SEPTIEMBRE, 15

Viaje de fin de semana a Mondoñedo con un grupo de amigos que deseaban conocer o recordar la villa y la Mariña. El punto de encuentro fue Lugo donde, después de pasear la Plaza del Ayuntamiento y calles adyacentes, con temperatura muy agradable y sol brillante, comimos a base de pulpo en el módulo de un restorán con forma de barril o pipa. Luego recorrimos la muralla, ya casi libre de casas adosadas, pero aún hay alguna, con sus ventanas próximas y que permiten al caminante apacibles diálogos en los atardeceres dorados.

Siempre gusté de Lugo, lo amé incluso, con su tranquila vida cotidiana de provincias, los paseos por la Plaza Mayor los claros días o, sentado en una terraza, ver en domingo el desfile de la burguesía local engalanada. Era entonces para los mindonienses la gran ciudad próxima donde comprar, recibir atención sanitaria y cursar estudios. La calle de la Reina fue para mí, con seis o siete años de edad, la primera visión de una calle de una gran ciudad, sin parangón con las modestas de Mondoñedo.

Acompañado de mi padre, conocí en los años de Bachillerato, que cursaba por libre, con los exámenes en el instituto lucense, a Fole, Pimentel, Fraguas, Carballo Calero… Recuerdo un fuerte abrazo de Pimentel y su consejo: “Estudia Dereito Hipotecario que é o que da cartos”. También a Manual María y a Uxío Novoneira con quienes bebí alguna cunca y que aparecían periódicamente en la capital descendiendo de lo que pensaba altas montañas. Me fascinaba su energía de jóvenes toros, no domesticados por la delicadeza ciudadana. Un juicio de Manuel María me quedó grabado en la memoria: “Non cambio un verso meu por tódala obra do teu pai”. Me impresioné en su momento, después se me reveló como una insolencia típica de juventud, sin mayor importancia.

Durante el curso de preuniversitario viví en Lugo, durante el curso 1956/1957, en el Hotel Comercio, una magnífica pensión en los soportales de la Plaza Mayor. Por mil pesetas al mes (¡seis euros!) cama y desayuno, comida y cena, excelentes. Éramos poco más de una docena en el preuniversitario de letras y entre los compañeros recuerdo a Mauro Varela y a Karím, ya fallecido, que creo fue presidente del Círculo. Los profesores en general eran magníficos, el temido D. Froilán en Latín, la esposa de Carballo en Literatura, uno de Griego, cuyo nombre no recuerdo, un caballero de blanca caballera, que con sus lecciones sobre Alejandro Magno, despertó una inclinación en mis estudios y lecturas que llegará a mi muerte. Un recuerdo especial mantiene mi memoria para el profesor que examinaba de literatura en el Bachillerato, D. Lázaro Montero, de gran dignidad y saber y que, me parece, había sido represaliado por la dictadura. En general, la majestuosidad de los tribunales de enseñanza media, su puesta en escena, el respeto de los estudiantes y la cortesía y las formas de unos y otros es inimaginable para un estudiante actual, incluso universitario.

Ese año de preuniversitario pasé muchas horas jugando al ajedrez, en el café central y, sobre todo, en el Metropol donde había grandes jugadores, Rubio, Gárate, Nicolás y sobre todo, Rodrigo Rodríguez, subcampeón de España y que había sido veterinario en mi pueblo. Por él conocí las primeras partidas de Roberto Fischer en el Campeonato USA que ganara. Rodrigo estaba entusiasmado.

A media tarde, por la carretera antigua, partimos para Mondoñedo. Pasamos por Villalba, tierra de Fraga, de Rouco, de Villares, pero sin escritores, a diferencia de Mondoñedo, donde abundan, mayores y menores. Debido al aire frío villalbés que aconsejaba la presencia de numerosos tuberculosos para mejorar sus pulmones y como la enfermedad se había cebado en la familia paterna, cuando muy niños, si íbamos a Lugo con la madre o una tía, no nos era permitido descender del autobús de la empresa Cal Pita en sus paradas, para evitar en lo posible al bacilo de Koch. Incluso se nos aconsejaba respirar lo menos posible o con un pañuelo delante de la nariz, dificultando así la acción del enemigo. Solo años después, mozalbete, de capacidad pulmonar sin fisuras, pude patear la villa blanca.

Pasado Abadín, al llegar a las curvas de la carretera que desciende a Mondoñedo, bordeada de profundos precipicios a su derecha y en la que cada vuelta abre una página de un libro de paisajes hermosísimos, apenas pudimos ver nada por el crecimiento desordenado de árboles y vegetación diversa que todo lo tapa. Incluso en el mirador, donde se hallan las ruinas del antiguo Parador, una vista espectacular del valle, con Mondoñedo en el centro, rodeado por los montes a derecha e izquierda, ha desaparecido por la abundancia de arbustos y maleza. No se comprende como el Concello no despeja algunos puntos estratégicos que permitan acceder a un panorama incomparable. Por la carretera de circunvalación a cuya derecha queda Mondoñedo y a la izquierda el valle por el que discurre la nueva carretera, al pie de montes, en los que se alza el Monasterio de Los Picos (en los prados de cuyas abas escribí gran parte de “Beatum Corpus”) llegamos al “Hotel Montero”, donde atendidos por Ángeles, su eficaz dueña, tomamos posesión de nuestro alojamiento. Tras breve descanso, visitamos el viejo cementerio, que se encuentra próximo. Ofrecimos el debido respeto a la tumba de Álvaro Cunqueiro, del compositor Pascual Veiga y del poeta Leiras Pulpeiro (fallecido en 1912). Me viene a la memoria el horror que, como ateo, inspiraba a una anciana sirvienta de casa: “nenos, ese home arde no inferno para sempre”. Cuando se proclamó la República, un amigo suyo acudió a su tumba y, golpeándola con el puño, exclamó: “Leiriñas, chegou a República”. Prometo que si la casa de los Borbones se hunde antes de yo morir, iré a la tumba de Leiras y a la de mi padre y anunciaré con grandes berros: “chegou a República, o país está limpo de Borbóns”.

