ANÉCDOTAS DEL GOBIERNO EN LAS QUE LA DERECHA, SIN TEMOR AL RIDÍCULO, VE ACONTECIMIENTOS TREMENDOS.
En su gira por Europa con natural epílogo en la Casa Blanca el “presidente” Guaidó ha visitado Madrid. Título de presidente que tiene el mismo valor que el de “general” en algunos regímenes militares africanos donde el beneficiario del mismo alcanza la jerarquía máxima desde el puesto de suboficial. El señor Guaidó es el líder visible de la oposición venezolana pero detrás de él se ven los hilos que mueven a esta marioneta con aspecto de Obama del Caribe y que maneja gente mucho más dura, entre ellos, el señor López, acogido en la embajada española en Caracas y cuya esposa y activista estaba al lado de Guaidó en Madrid. Los aires de buen muchacho, sin luces ni carisma, del personaje, caen bien en las cancillerías y en los medios y no asustan como esa derecha agazapada, con vínculos directos con la Secretaría de Estado y con el Pentágono, que espera entrar en el palacio de Miraflores a hombros de los marines, su única posibilidad. Si ello ocurriera, veríamos al Presidente oculto y no al fantoche actual.
No se ha debatido ni apenas comentado en ningún foro el error, enorme error, del Presidente Sánchez al reconocer a Guaidó como su homólogo en Venezuela. Error político. Además de una contradicción institucional. España mantiene relaciones diplomáticas con Venezuela, con un embajador acreditado ante el presidente Maduro. ¿El gobierno español reconoce a dos presidentes simultáneamente? ¿O es un reconocimiento limitado (el de Guaidó) puramente político para impulsar un diálogo y un cambio? Pero el aspecto jurídico no puede ser obviado en ese frívolo reconocimiento ni sus consecuencias de todo tipo, políticas, diplomáticas y económicas. Fue una arroutada, una acción improvisada cuyos efectos perjudiciales no han tardado en revelarse. Y no solo hubo el reconocimiento sino que el gobierno español lo impulsó en Europa que aceptó la decisión española, precisamente por el papel y el peso de las relaciones y vínculos de España con América Latina.
Y es la segunda vez que esto ocurre. Ya el presidente Aznar había protagonizado la “posición común” frente a Cuba, con el éxito de todos conocido. Pero cada nuevo inquilino en la Moncloa parece llegar en plenitud virginal y asumir el liderazgo de las relaciones internacionales con sorprendente frivolidad.
No es necesario extenderse sobre la realidad histórica de los vínculos peninsulares con América Latina (históricos, lingüísticos, culturales, económicos, de movimientos continuos de poblaciones en uno u otro sentido), una realidad de importancia mundial. Y todo hay que decirlo, la imagen americana de España es un factor decisivo de España a escala global. Y sin embargo nunca ha habido una política española definida, coherente y sostenida en el tiempo, más allá de las alternativas de gobierno, enfocada a los países americanos. Por no haber no hubo ni hay un ministerio encargado de impulsar esa política americana (hay de igualdad o consumo, para los que abundaría una Secretaría de Estado). Y la secretaría existente tiene un perfil bajo y accesorio, además de haber estado en trance de desaparecer en la última reorganización ministerial. Podemos preguntarnos qué haría Francia y su francofonía si poseyera esta riqueza americana, la respuesta no ofrece dudas. Por consignar una anécdota, que en realidad no es tal ya que las relaciones culturales entre los pueblos son un factor de enorme magnitud. Leía recientemente que parte del esfuerzo reciente en el estudio de la Normalización y revitalización de las lenguas precolombinas, ha sido financiado en parte con aportaciones del extranjero, por ejemplo, Noruega en el caso de los idiomas maya de Guatemala. ¿Realiza sistemáticamente algo semejante España (como sería ineludible y fuera de excepciones aisladas con ocasión del quinto centenario del descubrimiento)?
