Desde el fondo del mar, 20.6.20

Una inscripción antigua

Yo, Kúsar Kun.Ke.Í.Ru, servidor
De la casa de los libros, alcé,
En provincia lejana del imperio,
Este recinto para su morada,
Allí donde solo crecen la sombra
Y el silencio, fuera de los caminos
Que visitan la guerra y el comercio

Los años largos de mi vida ardieron
En el fuego del altar, sacrificio
A vuestra luz de extraños inmortales,
Centauros alados, hijos del hombre
Y de la nube que el saber de siglos
Alimenta. Con alegre fatiga,
Cada día, surgieron galerías,
Habitaciones, pórticos, columnas.
Al final, cuando todo fué dispuesto,
Os invoqué en las diferentes lenguas
Propias de los orígenes diversos,
Para habitar la ciudad ofrecida,
Que os acoge por barrios desde entonces.

En cómodo reposo las figuras,
Diferenciados órdenes y clases,
Sobre el misterio de ángulos oscuros
Sobrevuelan brillantes arcoíris,
Color variado en túnicas y mantos
Que causa por doquier un suave incendio.

En los dobles collares de los días,
Y en las perlas que cuelgan de sus horas,
Mis manos que no cesan, acarician
Vuestra cálida entraña desvestida
Y hacen brotar las voces y los cantos
De letras que se acercan, bailarinas,
Desde sus alfabetos prodigiosos,
En juegos malabares que me asombran.

Sediento bebedor del agua escrita,
Una sed que no sacia la bebida,
En embriaguez viví, sin observar
La pleamar de la extensión del tiempo,
La amenaza del Nilo en su crecida
Hasta la superficie indiferente
Y sin historia que cubre el latido
De una antigua esperanza sumergida.

Es el tiempo en que nacen las preguntas,
Angustia, inquietud nunca sentidas.
Borrado el templo y el rumor del culto,
Y el ágil ejercicio del incienso,
En su trapecio, cada vez más alto.
A dónde ireis, divinas criaturas,
Sin los fieles que por saber se inclinan?
 
La dispersión fatal a la procura
De antiguas melopeas y salmodias
Adormideras guardianes de sueños,
No veré. Pero conozco la arena
Y sé del viento eterno que la azota
Y de los restos que hay en lo más hondo
Donde la tierra sin esfuerzo olvida.

Escriba del final, en la piedra dura
He inscrito estas palabras, testimonio
De un instante vivido como eterno
Quitar su dicha no podrá la muerte.