Subimos por la calle Obispo Sarmiento, la calle de mi infancia, pasamos por delante de la casa de Leiras Pulpeiro y de su monumento, y ya en el barrio de Alcántara, entramos en la “Tasca”, una taberna de trato familiar, las paredes llenas de fotografías de gentes del pueblo que alimentan la nostalgia. He cenado en ella en días de invierno. Dejas entonces detrás el frío y la lluvia y pisas un sitio cálido y acogedor, un ambiente de otro tiempo. En la tasca puedes comer, entre otras cosas, un raxo excelente, con patatas panaderas, pimientos y huevos fritos caseros, toda una delicia en la que nos sumergimos, con el acompañamiento del magnífico pan de la villa y vino del Ribeiro, pues Mondoñedo “rico en aguas y en latín” y en truchas, es pobre en vino desde la Edad Media.

Paseamos la cena, y yo mis recuerdos, por las calles que descienden hasta la catedral en la que brillaba el gran ojo de su rosetón. Por la “Fonte vella” de Álvaro Cunqueiro que, sin descanso, canta su canción, recorrimos el Barrio dos Muíños que descansaba en su noche. Blancas casas, silencio resaltado por la voz de las aguas del Valiñadares que desemboca en unión de otros ríos y arroyos en el Masma, que discurre por el Valle de Mondoñedo, hasta verter en la Ría de Foz.

Decidimos volver con la luz del día para que nada se nos escapase de la belleza de este barrio.

Al siguiente día, tibio y soleado, visitamos en primer lugar la catedral, que, como todas sus iguales, parece un alto pastor watusi con el ganado menor de las casas a su alrededor. Admiro, dentro y fuera del edificio, su maravilloso rosetón. Y, luego, los rasgos puros de la llamada Virgen inglesa. Ya en el museo catedralicio la colección de zapatillas de los obispos que fueron, cuyas lápidas en la piedra y sus rostros en los cuadros de la sala capitular, examino con el interés de siempre. De los titulares de la diócesis que conocí, solo recuerdo a dos con afecto, al vasco Argaya Goicoechea y, sobre todo, al cardenal Quiroga Palacios, un verdadero príncipe de la Iglesia. Cuando lo veíamos de muy niños por las calles de la ciudad, corríamos a besar su anillo y a recibir cariñosa palmada en la cabeza. No se puede imaginar hoy lo que significaba un obispo entonces, sus palabras y sus homilías estaban en todas las conversaciones y sus intervenciones en cualquier asunto pesaban grandemente. Mi padre tenía mucha relación con ambos, paseaba con el obispo Argaya por los alrededores de la villa y oía las explicaciones del vasco o navarro, no recuerdo, sobre las particularidades de la conjugación del euskera. Cuando falleció el cardenal Quiroga, recuerdo a mi padre realmente afectado y triste. Uno de los últimos obispos, Gea Escolano, nos mostró uno de los peores rostros de la Iglesia.

Concluida la visita a la catedral, visitamos el Museo o Casa Museo de Álvaro Cunqueiro, frente a la catedral. ¡Qué decepción! Cierto que aminorada por noticias y fotografías comunicadas por amigos. Ya el proceso de adecuación de la vivienda había suscitado todas mis dudas. Empeño en una taberna (innecesaria pues hay varias en los mismos soportales) y en un restaurante (que ya está cerrado). Ante la taberna inevitable, por lo menos impedí el nombre propuesto de “Gastro Bar” (!) y propuse “La Taberna de Galiana”. Nadie me consultó sobre la vida cotidiana de Álvaro Cunqueiro en el edificio, la distribución de espacios, anecdotario…, siendo el que esto escribe el único que vivió esa época y la recuerda. No quiero extenderme sobre el protagonismo de lo político partidario en la inauguración, con un conselleiro a quien se le premia su contribución a las obras con fondos públicos con el título de cunqueiriano emérito (lo de emérito es un sinsentido jurídico-administrativo y lo de cunqueiriano… basta ver su fotografía para tener claro que sus caminos no son los del escritor).

Ondeando en la fachada hay una pancarta que reza “La taberna de Galiana” y unas mesas con parroquianos. Un vídeo intrascendente en la pared, un escaparate donde se anuncia la venta de helados. Todo el resto de la planta baja es cafetería. La propia vendedora de helados es la que vende los billetes de entrada. Al subir las diversas plantas, además de espacios cerrados (la cocina, por ejemplo) se observa que la musealización no ha tenido en cuenta la vida cotidiana del escritor, prácticamente es indiferente a la misma o cuando presta atención a la historia, la falsifica. Hay espacios claramente desperdiciados, como el “sensorial” de la primera planta alta. La gracia de su dormitorio y lugar de trabajo en el faiado se ha perdido. Se desprende una clara sensación de superficialidad y el que no haya conocido las raíces de Álvaro Cunqueiro, sale de allí en el mismo estado. Se decía que era un edificio pequeño, que era necesaria una selección. Nada más falso, planta baja y tres plantas altas permitían realizar, con calidez e información, la casa que reflejase la vida y el mundo de Álvaro Cunqueiro. Algo perdido irremediablemente en la obra realizada. Además pobreza del material exhibido (libros, objetos, paneles…). ¿Las causas? Ignorancia, atrevimiento y prisas de los políticos locales, frialdad técnica de los responsables de la musealización y de la dirección de obras, con un punto de vista abstracto que borra lo concreto histórico, limitaciones presupuestarias seguramente, pues una realización satisfactoria de la casa de Álvaro Cunqueiro requeriría mucho más tiempo y dinero. Y, sobre todo, desconocimiento real del mundo de Álvaro Cunqueiro, una admiración tópica, hermana de una ausencia de voluntad de saber, falta absoluta del espíritu poético que inspirase la creación.

Por el contrario los helados son francamente buenos. Mientras dure el chupeteo, muchos visitarán distraídos las instalaciones.

