, cuál sería el PSOE con el que se encontraría. La respuesta es fácil, con el PSOE de siempre, con el PSOE profundo, pilar inamovible del sistema, en unión de los conservadores. A los militantes de la izquierda, a los ciudadanos honestos e idealistas siempre decepcionará y traicionará el PSOE. Los líderes del mismo, desde el fin del franquismo han eliminado y marginado a sus pocos políticos dignos del nombre de socialistas y todo el mundo conoce lo ocurrido con las proclamas del partido en el comienzo de la transición.
Cuidado, de lo dicho no cabe deducir una identidad de la galaxia conservadora y el PSOE (según grita la conocida consigna). No. Es un grave error y con graves consecuencias esa identificación. Pero es preciso tener claro lo que puede ser exigido al PSOE. Desde la izquierda, poco, aunque importante en materias de libertad de expresión, educación, sanidad, feminismo y dependencia. Pero si hacen falta medidas enérgicas para limitar los abusos de las eléctricas, banca y otros oligopolios o imponer definitivamente el laicismo (lo que supone enfrentarse a la Iglesia universal) o pensar y articular la plurinacionalidad del Estado, el PSOE desaparece. Una cosa, como ya dije, es el PSOE electoral, con la mirada enrojecida por el deseo de poder, la camisa remangada de Camarón, puño cerrado, a veces, canto de La Internacional (lo que es increíble) sus apreciaciones de los poderes fácticos y sus presiones (Sánchez Dixit), su alma republicana. Y otra, instalado en el poder, el encorbatamiento de ejecutivo responsable, las puertas giratorias, el “business friendship” de Sánchez, el amigo americano, el progresismo de avanzar en la circunferencia, la defensa de una mítica nación española y de una constitución” que nos hemos dado entre todos” y el paso de un juancarlismo no monárquico a defensor de una monarquía parlamentaria “que ha asegurado a los españoles algunos de los años más felices de su historia”.
Por eso la izquierda debe tratar al PSOE como lo que es y será siempre: un partido de centro, es decir, de derecha moderna y progresista, muy alejado de la social democracia, próximo a Ciudadanos antes de su reciente evolución. A su derecha, toda la derecha conservadora del PP y hoy, Ciudadanos. Dicho al paso, fuera de la coyuntura política PP y VOX son lo mismo. El PP, una derecha reprimida, y VOX, una derecha desinhibida, por haber visitado al psicoanalista.
Un psicoanálisis le vendría también al PSOE para que pudiera cancelar esa imagen que tiene de sí mismo y con la que se presenta, que no todo en ella es mentira cínica y engaño consciente sino una falsa autorrepresentación. Verían así el carácter mítico de la historia de su partido desde la transición, en su momento el más corrupto de la historia española con la dirección de la Guardia Civil, el BOE, el Ministerio del Interior, Filesa… Infectados una avalancha de lodo sobre el PSOE y las instituciones. Por no mencionar el GAL y la guerra sucia contra ETA, con sus secuestros y asesinatos, sus episodios de cal viva e indultos a los asesinos de Intxaurrondo. Reciente Felipe González declaraba sobre los “horrores” de la Venezuela de Maduro y los comparaba con los de la Alemania nazi. “Nadie podrá alegar en el futuro que no sabía nada” añadió. Pero él mismo alegó ignorancia sobre el GAL, imposible ignorancia por cierto. Luego las “puertas giratorias” y el enriquecimiento de los líderes del PSOE, empezando por Felipe, manipulación y reparto de puestos con el PP, del consejo del poder judicial y del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional: sobrevolemos la corrupción del PSOE cuando toca poder (v.g. Andalucía) su incapacidad, ya aludida para avanzar en el laicismo, para derogar las leyes de reforma laboral y “mordaza” para impulsar la reforma de la justicia, para poner orden en la problemática de la inmigración (simplemente, para la retirada material de las llamadas “concertinas”). La lista de asuntos pendientes es inacabable.
Pero es que, además, esta falsa auto imagen tiene graves consecuencias, impulsa al PSOE a buscar aliados donde no los puede encontrar y a rehuir a los que podrían ser sus socios. Ésta es una de las fuentes del bloqueo político. Qué sano para la salud política del PSOE, (y para los ciudadanos en general) que se atreviera a salir del armario y aceptara sin reservas lo que ya todos conocen, su “sexualidad de derechas”.
Un terreno muy importante, de importancia decisiva en los próximos meses y en los años que vienen para el país es la cuestión territorial, protagonizada hoy por Cataluña, mientras otros actores esperan entrar en la escena. Cualquier observador imparcial, vivido y estudiado el país, reconocería la existencia en España de naciones varias, amén de alguna en formación. No es necesario enumerarlas. Una tectónica de placas, hablando metafóricamente, que produce terremotos políticos (y no sólo políticos) en la articulación constitucional de Estado y en las sociedades peninsulares. La Constitución “que nos hemos dado los españoles” ha obviado la geología política de la Península. Las placas chocan entre sí (la placa catalana con la española) o montan sobre otra (la placa vasca sobre Navarra) con los consiguientes accidentes geopolíticos. Edificar sobre un paisaje geopolítico negado, no puede servir de base para estabilidad jurídico-política alguna, es aceptar devastadores fenómenos en el futuro que ya ha empezado. Sin embargo la derecha (monolítica y sin contradicciones en su constante rechazo a la pluralidad nacional del país) y el PSOE niegan esa realidad geopolítica. Sí, el PSOE también, no menos firme que PP, VOX, o Ciudadanos, pese a una historia retórica que ha transcurrido de más a menos, defensa de la autodeterminación al comienzo de la transición, negación posterior de la existencia de ese derecho, LOAPA, hasta llegar al actual secretario general (nación como sentimiento, nación cultural, alguna vez, casi en voz baja, reconocer una plurinacionalidad con letras minúsculas, subsumida inmediatamente en una nación de naciones, que no se conceptualiza, enorme contradicción y mayor tontería, que implica una nación adulta, España, llevando de la mano a unas tiernas naciones infantiles, sin voz ni voto en el concierto de los mayores, nunca una nación como Cataluña al lado de una nación española, en plano de igualdad dentro de un Estado que articula la pluralidad de naciones.
