SEPTIEMBRE, 23

Más sobre la casa museo de Álvaro Cunqueiro en Mondoñedo y sobre cuya musealización opiné en una entrada anterior. En una reciente ocasión me decía una prima vasca, Rosa, que la visitó en el curso de un viaje, acerca de la importancia de la cocina si se quiere mostrar la vida o ambiente cotidiano de un escritor que habitó largos años, en una atmósfera tradicional, casi de antiguo régimen, un pequeño pueblo. Y justamente ese espacio que fue cocina se halla cerrado. Cerrado, por haberse clausurado el inútil restaurante incluido en el museo y en el que se prepararían los platos servidos por el mismo.

Tiene toda la razón. Esa cocina tuvo una importancia extraordinaria en la vida cotidiana de Cunqueiro, en unión del faiado en el que soñaba, con los ojos en el bosque de Silva, y escribía. Es paradójico que los dos espacios esenciales, cunqueirianos hasta la médula, hayan sido tan maltratados por la ignorancia insensible, uno cerrado y el otro, falseado. Recuerdo los largos años de los cuarenta y cincuenta y después, intermitentemente, en sus temporadas en Mondoñedo, la utilización cordial y cálida de la amplia cocina, lugar también de las comidas cotidianas y de las sobremesas y de las visitas de confianza.

El horno de leña, con los vapores de la madera de carballo, un patíbulo de jamones y tocinos colgados del techo, entreverados de greas de chorizos y chanfainas.

Mi padre, cómodamente instalado detrás de la mesa observaba atento las diversas operaciones que ejecutaban las mujeres de la familia y las diferentes criadas o ayudantes temporales, incluidas las diversas preparaciones de la carne del cerdo casero, consecutivas a la matanza. Siempre había algún crego o canónigo ilustrado sentado a la mesa y el rumor de la animada conversación rimaba bien con el del hervor del caldo o del guisado.

Comiendo un día, ruidosos, mi padre reclamó silencio. Por la radio se anunciaba el lanzamiento del primer satélite humano, el Sputnik ruso. Emocionado, oía el “pi, pi, pi” del mismo. Seguro que pensaba que su imaginación, la de Julio Verne y la de tantos otros tenía ya un compañero de viaje que la confirmaba. En un artículo defendió al nobel italiano, el poeta Quasimodo, cuando éste elogió el éxito tecnológico de la URSS y fue atacado por los anticomunistas. Quasimodo, en una cordial carta, agradeció el apoyo recibido. Todo esto ha sido ya publicado.

Muchos años más tarde relacioné aquella cocina con humos y nieblas de una vida muy antigua, hoy ya desaparecida entre nosotros, que envolvía y servía de fondo a la más avanzada tecnología del satélite, con ciertos ambientes de Los Ángeles de “Blade Runner”.

Pues bien, todo esto tenía que estar recogido en paneles explicativos y mantenida en lo posible la atmósfera tradicional de la cocina (que era mucho más que una cocina) con ayuda del correspondiente aparato fotográfico. Y lo mismo vale para la buhardilla, como escribí en una entrada anterior.

Así resulta que el fracaso de la casa museo es total, un naufragio vergonzoso por la destrucción de su alma que expresaban los dos espacios esenciales. Pero si está escrito que la tristeza no cesará nunca, tampoco acabará la ignorancia y con unos resultados mucho más devastadores.

Votre commentaire

Entrez vos coordonnées ci-dessous ou cliquez sur une icône pour vous connecter:

Logo WordPress.com

Vous commentez à l’aide de votre compte WordPress.com. Déconnexion /  Changer )

Image Twitter

Vous commentez à l’aide de votre compte Twitter. Déconnexion /  Changer )

Photo Facebook

Vous commentez à l’aide de votre compte Facebook. Déconnexion /  Changer )

Connexion à %s