Me informaron que la campana de la catedral “La Paula” que licenció a tantos en sutiles tristezas y melancolías, no toca más que en ocasiones señaladas. Tampoco el “esquilón” señala ya el comienzo de los oficios en la catedral para los canónigos (diez menos cuarto de la mañana y cuatro menos cuarto de la tarde). Preguntábamos la hora y la respuesta decía “es el esquilón” o “faltan diez minutos del esquilón”. A medio día tocaban todas las campanas de la catedral y de las iglesias y monasterios del pueblo una hermosa sinfonía, unas se respondía a otras, diálogo que sigue resonando en mis oídos.

Volvimos al barrio de los Muiños cuyo aspecto de día es muy diferente al nocturno e igualmente atrayente, para mí el barrio más hermoso de Mondoñedo para vivir. Blanco brillante de las casas bajo el sol que contrasta con la armadura de escamas de pizarra de los tejados. Curso alegre y rápido del río Valiñadares que lo atraviesa con bella canción. Generoso, alimenta ramales para los antiguos molinos que salvan losas de piedra para permitir el acceso a las viviendas. Hay caminos que llevan a los montes y bosques próximos donde se abren paisajes y rincones inesperados, una geografía propia de los sueños.

Salimos “dos Muiños” para visitar la catedral de San Martín de Mondoñedo a la que conducen dos carreteras, la de Ferreira do Valadouro y la de Foz. La primera bordea por Viloalle el río Masma, formado por la confluencia del Valiñadares y ríos y regatos que descienden de los montes de Tronceda (Pelourín, Tronceda…). Entre las imágenes de mi infancia figura una lámina de agua, tersa y transparente, con una gran barca de madera anclada en una orilla. Quizá la barca de Álvaro Cunqueiro.

También recuerdo la admiración que sentí verbo de un tío mío, César como yo, que en una mañana clara se lanzó al agua y la nadó hasta la Ría de Foz. Mis sentimientos fueron análogos a los que sentí, en la inevitable etapa maoista, viendo a Mao entre las aguas del Yang Tse Kiang.

El nombre del río me lleva a pensar en aquella época de la historiografía gallega del S. XIX en la que se defendía alegremente la presencia de reyes y héroes griegos en Galicia y su papel de fundadores de ciudades. Mi querido amigo y compañero de estudios jurídicos y después catedrático de griego en la Universidad compostelana, J. Moralejo, desgraciadamente fallecido, trató el asunto con ciencia e ironía en diversos estudios cuyas separatas me envió. Yo también quise contribuir al disparate histórico, en la buena compañía de Murguía, Viceto y otros. Y aproveché que en griego antiguo masma tos significa búsqueda, para defender que en el hidrónomo permanece el recuerdo de la búsqueda de Hércules de los bueyes de Gerión. Así queda incorporado mi valle de la geografía helénica de Galicia.

Por la carretera de Foz y dejando al margen, adormecida a los pies del Conde Santo, a Vilanova de Lourenzá, rica en habas y polis de Paco Fernández del Riego, llegamos a San Martín de Mondoñedo, sita en un bellísimo rincón de la Mariña. Gusto de imaginar que las primeras tribus que hallaron estas tierras ya no se movieron, que aquí concluyó su caminar.

Con demora recorremos el edificio, el que esto escribe, por enésima vez. La Xunta, con talento, ha musealizado un recorrido que concluye en la Iglesia. Después bebimos el agua fresca de la fuente de la Zapata, que brotó por la acción de San Gonzalo, agua que cura malestares de los huesos. Y subimos a continuación a la capilla del Santo que se abre al océano en el que hizo naufragar, con sus “rodilladas” las naves normandas. Por desgracia, como ya ocurrió en el descenso al valle mindoniense, el crecimiento del arbolado y la maleza, no sujeto a policía, impide ver nada. Hoy San Gonzalo tendría muy difícil observar la aproximación de las naves enemigas y apuntar el fuego de sus oraciones. Poco costaría despejar una panorámica pero, una vez más, resalta la pequeñez de los políticos locales en el medio de nuestro maravilloso país. Como me decía el poeta Oroza “a este paraíso le sobran un millón de túzaros” que deberían ser bañados y frotados largamente con la esponja de la cultura.

Sin hacerse notar, nos avisó de repente la hora de comer. Escogimos “A Xoiña”, edificio de altos muros, cubiertos de vieiras, próximo a Foz. Fue abierto hace muchos años por unos emigrantes gallegos en Suiza, que siguen al frente, felizmente vivos. Todo sigue igual que hace décadas, incluidas las parrilladas de pescado, que destacan en la oferta de la casa: rodaballo, robaliza, merluza, sapo, en increíble abundancia. Pasamos la tarde en Foz, paseando su nuevo paseo marítimo. Gran parte del paisaje de mi infancia ha desaparecido, bajo un esfuerzo constructor y urbanizador desaforado, merecedor de todos los reproches estéticos habituales en estos casos. Pero el mar sigue ahí, la pesca de bajura que brilla bajo el sol como plata viva, el faro, que nos servía de trampolín para el salto cuando la marea alta y desde los más olvidados rincones de la memoria se presentan las personas que encontrábamos y nos acompañaban entonces, sus historias y mis emociones. Hoy casi todas fallecidas. Pero yo las recuerdo, con sus expresiones y sus voces.

Dejamos al anochecer Foz, puerto de Mondoñedo y de Simbad y visitamos Ribadeo, villa por la que nunca me sentí atraído, sentimiento injusto, sin duda. El ambiente ruidoso era insoportable, al encontrarse la ciudad en fiestas. Decidimos regresar a Mondoñedo.

Al día siguiente después de visitar brevemente Lourenzá, donde encontramos cerrado el Templo del Conde Santo (hecho incomprensible del eventual responsable político o religioso) nos dirigimos a Sargadelos, pasando por Burela. Recuerdo que de mozalbete, desde el punto más alto del puerto era perfectamente visible el poderoso Cantábrico, cerrado ahora por un paredón. Desaparición de una panorámica que era casi lo único digno de verse en este rico puerto pesquero. También, desde un monte a la izquierda de la carretera, recuerdo una vista de conjunto sobre la ciudad que ofrecía un aspecto de instrumento musical, de guitarra o mandolina. Llegamos luego a Sargadelos. La fábrica se hallaba cerrada al ser domingo pero abiertas las dependencias de venta y exposición de cerámica. Observé unas fascinantes cabezas de Oteiza, de las que sólo, fantaseé, podrían brotar palabras vascas.