Volviendo a la frívola política de Aznar y de Sánchez. Sus errores no fueron cometidos ni siquiera por un dictador siniestro e inculto como Franco pero que, sin duda, percibía mejor que sus sucesores democráticos, posteriores a Zapatero, la realidad iberoamericana. Quizá recordando los envíos de trigo argentino de los años cuarenta mantuvo, frente a la presión de los EEUU, las relaciones económicas con Cuba. Los frutos están hoy a la vista. Y las diferencias ideológicas abismales del castrismo con la España franquista no impiden la memoria agradecida (que el propio Fidel expresó) recordemos, en el ámbito de sus competencias, la política cubana del presidente gallego Fraga, amamantado en el seno de la dictadura. Así se teje una urdimbre histórica, una memoria común de relaciones entre los pueblos que crea una enorme gravitación. Más allá de los gobiernos efímeros y de sus particulares preferencias, las naciones permanecen y a ellas deben apuntar las políticas, por encima de frágiles coyunturas. Y salvo el caso de gobiernos monstruosos (v.g., Tachito Somoza, Trujillo…) cualquier conflicto interno en un país latinoamericano debe ser considerado por nuestra parte con fina actitud, propulsando el diálogo y la mediación y salvaguardando siempre el futuro. Y no olvidemos que la defensa de los intereses de los sectores desfavorecidos (mayoritarios en los pueblos americanos) es prioritaria en una política latinoamericana de España, aunque esos sectores, por dificultades económicas surgidas del fracaso de políticas progresistas, puedan estar momentáneamente desilusionados y sean por ello presa fácil de la reacción para la que la miseria y la injusticia nada significan. Por ello merece el máximo elogio el presidente Zapatero con su incansable trabajo de interposición y de mediación entre las partes, cualesquiera que sean los frutos a corto plazo y no obstante los insultos e incomprensiones. Él no hubiera cometido el error de Sánchez, error que ahora éste último ha tenido que corregir en parte, y a pesar de la incoherencia, no recibiendo personalmente a Guaidó, tarea que dejó a cargo de la titular de exteriores (y en la Casa de América).
En el plano interno español, la claridad y determinación de una política americana de nuestro gobierno es imprescindible frente a una derecha desatada para la que cualquier incoherencia o insuficiencia de esa política es sabrosa carroña para sus hábitos de hiena. Ahora se alza ante nosotros tricéfala, moderna Hidra de Lerna, con la ventaja para nosotros de que las tres cabezas son mortales. Con la seguridad también de que decapitadas (metafóricamente hablando) de la sangre de las cabezas cortadas no alzará su vuelo Pegaso alguno ni amenazará con su espada Crisaor. Y a esta derecha se ha unido (ya hace tiempo) el presidente González con declaraciones apocalípticas sobre el gobierno de Maduro y trayendo a colación el nazismo. “Nadie podrá alegar ignorancia como entonces” (y como alegó él con los Gal).
La vida, con todas las vicisitudes que comporta, va tallando a lo largo de los años el rostro de los hombres, personas públicas o privadas, y, al final, cada uno tiene las facciones que ha merecido. De un pensador alemán se dijo que cada problema del siglo había dejado una arruga en su frente. El rostro de Felipe, abotargado y con las mejillas caídas, los ojillos hundidos, va revelando sus rasgos definitivos. Un buen ejercicio es la comparación con el rostro de Zapatero.
Venezuela es una metáfora (y mala) de la derecha en la política española. Con total olvido, por poner ejemplos, de los miles de asesinatos anuales en México, o de la violencia asesina de la policía en Brasil (también con miles de muertos), de la corrupción gigantesca en esos países, por supuesto, sin la menor crítica a la violencia privada y pública en los EEUU y a su política exterior en el tercer mundo, con frecuencia terrorista y poblada de asesinatos, ha concentrado su atención en Venezuela, la ha extraído de su ámbito natural de gravitación y la ha trasladado a España para someterla a la gravitación de la política española. Una imagen deformada e irreconocible del país latinoamericano ha sido arrojada como arma contra los progresistas de este país con el apoyo generalizado de los medios. Domina un lugar común y la izquierda vacila y se defiende mal de los lanzamientos de la derecha que por su estupidez no deberían alcanzar ningún blanco.
La visita de Guaidó fue aprovechada por la derecha triple en su ofensiva contra el gobierno. Recepción en un retórico jardín de hipérboles, llaves de oro de ciudades, atronadores presidente, presidente, desmesurados elogios y aún mayores descalificaciones a los adversarios, entrevistas con los líderes conservadores, incluido el de Vox. En mi opinión, el momento más risible, y de mayor ridículo, fue el discurso del alcalde madrileño, un enano en la sombra de Tierno o de Carmena. Por el aeropuerto de Madrid, pasó la vicepresidente venezolana quien tiene prohibido el acceso a territorio europeo por mor de ésa “posición común” impulsada por el presidente Sánchez. Las razones de ese viaje las ignoro, el hecho objetivo es que cambió de avión camino de su destino y que durante unas horas descansó en una sala del aeropuerto. En el curso de su estancia, la saludó y dialogó con ella un ministro del gobierno. La reunión duró un tiempo indeterminado, menos de una hora, lo que, por otra parte, no importa mucho, como tampoco que el espacio de descanso sea territorio español y, por ende, europeo.
Cualquier jurista sabe que una norma admite interpretación para adaptarla a casos concretos, interpretación que corresponde al gobierno español. Así lo entendieron en Bruselas donde la situación no mereció comentario. Por otra parte se trató con la dignidad exigida por su cargo a un representante de un país amigo y con el que mantenemos relaciones diplomáticas normales. Repito, nada que merezca más de una línea informativa.
