Poemas
V Elvira
Es imagen antigua, centenaria, Fotografía de alguien de mi sangre, Niña todavía, vestida en blanco Ceñido a medio brazo y celosía De bordados que cubre las rodillas, La ternura se afirma ante el andar Reciente. Máscara de nieve el rostro, Óvalo de un saber secreto, fuente Para mis preguntas, entre torrentes De rizos negros. Es más que un retrato, Es dónde escucho la voz de mi estirpe. Reiteraron tu nombre con mi madre. Elvira!, en afirmación de vida, Puente sobre el vacío de la ausencia, Herida dolorosa en la familia. Pero también un saber la unidad De ambas existencias, la necesidad De satisfacer a los años breves, Bajo la luz, de la primera hermana Que exigían persistir, duración, Y así encauzar la sucesión del tiempo. La casa lo supo ayer, hoy fatal Destino, lo sé yo. Herencia vuestra Que me alcanza y designa sin opción, Fatigar la memoria de las aguas Que nos bañan, restaurar el espejo De los quebrados espejos del río, Su claro fluir, cancelar la niebla, Es la tarea. Os miro, te miro, Desde el alba y en las horas del día, Breves, largas. Todo es inevitable Encuentro, encrucijada conversada. Vemos en los ojos que un mismo mundo Nos alberga. Respiramos rumores, Sueños, voces venidas de muy lejos. Lo que está decidido, desconozco Ni por quién. No importa. Materna lengua Me interpela constante y solicita Como guardián que soy contra el olvido, Enriquecer la posesión antigua. Firme llevado, lento voy ganando El parecido, la mirada propia Que en nosotros florece y se despliega, Ya ocupo mi lugar a vuestro lado. Pastor de la casa, veloz galopo Sus caballos. Descansad, es mi turno, Por mi voz habla ahora la familia. Aguardo tu mirada, vuelto imagen. Quién eres, no lo sé. No sé si existes, La sucesión la encontrarás dispuesta Si sientes, escogido, la llamada.
VI El sueño de Teresa V.
Una ventana oscura en el barco de la noche, Hundida en el reposo de un sueño sin luces, Ciega a la luna, rueda visible del carro invisible Que derrama su carga en suave incendio. Al fondo, muy lejos de los caminos del cielo, La llanura de un mar de piedra, No ondula su calma la brisa nocturna, Ancla el barco de la noche con abrazo inmóvil. Silencio. Ni presencia alguna. Pero si rasgas el frágil tejido del velo, Si la luna golpea la piedra Y desenvaina el resplandor de sus lanzas, Aparecen sirenas que cantan en aristas duras, Visten de sonrisas, y no ocultan, inocentes, Dientes de sierra y garras agudas. Defienden, el destino lo manda, el haber de la tierra. De pronto, una luz, En la ventana del barco de la noche, Las hojas se abren, alas que vibran, Una mujer en el marco de la ventana, Mármol o pintura en el museo de la noche. Belleza es la delgadez de su altura, Y la pasión del rostro, hoguera Que alumbran los ojos, con fuego de campamento nocturno. Así dice admirada la hora profunda. Un misterio pregunta en ese ser ardiente, Embriagado por un anhelo antiguo, Vuelo de ave, camino de luna a la que llama hermana, Vencer, hada de la noche, los lazos terrestres. Despliega sus brazos, se adelanta, Ensayo de arrumbar inútil nido, Casi una sombra, asomada a las ondas del aire. La noche extiende tapices de magia, El mar de piedra palpita y asciende, Las sirenas llaman con dulces cuchillos. No, no hay brazos que retengan el talle de Teresa, No están los míos, no estorban los vuestros, Pasajeros sumidos en sueños distantes. Eres libre Teresa de incendiar el aire, Ángel sin peso, en busca de flores que habitan muy altas. Tu danza, sin apoyo en el suelo, detiene a la luna, Tu mirada brilla con tesoros sin nombre Que nombras por vez primera, Oprimen tus dedos frutas azules de jardines no hollados Y el rocío humedece tus labios. Un sueño imposible se ha hecho posible, Concedida la suerte del deseo más hondo. La tierra, sorprendida, retrocede un instante, Ante esta hija, vuelta familia del éter, Pero sus celos gravitan con fuerza tremenda, El mar de piedra se agita, alterado, Vomita torrentes de olas con filo de hacha, Rugen su canto las sirenas hambrientas. “No serás criatura del aire” Exclaman las voces de abajo “Sino planta, de las más hermosas, crecida en mi seno” A Teresa la acogen los cuerpos más fuertes, el amor más duro. Rota estrella de mar, Flotas, inerme, en aguas de piedra. Se diría que acunas un bien muy querido. Mientras, la sangre sella con rubí muy espeso El pergamino herido de tu estirpe terrestre. Ya no hay luces en el barco de la noche, Ni ventanas abiertas para respirar infinitos, Ya se aleja al alba la clausura oscura, Surge el sol indeciso del cotidiano vacío. Es el poema de un sueño de una noche de agosto, Que duró mil noches. El despertar nos dejó tu ausencia. Imágen brillante de jinete alado galopa, incansable, La memoria, rueda la cabeza del olvido. Historia tan clara no será ofendida.