El edificio rodea una explanada circular. Un conocido arquitecto portugués, compañero de viaje, lo vio como un claustro, propio de la esencia conventual del edificio. Efectivamente los artistas que allí se reúnen para enriquecerse mutuamente con sus experiencias, son como monjes de la cerámica, que brota de las oraciones de sus manos.

Recorrimos después los viejos edificios del Marqués de Sargadelos, rehabilitados, y bellos caminos en el monte, con el agua hablándonos sin cesar. Una yegua, al verme, dejó el pasto y se acercó a la cerca e inclinó la cabeza en busca de caricias y aloumiños. Siempre he creído en la solidaridad de los mamíferos y me emociona cualquier atisbo de fraternidad con ellos. Finalmente comimos en S. Cibrao, en “La Bodega”, excelente pescado. En general, en toda la Mariña los precios de alojamientos y comidas son increíblemente bajos. A mis amigos les propuse un eslogan utilizable por las autoridades: “Jubilado, ven con tu pensión al paraíso de la Mariña y podrás gozar de todos sus frutos incluido el del pecado original, que aquí tiene un sabor particular”.

Después de un par de horas al sol, en una plaza tranquila, y en amena conversación, subimos a los respectivos coches. Como flechas, en el río de un tráfico densísimo, por la autovía y luego la autopista nos dirigimos a nuestros destinos, el mío, Vigo y el Atlántico, donde llegamos con el comienzo de la noche. Nos satisfizo comprobar que nada relevante había cambiado la superficie de las cosas en nuestra ausencia. Los eventuales cambios generados en la profundidad únicamente podrán desvelarse con el tiempo.

SEPTIEMBRE, 12

El periódico y la carta están emparentados. Aves de papel, tal el águila y el gorrión. La evolución tecnológica ha conducido a la práctica desaparición de la segunda sustituída por los mensajes emitidos desde los móviles que sin embargo no pueden hacerse cargo del rico contenido de la epístola. Un género literario milenario, cuyas funciones no las cumplen los otros géneros, se ha extinguido. Y con él las emociones suscitadas por la visión de su blancura acurrucada en el nido del casillero, portadora quizá de amor o de esperanzas, también de decepciones. No tengo dudas de que también desaparecerá el periódico, en un plazo más o menos largo, y la ocupación por lo diarios digitales de su nicho ecológico, los cuales, sin embargo, ofrecen la posibilidad, como otros medios digitales, de una opinión independiente frente a la prensa periódica, dominada en general por familias y grupos conservadores de todo tipo.

No veo diferencia en España entre la prensa local y la llamada nacional. En realidad toda la prensa es local, empezando por la de Madrid que goza de la ventaja de ser la prensa de la capital pero ciega a la plurinacionalidad del país y a las diferentes culturas nacionales y atenta solamente a las vicisitudes del poder central y a la cultura de la Nación española vista como la única relevante del Estado, eso sí, pasada por el filtro del localismo madrileño.

Si los gallegos de Nación examinamos la prensa gallega, el panorama es desolador. Prensa conservadora dominada por sociedades familiares o por una cadena de ámbito estatal, que reproducen en los medios el bipartidismo PP/PSOE, es decir, una reproducción del sistema político vigente hasta hace poco y prematuramente enterrado. Por supuesto en los periódicos de Galicia brilla por su ausencia una visión de la Nación y del Estado español que pueda guiar un futuro complejo. Localismo exacerbado, sumisión al pensamiento centralista de la cultura oficial, nómina de colaboradores foráneos, que publican artículos de opinión reproducidos en docenas de periódicos del Estado y ajenos a los intereses gallegos, lo que conlleva el silenciamiento de las voces interesantes y pareceres críticos del país. Los nombres de estos medios, si se presta atención a su contenido, estarían mejor representados por sus antónimos: El Progreso/Lugo Inmóvil, La Voz de Galicia/El Silencio de Galicia, Faro de Vigo/El Calamar de Vigo (por la tinta que emborrona u oculta).

Y es indiferente que los propietarios sean sociedades familiares o cadenas de ámbito estatal ante el sesgo conservador dominante. La Voz de Galicia presenta la originalidad de un editor cuya misión es guardar el ideario fundacional y vigilar que los periodistas no se desmanden. Ese mismo editor, en ocasiones que juzga importantes, publica declaraciones rimbombantes, dirigidas al país y cuyo manifiesto ridículo no impide su glosa admirativa por los correspondientes subordinados.

El Faro de Vigo, perteneciente ahora a una cadena estatal, antes a la familia fundadora, no tiene una historia particularmente gloriosa, a pesar de los esfuerzos de un exdirector que ha construido una historia, digamos mitológica del mismo. Según la misma, el periódico sería el esposo de la verdad desde su fundación, todo acontecimiento habría sido recogido por el diario de forma que “lo no reflejado en el Faro no existe”. Se cae en el más profundo ridículo cuando se afirma “la unión indisoluble” del Faro de Vigo y del escritor Álvaro Cunqueiro, no solo porque aún hay testigos de lo que, por otra parte, son las mezquindades habituales entre una empresa y el escritor que en ella trabaja, sino, sobre todo, por lo absurdo de poner en fraternal unión a la avaricia capitalista y al espíritu poético.