Inmediatamente los líderes conservadores, especialmente los del PP, con Casado a la cabeza, donde no había nada, montaron un caso de sorprendente ridiculez con acusaciones relativas a la infracción de la prohibición europea y al escándalo de recibir a la política venezolana, poco menos que una represora criminal. En el artificial escándalo contaron con el apoyo de los medios de comunicación, especialmente las TV carroñeras que en su guerra por la audiencia huelen la basura con rapidez y ven la oportunidad de aumentar aquella por lo que aceptan el marco argumentativo de la oposición, desde el que lanzan sus andanadas al gobierno.
Hay que reconocer que tuvieron la ayuda inestimable del gobierno y, en concreto, del ministro Ábalos con su actitud vacilante, contradicciones y excusas tímidas con inútiles disquisiciones de si galgos o podencos. Faltó firmeza, principalmente al ministro, quien debió rechazar la ridícula controversia y poner a la prensa en su lugar, en vez de someterse, coitadiño, por ejemplo al inquisitorial examen de la lamentable señora Pastor con su pequeño y ridículo mundo de hemerotecas, con el antropoide gesticulante de “Al rojo vivo” al fondo. Ya es hora de que alguna vez imiten a Gabilondo, a quien, paradógicamente, llaman maestro. Creo que la calidad de una democracia se mide también por la calidad de su periodismo. Y éste nunca ha estado tan bajo entre nosotros, apóstol de la mentira y del disparate. ¿No le preguntó un quídam a la portavoz del gobierno la razón de no haber sido deportada la vicepresidenta de Venezuela? Si no saben, que aprendan o enséñeseles.
En fin, así es la derecha que tenemos, incapaz de comprender, lo que no abarca su horizonte de tópicos que, simplificando y sin demérito para las Castillas, llamemos mesetarios. De ellos se hallan en estado de embriaguez permanente. Son fruto de una larga historia que ha configurado un álbum de fotos obtenidas con un enfoque muy especial y complejos retoques y eliminaciones. Vemos en ellas, irreconocibles, héroes prerromanos, a Pelayo, el Cid, los Reyes Católicos… Hasta llegar a las abundantes de Franco con un brazo apoyado en la Constitución. Son la fuente de inspiración de sus ministros como los barrigones que cantan “somos los novios de la muerte” pero que se inclinan, criados ante el rey, el anillo episcopal o el departamento de estado USA, sin olvidar el cortejo a los presidentes de las grandes empresas. Por supuesto desconocen lo que es la Política (no sería necesario escribir la palabra con mayúscula, o la política tiene su estatura o no es). Y por supuesto ni han oído hablar de poética.
Un gobierno progresista debe actuar ante esa derecha como si no existiera, rechazar su horizonte de argumentación pues quien acepta el horizonte de los tontos acaba diciendo tonterías. Ningún ciudadano, por demócrata que sea, está obligado a discutir estupideces fruto de la libertad de expresión. Es un virus que se contagia automáticamente con la contraargumentación. Reírles su ridiculez y por supuesto no sentir temor. Es absurdo el miedo y la contemporización tímida que embarga a amplios sectores de la izquierda. ¿Miedo a qué? No hay peor temor o angustia que el que no se origina de una causa concreta o analizable.
Y más injustificable es ese temor ante la derecha si se piensa que detrás de un gobierno progresista está la mayoría de los desfavorecidos que siempre crece, como crece la desigualdad. El único peligro, y lo único que debería causar temor, para un gobierno progresista, es desilusionar, decepcionar a los que en él confiaron y volverlos vulnerables a los cantos de sirena de la derecha, tras los que se esconde un destino conocido. Una derecha que habla de la igualdad de los ciudadanos españoles pero que vende las viviendas sociales a fondos buitres, sin que la justicia tenga nada que decir.
La empatía con los desfavorecidos y la acción resuelta contra la desigualdad y sus abusos tiene que ser el eje cardinal de una política progresista, radicalmente democrática. Y debería haber un ministerio con competencias transversales para atender reclamaciones concretas y urgentes y dar solución a lo inaplazable que no encuentra tratamiento eficaz en la actuación lenta y reglamentada de la administración.
Con una política así es posible, y para su desesperación, mantener alejada a la derecha indefinidamente del poder. Y es lógico, si “los que son más iguales que otros” son minoría frente a la mayoría de izquierdas en este país. La derecha que tenemos, incomparable con otras de Europa Occidental, solo puede ganar unas elecciones generales (además de la ayuda del sistema electoral) al amparo de grandes convulsiones, como muestra la historia de los últimos años: corrupción generalizada del gobierno socialista, que trajo a Aznar, y crisis económica mundial, que nos regaló a Rajoy.
Pero las aguas vuelven a su cauce.