Derecha y PSOE están de acuerdo en esa visión mítica de una única nación española, de una única historia española y de un castellano hegemónico que tolera mal y no reconoce en su total dimensión los otros idiomas nacionales, incluidos sus españoles diferentes. Visión para mayor inri filtrada por Madrid, el supremo indio jíbaro que reduce y jibariza cualquier atisbo de complejidad para saborearla, diluida.
La derecha (a estos efectos no es necesario mencionar expresamente al PSOE) niega que haya un problema político entre el Estado y Cataluña, sería reconocer la tectónica de placas, solamente un problema de convivencia entre catalanes, irresponsables y alocados ciudadanos que necesitan la vigilancia del Estado y su corrección por la ley.
Coherentemente, Sánchez, Rivera y Casado (por personalizar en los líderes la corriente que navegan) afirman que los derechos no se predican de los territorios (una contradicción incluso con el ordenamiento actual autonómico) sino de los ciudadanos libres e iguales. Una posición dentro del liberalismo que ya ha sido abandonada por los mejores teóricos del mismo que reconocen que donde hay espacios políticos cualitativamente diferentes, el único ejercicio posible de los derechos individuales es en el marco nacional, desde el reconocimiento de derechos colectivos que modulan, enriquecen y diferencian sus derechos civiles, la libre expresión en su lengua nacional, el alcance de su voto… únicamente posibles en un Estado propio.
Pero la derecha piensa que habita en espacio cualitativamente diferenciado como español, por ello no ve sentido alguno en plantear y reconocer un problema de derechos nacionales. Con el reconocimiento de los derechos individuales de los ciudadanos ha sido superado el franquismo y la dictadura, ha llegado la democracia. Permanece ingenuamente (o no ingenuamente), con más de doscientos años de retraso, en el horizonte de la revolución francesa (libertad, igualdad, fraternidad, usadas como martillo sobre las bretañas de la época en Francia) que ha conducido al casi ahogamiento en la “République”) de las identidades nacionales (pero, pese a quien pese, esa no es afortunadamente nuestra historia).
Y así cuando se intenta ejercitar por los ciudadanos sus derechos colectivos se dice, como en el franquismo, que cada uno puede pensar lo que quiera (curiosa defensa del pensamiento eunuco, carente de virtualidad práctica) pero ojo, se comete delito si con la acción se infringe la ley, una ley democrática que niega los derechos colectivos como la ley dictatorial, los individuales. En ambos casos, para el poder y los tribunales hay delincuentes donde en realidad solo hay presos políticos. Y reflexionemos que la naturaleza parcialmente dictatorial de la constitución no se limita al no reconocimiento de los derechos colectivos de los diversos nacionales y a la represión de su ejercicio, sino que todo el conjunto de los derechos civiles individuales resulta afectado y contaminado por la represión porque, como fue ya expuesto, los derechos individuales de los ciudadanos no se ejercitan en el vacío sino en un marco nacional determinado, no se pueden aislar unos de otros. Se extiende así una legislación que recuerda tiempos pasados (por ejemplo, la Ley Mordaza), se multiplican ridículos delitos de odio y ofensa a sentimientos religiosos e instituciones, florecen con vigor una legislación antiterrorista con una interpretación expansiva y desproporcionada de lo que es terrorismo y con penas de cárcel desmesuradas (Alsasua), sobre todo un conjunto de decisiones y de prácticas, administrativas y judiciales que comprometen gravemente la vida política de los ciudadanos (“no se meta en política” diría Franco) y que deterioran, no menos gravemente, la democracia.
Tengamos en cuenta que hoy, en lo que se llama, complacidamente, aldea global con la revolución tecnológica digital y las comunicaciones instantáneas, el uso de la fuerza dictatorial para controlar una sociedad es algo arcaico y a medio plazo, ineficaz. Mucho más sutil y con resultados mejores y permanentes, es la represión disfrazada de aplicación de una legislación democrática, acompañada de la enorme capacidad de manipulación al alcance hoy del poder, de sus poderes, unánimes en la defensa del sistema, apoyados en la misma por la inmensa mayoría de los medios audiovisuales de todo tipo, miembros reconocidos, o que aspiran a serlo del sistema.
Por eso hay que reaccionar y decir bien claro, como decía el secretario general del PNN “que ni por el forro somos españoles” somos gallegos, catalanes, vascos… con nuestras culturas y lenguas, catalán, vasco, gallego y nuestros españoles diferentes, con nuestras propias historias, todo ello define nuestras identidades y aspiraciones nacionales. Lo que no implica automáticamente la independencia, la posibilidad de una Confederación existe, a través de la cual canalizar, que no impedir la presencia directa en Europa de nuestros Estados nacionales y de sus intereses irrenunciables.
Y el corolario resulta la ajenidad de una cultura de base castellanoandaluza, destilada en Madrid, de una historia y un castellano particulares que si se imponen a la generalidad convierten a la España oficial en una “cárcel de los pueblos” o, si se prefiere (aunque no pienso que lo anterior sea pura retórica) en un juez de vigilancia que mantiene a las naciones en detención domiciliaria, como “idiotas” en el significado griego, lejos del ágora, de la plaza pública.