Y en cuanto al reflejo de la verdad…. Salvados los largos años de la dictadura, los principales diarios, tanto La Voz como el Faro omiten en sus páginas la información generada por sus rivales. Por ejemplo, una reciente visita del editor de La Voz al Ayuntamiento de Vigo no mereció línea o imagen en el Faro. Y lo mismo sucede en La Voz. Y siempre en ambos la información conservadora y deformante al servicio del sistema. La peculiar relación del “Faro de Vigo” con la verdad empezó ya poco después de su fundación en el siglo XIX. Su tratamiento de un acto político en el que estuvo presente el poeta Aguirre mereció el reproche generalizado de los demás medios de la época. Y las cosas no mejoraron desde entonces, empeoraron. El problema catalán ha sido un acelerador de los pareceres desaforados sobre el mismo, de la frivolidad tertuliana y del insulto, no solo en el Faro, si no en el conjunto de la prensa gallega. En el primero, por ejemplo, plumíferos incultos, que se ven como escritores en su particular espejo, adoban sus noticias gastronómicas con calificaciones de psicópata al presidente de la Generalitat, sin vergüenza alguna y con el beneplácito del periódico que censura, sin embargo, lo que no esté de acuerdo, sin fisuras, con el discurso centralista dominante, o juzgue antisistema. Y ya que hablamos de sistema, éste es cualquier cosa, pero no hay duda de su eficacia en la defensa de sus intereses. Mantiene así, en sus páginas de opinión, colaboraciones de escritores de izquierda, en un aparente ejercicio de pluralismo informativo pero que no es tal. Así el Faro de Vigo, con la publicación de los artículos del escritor X. L. Méndez Ferrín. A la luz de una lectura de los mismos, de contenido político, se ve claro que el especial punto de vista del autor en el tratamiento de la política beneficia al sistema al desprestigiar a la izquierda ante el lector corriente y sin especial formación. Un botón de muestra se puede ver en el Faro del 9 del corriente mes de septiembre que publica un artículo de dicho escritor titulado “Hong Kong”. Las afirmaciones contenidas en dicho artículo, prescindiendo de la calidad formal de la escritura, no pueden ser el objeto de una crítica mínimamente seria, pertenecen al ámbito de la fantapolítica. “República Comunista Chinesa”, “Proletariado Dominante”, “Mulleres chinesas de Sinkiang”, “Taiwán na sombra da caverna platónica”, “A CÍA foi por Tibet”, “O seu xadrez internacional de esquerda” (El Chino), “En Hong Kong hai contra-revolución permanente procapitalista”, “Xoves chineses con corazón e faciana xaponesa”. Particularmente lamentables son la ocultación de la represión china de los turcos uigures del Sinkiang (unos diez millones) y de los tibetanos y de las políticas genocidas de sus milenarias culturas. Los uigures (cuya lengua es muy próxima al Uzbeco y no demasiado alejada del turco de Turquía) fueron ya letrados y administradores del Imperio gengiscánida. Hablar de mujeres chinesas de Sinkiang no tiene sentido pues son las integrantes de emigración masiva y reciente china (y no musulmana) a Sinkiang para alterar el equilibrio demográfico. ¿Cómo se van a poner el velo islámico esas chinas? (velos enviados por el Imperio americano según el autor que nunca escibiría de “mujeres españolas de Galicia”). Omito sus desagradables insultos y descalificaciones sobre el Dalai Lama y la cultura tibetana, ejecutadas con el peor estilo estalinista que al parecer sigue vivo, casi setenta años después de la muerte “del padre de los pueblos”. ¿Cómo es posible escribir con tanta frivolidad y tanta falta de verdad de estos asuntos después de todo lo que sabemos? Se ve  que no vale de nada ser un buen escritor y un profesor informado como vacuna contra el fanatismo político. Y si sorprendente es el artículo (que supera los acostumbrados análisis políticos del autor) más sorprendente aún es el silencio crítico, en este caso y en otros semejantes, ausencia, por ejemplo, de crítica literaria en Galicia, que parece permitida solamente con los difuntos, ausencia del diálogo fecundo y de las necesarias polémicas que caracterizan una cultura viva. Ningún escritor gallego está acostumbrado a la crítica y a las escasas manifestaciones de la misma, el silencio es la respuesta (aunque florece la descalificación privada). En fin, Galicia silenciosa, el silencio de la voz de Galicia.

SEPTIEMBRE, 5

Un verso de Petőfi Sándor, poeta y luchador por la libertad de Hungría contra los austríacos: “Egy gondolat bánt engemet, lassan hervadni el mint a virág” (un pensamiento me aflige, lentamente marchitarme como la flor).

No es, claro está, el pensamiento sobre la muerte lo que atormenta a Petőfi, quien el 15 de marzo de 1848 entona en las escaleras del Museo Nacional el “Nemzeti dál” (Himno Nacional) y se muere en la más tierna juventud en el campo de batalla. Al contrario. Su poesía piensa los procesos de envejecimiento, de deterioro físico, con la paulatina disminución de las facultades físicas e intelectuales y los cuales cosifican al ser vivo volviendo gradual, en vez de abrupta, la aparición del cadáver. Si no es posible ejecutar la melodía de la vida con la dignidad que ésta exige, una decisión se impone, que es simultáneamente una decisión ética y estética: el suicidio romano, al que la desesperación o angustia es lo más ajeno, decisión adoptada con plena conciencia de lo que puede exigir la vida, que se vive como melodía, para salvaguardar la armonía final. Pues los procesos físicos que desembocan en la muerte pueden ser terribles entre los humanos, el ser “más pavoroso” también en este sentido, si no tiene lugar su interrupción.

SEPTIEMBRE, 3

La palabra fe en español es un cultismo o semicultismo que viene del latín fides. Fides encuentra su ámbito natural en la lengua jurídica de Roma, buena fe, lealtad, contratos de buena fe, respeto a la palabra dada. Fides, como fe en los Dioses, es un desarrollo propio del cristianismo y su testimonio no abunda en latín (Ernout).

La fe, entendida en sentido romano como buena fe, genera confianza en una relación o situación concreta. Confianza y seguridad. Este concepto romano de buena fe podemos aplicarlo a un ámbito filosófico o existencial que, es claro, no es el propio del mundo antiguo. Lealtad existencial, confianza en nuestra situación de arrojados a la existencia, confianza en la vida, en la vida mortal. Desde el ámbito de esta situación de confianza, confianza en la evolución biológica que condujo a la vida y, por ello, es una violación de la fides el miedo a la muerte, la angustia ante la muerte.

Para el cristianismo fe es fe en Dios y en la historia sagrada, transmitida por la tradición y que piensa palabra divina. Frente a la confianza en la vida (y en la vida de la especie en particular) la fe religiosa es una respuesta a la pérdida de la natural confianza en la vida humana y a la confusión e inquietud que resultan de esa pérdida de confianza. Por eso es absurdo hablar de perder la fe o carecer de fe. La ausencia de fe no es pérdida o carencia. Al contrario, la fe es la consecuencia de la pérdida de confianza. El creyente es alguien que perdió la natural confianza en la existencia y busca consuelo y solución a esa pérdida en una creencia que no contemple su individualidad que anhela persistir. Por ello el creyente es un megalómano que coloca el momento efímero de su existencia directamente bajo la mirada de una divinidad, con la que pueda dialogar y ofrecerle adoración a cambio de una confusa eternidad.

Es cierto que, en muriendo, nadie se podrá sentir decepcionado, pero la fe, la droga de la fe, impide comprender cabalmente la vida, el estado de ebriedad al que induce la grandeza de la vida irrepetible.

SEPTIEMBRE, 2

Esta pasada noche apareció en mis sueños una conocida desde hace muchos años con la que me une trato afectuoso. Hace tiempo que no la veo por su baja laboral. Ni guapa ni fea, la hallé bellísima. Me saludó seria y en voz baja, como para no ser oída, me dijo: “padezco una enfermedad terminal, me preparo para morir en tres meses”. Quedé sorprendido y apesadumbrado. Para visitarla y ofrecerle consuelo, le pedí el teléfono. Me lo negó. “Pienso que la soledad es el aire del morir” añadió. Yo miraba sus brazos desnudos y no podía creer lo que me decía. Piel dorada, con tenue vello de espiga soleada. Ninguna huella de mal en su rostro, ojos de aguas verdosas, llenos de algas. Pensé el árbol de de la vida, en la última maduración de sus frutos, llenos de sabor. ¡Los melocotones de la muerte!

SEPTIEMBRE, 1

Los Dioses y Semidioses antiguos, al igual que los héroes, existen con independencia de la fe que se tenga en ellos. Hace muchos siglos que nadie cree en Zeus o en Apolo, y se ignora lo histórico detrás de nombres como Perseo o Belerofonte. Su existencia no pertenece al ámbito de la creencia, es independiente de ella (en cuanto a los Dioses) y su historicidad (la de los héroes) es irrelevante, de la misma forma que lo es la de los altos personajes de la Literatura Universal, Antígona, Hamlet o Don Quijote. La pregunta por su realidad sublunar o en alturas celestes, más allá de la Luna, es inadecuada. Lo era incluso, pienso, en la Grecia Clásica o en la Roma Imperial para los mejores espíritus. El ámbito de su ser es el mismo que el del pasado histórico que sigue influyendo en nosotros. Lo que nos interesa y se halla en primer plano son las imágenes poderosas que genera y que nos llegan, multiplicadas en fuerza y en belleza por los sueños y emociones de las generaciones que se alimentan con ellas e ininterrumpidamente las recrean. La cascada del presente efímero se precipita con estruendo en el río, sin orilla y fondo, del pasado. Y después, generación tras generación, nos bañamos en las aguas de ese río, diferentes para cada uno, una muchedumbre inabarcable de ríos imaginarios, llenos de la luz y del resplandor que emiten todos los Dioses, héroes, seres de ficción, o históricos. Una luz que no cesa porque su fuente brota de lo permanente humano. Mitología, historia e imaginación se retroalimentan de modo constante y encienden nuevas luminarias en las aguas imaginadas del pasado que recrean siempre su geografía celeste.

Es esencial tener en cuenta que cualquier gran personaje o acontecimiento histórico es él y nuestros sueños en mezcla indescifrable, y por ello, con cada generación que pasa, entra más decididamente en la morada de la imagen, en la que establece las relaciones y amistades más impensadas con las imágenes de los siglos de la especie.

Por el contrario, el Dios (y sus familiares divinos y sus santos, sus ángeles y demonios) de las grandes religiones monoteístas, el judaísmo, el cristianismo y el islam, mantiene una relación sustancial con la fe, con la creencia del fiel. Sólo en una atmósfera de fe es fértil ese Dios para proyectar imágenes fecundas para la acción, el pensamiento o el arte. Sin esa fe, el Dios se vuelve eunuco.

A diferencia de la mitología, siempre grávida de imágenes, embarazo que no condiciona la creencia, la historia sagrada nada dice, o dice muy poco, para quien la fe es una palabra vacía, y sin prejuicio de las grandes obras de arte, creadas por las imágenes nacidas de esa fe, por ejemplo la arquitectura sagrada. Precisamente una catedral solo pudo alzarse en un mundo de creencias sin fisuras y lo mismo es válido para la pintura o la escultura religiosa. En cambio la mitología sigue inspirando, siglo tras siglo, perdida ya la fe en los grandes Dioses antiguos, el nacimiento de obras y textos bellos que nos emocionan y también imágenes y modelos para la acción heroica, dimensión inmarcesible de lo humano y con un valor universal, que no tiene fronteras. Heroísmo que está clamorosamente ausente de la historia sagrada.

Al contemplar una obra de arte debida a la fe cristiana, el ajeno a esa fe no se encuentra en situación muy diferente al que contempla la selva de las imágenes soñadas por el artista de un tempo hindú: desconcierto frente a una teología encarnada que, más allá de su altura artística, no evoca algo universal, que de inmediato se apodera de uno y lo conmueve. Se siente la fuerza de las fronteras teológicas, la necesidad del pasaporte de la fe.

Lo mejor del arte negro y de los pueblos llamados primitivos es también independiente de la creencia y así entramos libremente en él.

AGOSTO, 31

“Ípia apó dinatá krasiá, kazós pu pinun i andrii tis idonís” (Kavafis. “Bebí de vinos poderosos como beben los guerreros del placer”)
El gran poeta alejandrino se embriagó con los más fuertes alcoholes que ofrece Eros y también con los del conocimiento. Su pensamiento poético extrajo de ambos los frutos de los que siempre gustaremos.
Otros no soportamos ni necesitamos destilados del placer de alta graduación. Unas gotas y, mejor, un poco de vino. Pero me pregunto si esa intolerancia a un exceso de placer no influye en la fuerza de la iluminación poética.

AGOSTO, 30

Novalis: “Müssen denn alle Menschen Menschen sein? Es kann auch ganz andere Wesen als Menschen in menschlicher Gestalt geben” (“¿Deben ser humanos todos los humanos? Una naturaleza completamente diferente a la humana puede ser contenida en la forma humana).
La lectura de este fragmento me golpeó con violencia. La belleza de la lengua y su interrogación profunda exigen pensarlo y el ensayo, al menos, de una respuesta. La mitología y el folklore, las religiones, la biología evolutiva, incluso la ciencia ficción contestan afirmativamente a esa hipótesis. Dioses, ángeles y demonios, toda clase de seres benéficos y maléficos, monstruos y animales, adoptan la figura humana y, a la inversa, la naturaleza del hombre puede encontrar albergue en los animales y en las cosas. E incluyo la biología, ya que la información genética específicamente humana es un tanto por ciento mínimo del genoma cuya mayor parte compartimos con el resto de los seres vivos, en mayor o menor medida con unos y otros.
Así, bajo la forma humana, hay o puede haber, total o parcialmente, naturalezas muy diferentes, desde el monstruo de los cuentos infantiles hasta programas muy arcaicos contra los que lucha y debe superar la evolución cultural de la humanidad. En términos mitológicos, superar el barro original y destilar el soplo divino que lo animó.
La consecuencia es que la figura humana es constitutivamente, en mayor o menor medida máscara o persona. Persona en latín significó, en primer término, máscara teatral, luego papel atribuido a esa máscara, al final carácter, personaje y persona (Ernout). Que debajo de la máscara humana haya un rostro humano (prosopon) no es obvio.
En un encuentro, siempre es pertinente la pregunta: ¿quién eres? ¿Un Dios, un Semidios, humano o demonio…?
Es uno de los modos de entender a Sófocles cuando califica al hombre “como lo más pavoroso” (to deinotatos). Pues bajo la máscara que se alza puede emerger lo más terrible.

AGOSTO, 29

Cuando uno vive una gran idea o una gran pasión o se halla inmerso en una obra que es como un destino, todo lo ve a su luz y nada teme. Yo siempre pienso la vida mortal y no me preocupa el hecho material del morir. Incluso el saber de morir en una situación o fecha concreta no impide que la vida se te ofrezca en una duración de la que no forma parte la banalidad del cese efectivo de la misma.
Traduzco unos versos del poeta letón J. Rainis, contenidos en su poema “Vieniga zvaigzne” (Estrella única) que vuelan en la misma dirección:
<<Estrella única. Y sabes, la más alta idea. Ella no conoce piedad humana. Quien en sus fuegos se quema, no pregunta si va a perecer, ni a sí mismo ni a otro observa. Alrededor todo es obscuridad para él, salvo una estrella que parpadea”.
Siempre he sentido una gran atracción por la cultura y la historia de los países bálticos, Estonia (de lengua urálica) y Letonia y Lituania (de lengua báltica). Diminutos en número, llegados al borde de la extinción en su lengua y cultura pero que hoy renacen, pueblos como los livos, habitantes de la costa letona, de lengua cercana al estonio del sur y una de las joyas preferidas de la uralística. Por una convivencia milenaria con los letones ha influido en el letón y, sobre todo, este en el livo, influencia que se extiende abundante en el léxico y la morfología e incluso en la sintaxis por lo que el livo, no obstante sus escasos hablantes, es de un interés enorme para la lingüística.
Los ciento sesenta y tantos mil kilómetros cuadrados que ocupa la superficie de los países bálticos han sufrido en los últimos novecientos años una historia compleja y atormentada, causante de destinos muy diferentes que al final confluyeron trágicamente. Las actuales Letonia y Estonia han ido juntas, frente a la historia diferente de Lituania. El primer poder demoníaco con el que se enfrentaron las tribus de aquellos territorios fueron los caballeros-misioneros alemanes agrupados en la orden de los portaespadas y en la orden teutónica que en los siglos XII y XIII, con el pretexto de la evangelización, conquistaron y explotaron sus tierras. Siempre la cruz como máscara de la ambición e instrumento, en este caso, de incorporación al orden germánico hanseático. Alemanes y escandinavos en una primera fase fueron los invasores que subordinaron a los bálticos, relegados a un estatuto inferior. Tallin, la capital de Estonia, por ejemplo, fue fundada por los daneses, eso significa su nombre, ciudad de los daneses. Mientras tanto, Lituania no miraba al norte. Católicos como los polacos, los lituanos construyeron a partir del siglo XIII una entidad política que contuvo el avance alemán hacia el este (Drang nach Osten). El Gran Ducado de Lituania (Lietuvos Didžioji Kunigaikštystė, LDK) se extendió hacia el este y hacia el sur en tierras esclavas después de vencer con gran victoria el Príncipe Mindaug a los caballeros de la orden de los portaespada en Šiauliai en 1236. Después, la unión personal bajo Jaguellón (que evangelizó a su pueblo) de lituanos y polacos que aplastaron a los caballeros teutónicos en Grünwald (Žalgiris, Monteverde) en 1410, bajo el mando de Vytaut. Desde Jaguellón los grandes príncipes lituanos eran al mismo tiempo Reyes de Polonia, unión que se fortaleció por el Acta de Lublín de 1569 que oficializó el destino común de ambos pueblos. En apogeo de su potencia el dominio polacolituano se extendía desde el Báltico al mar Negro, ocupando Bielorrusia, gran parte de Ucrania y partes de Rusia.
Fueron siempre Polonia y Lituania tierras de tolerancia. Todas las religiones eran bienvenidas, con tal de atenerse a métodos pacíficos y todos los perseguidos, empezando por los judíos, eran bien acogidos. Era tal el número de judíos en Vilnius, la capital lituana, que en el siglo XIX era designada con el nombre de la “Jerusalén del norte”. Todo esto se acabó a fines del siglo XVIII con los repartos ejecutados por Prusia y Rusia. Ésta al final del siglo XVIII se había apoderado de toda Letonia y de Estonia, después de vencer a los suecos.
Incorporados los países bálticos (y Polonia) al Imperio Ruso hasta el fin de la Primera Guerra Mundial, sus efímeras independencias se vieron truncadas por la tercera aparición en su historia (y esperemos que sea la último) de los tradicionales poderes demoníacos en su avatar más terrible: la Alemania nazi y la Rusia de Stalin. Los espantosos sufrimientos ocasionados y su desenlace son conocidos de todos. Esperemos y deseemos con todas nuestras fuerzas que dure en paz y armonía esta Unión Europea de todos sus pueblos, grandes y pequeños, ejemplo para el mundo de paz y tolerancia.
Y no obstante lo sufrido, letones y lituanos aman cantar. Un autor dice que parece que Lituania ha cantado siempre, en la tristeza y en la alegría. La riqueza y variedad de estas canciones populares es inmensa. Lo mismo ocurre en Letonia donde se han recogido más de un millón doscientas mil canciones. El propio himno nacional letón “Dievs, svētī Latviju!” (Dios, bendice a Letonia) hace referencia a esto. Traduzco unos versos del mismo, si bien desconozco si ha habido modificaciones posteriores: “Dios bendice a Letonia, nuestra patria amada. Bendícela, bendice a Letonia, donde florecen sus hijas, donde sus hijos cantan. Déjanos ahí bailar en la alegría, en nuestra Letonia », que así sea. Y que las zarpas de la bestia, siempre renacida, no vuelvan a hollar estas tierras benditas ni a obstaculizar su canto.

AGOSTO, 27

En una sombra de la terraza que acostumbro, acariciada por un sol suave que me permite alzar la mirada, observo las fachadas de los altos edificios de nueve, diez plantas que se alzan frente a mí. Pobladas de múltiples ventanas de mediano tamaño, me causan la impresión de una arquitectura cerrada que oprime y asfixia las vidas de su interior, como lápidas que clausuran los nichos de las paredes de los cementerios, de forma que no es evidente la diferencia entre la vida y la muerte de las existencias que las habitan. Diferencia que para la mayoría parece consistir en el traslado del cuerpo de la vivienda temporal a la definitiva.
Sin embargo, en alguna de esas viviendas crece una flor extraña, una especie de “no me olvides” que polinizada por el aguijón del pensamiento transforma en jardín denso y oloroso el vacío sin horizonte de la estancia. Esta flor es el libro y su floración, la biblioteca. Desde fuera nada distingue, arquitectónicamente, los diversos espacios independientes que se integran en el edificio. Pero si se entra en uno en el que crece el jardín de los libros, hasta el más muerto de los vivientes, intuye un mundo distinto, aunque incomprensible, para él indescifrable.
La vegetación de la biblioteca todo lo penetra, se extiende por cualquier nivel o altura, y sus hermosos colores seducen al que la cuida y recorre, siempre ebrio por los perfumes que se desprenden.
Llega el momento en que la arquitectura deja de ser reconocible, pierde sus límites, devorada y digerida por las poblaciones de libros. Lo cerrado desaparece y se abren puertas a dimensiones antes inaccesibles. La biblioteca habitada hace estallar la física del domicilio y lo abre en una infinidad de caminos que llevan a cualquier navegación o destino imaginable. Llamo a esta apertura habitable la casa del poeta. Poeta, el que liba en la flor del libro y da lugar al nacimiento incesante de belleza. Él habita en la pleamar de lo abierto, no sólo sublunar sino que accede desde su jardín a cualquier luz del universo. Lo invisible se vuelve visible sin perder su invisibilidad y su misterio. Todo lo puede pensar el poeta y de alguna forma verlo.
Los límites del cuerpo son sobrepasados, cualquier espacio puede ser recorrido y el tiempo deja de ser irreversible, se abren ventanas al mismo que permiten asomarse a las vidas que fueron y respirar sus olores. Para el pensar del poeta no hay pasado ni futuro, flota en una extensión de agua infinita que configura su deseo.
Para el ser contrario al poeta, que se puede denominar el físico, que vive en su pensamiento en los niveles condicionados por lo cerrado, la casa del poeta es invisible, pasa a través de ella como a través del aire y el “no me olvides” de los libros, a lo sumo una hojarasca inútil y molesta. Todo lo que apetece o es característico de este ser físico o práctico es esencialmente aborrecible o indiferente al poeta: tendencia a la residencia amplia y sin embargo vacía, con la biblioteca ausente y ausente el pensamiento poético, proliferación de las fiestas del cuerpo y temor y angustia ante la muerte, esto último paradójico ya que no es más que el otro rostro de la incomprensión de la vida y el práctico teme lo que ya es pues en cierto sentido es un zombi, que está muerto sin saberlo. Volvemos al comienzo: traslado del domicilio de los cuerpos vivos en estado zombi al domicilio de los cuerpos muertos. Y aún su religión pretende consolarles ofreciéndoles una vida eterna que, en su inverosimilitud, es insuficiente para apagar sus miedos.
Para el pensar poético abrazar la vida mortal es lo esencial y, en consecuencia, incomprensible el temor.
Se podría hablar de dos especies diferentes. Aparentemente habitan, comen, beben, trabajan juntos. Copulan entre sí y pasean la misma realidad. Pero donde unos ven en la luz un puro fenómeno físico, los otros ven en la luz “el primer animal visible de lo invisible” (Lezama). Y esta invisibilidad no es nada metafísico, sino la física bajo el ángulo del pensar poético, una mirada que ha estado siempre presente en nuestra especie. Me pregunto si la evolución, a través del mecanismo de la selección natural conducirá a una humanidad en la que el pensar poético, sea dominante o tendrá como más adecuado para la especie, un cierto nivel del mismo. En el estado global actual de la evolución humana me inclino por esto último.

Aclaro, para que no se malentienda lo expuesto:
Uno. Toda poesía digna de tal nombre, es pensar poético.
Dos. La poesía es sólo una fracción del pensar poético.
Tres. El pensar poético no excluye y es compatible con la necesidad del pensar técnico de las disciplinas y prácticas particulares porque se mueve en otra dimensión desde la que, sin embargo, lo ilumina, lo completa e impulsa su transformación.