De la misma forma que hay una transexualidad y que las
personas pueden ser transexuales y, en consecuencia, querer vivir con
normalidad su auténtico sexo y que éste sea reconocido por la sociedad con el
desarrollo de todas las políticas idóneas a tal fin, de igual modo, repito,
acontecen la transpolítica y las personas, mejor los ciudadanos transpolíticos.
La maduración de las sociedades democráticas, cuyo último fin, en definitiva,
es lograr el mayor grado de convivencia pacífica en el cuerpo social, lo que
implica eliminar toda discriminación y reconocer plenamente a las minorías, ha
llevado en Occidente al reconocimiento de la problemática de los transexuales,
social y legislativo, acompañado de políticas activas de lucha contra los
prejuicios. Incluso en Alemania se permite inscribir en el Registro Civil un
sexo no masculino ni femenino, neutro (fascinante paralelo con los géneros
gramaticales). Claro que de ahí no se puede derivar la concepción del sexo como
construcción social, la naturaleza siempre está presente, son sus exigencias,
precisamente, las que plantean el reto del reconocimiento del derecho. Otra
cosa es una variedad de actitudes, tenidas tradicionalmente por propias de la
naturaleza masculina o femenina y que, en realidad, son debidas a una
determinada educación.
Pero volvamos a la transpolítica y a la situación del
transpolítico. El transpolítico es aquel ciudadano que se siente encerrado en
un cuerpo jurídico-político que no es el suyo, lo vive como una prisión que le
impide ejercitar sus derechos individuales en el marco político del cuerpo
nacional que le es propio. Un ciudadano, por ejemplo, está dentro de un cuerpo
jurídico-político español, en el marco de una nación española y el poder espera
de él que actúe y reaccione como español y que en ese marco nacional ejercite
con plenitud sus derechos de ciudadano. Pero el problema es que ese ciudadano
no se siente español, su identidad política nacional es, v.g., catalana, vasca
o gallega, o bretona o eslovena. El ejercicio de sus derechos políticos sufre y
se ve limitado por no poder actuarlos como ciudadano y en el marco de la
auténtica nación que es la suya. Sus lealtades no son las de un español
auténtico, que vive su nacionalidad sin problemas, rechaza la imposición de una
historia y de una cultura que no son las suyas y que le ahogan. Y en los
poderes de esa nación oficial, en la acción de sus dirigentes y élites no ve
más que violencia al servicio de prioridades e intereses ajenos.
A diferencia de la situación de la persona transexual, la
problemática de este ciudadano transpolítico no está recogida por el derecho
español. Es más, se invoca la Constitución (un conjunto de líneas rojas
pactadas con un franquismo debilitado pero titular, entonces, de la fuerza)
como decisivo obstáculo, con su afirmación de una única nación española
indivisible. ¡Qué nominalismo! Como si el nombre creara la cosa. Y así se niega
la transpolítica pues habría que reconocer variedad de naciones dentro de ese
espacio mítico que se defiende con uñas y dientes, pues admitir su negación
supone sobre todo pérdida de poder, pero también, y no menos importante,
renuncia a una identidad fantasmática, en aras de la auténtica imagen que
entonces se vería en el espejo. Admitir el derrumbe de un castillo de falsedades
históricas, falsas sobre todo en la generalidad de su aplicación, sería
renunciar a una identidad construida, con tanto esfuerzo, a lo largo del
tiempo.
Por ello, el poder del estado, no solo afirma la única
nación sin que se sepa muy bien lo que son las tiernas y temblorosas
nacionalidades (en el mejor de los casos peculiaridades, en el peor,
transitorias inflamaciones). También rechaza al transpolítico, le pide que viva
su transpolítica en el ámbito del pensamiento (igual pedirle a un transexual que
se contentara con pensar su identidad sexual) y que aprenda a convivir con sus
conciudadanos, que se deje de ensoñaciones y quimeras y que madure, maduración
equivalente al ejercicio responsable de sus derechos de ciudadano español. Si
no, ya se sabe, encuentro, y no en la tercera fase, con el Código Penal (el
equivalente a los electrochoques y lobotomías de antiguas políticas curativas).
Pero el mundo del transpolítico no es el predominante individual del
transexual. Hay millones de transpolíticos. Incluso pueden ser mayoritarios en
su territorio nacional. Los conflictos de una identidad sexual no reconocida u
oculta tienen en la transpolítica un alcance colectivo y una transcendencia
para la alteración de la paz social, incomparables. Frustración de millones de
ciudadanos transpolíticos ante la violencia institucional, mucho más
intolerable en los disfraces y manipulaciones democráticas que la franca
represión de la dictadura ya que en la represión democrática las mentiras y
falsedades del lenguaje del poder son uno de los principales vehículos de
violencia pues su principal función, aparte del descrédito del adversario, es
ocultar la realidad de la violencia institucional que produce, como reacción,
estallidos periódicos de violencia, inevitables incluso en la estrategia
política más pacifista. Si en un individuo conflictos no resueltos pueden
producir estallidos que, en su efecto liberatorio, pueden ayudar a una mayor
integración de la personalidad, pensemos adonde pueden llegar millones de
ciudadanos frustrados, transpolíticos no reconocidos, a los que se les niega,
literalmente, su casa propia, sometidos continuamente a la violencia
lingüística del poder y de sus medios que visten y justifican la legalidad
restrictiva y lobotómica defendida por tribunales y policías. Desde luego todo
estaba mucho más claro contra Franco.
Pero ahora, en democracia, el poder, con un angelismo
hipócrita, exige condenar cualquier acto violento, él, que es la fuente de la
violencia original. Recuerdo un dibujo humorístico en la prensa de hace muchos
años. Dos policías llevan a un preso inmovilizado con fuertes ligaduras.
Inútilmente se resiste el detenido. Uno de los policías le dice al otro: “Qué
tiempos de violencia. Fíjate como se agita.”
Finalmente, una confesión personal: soy transpolítico. Vivo
encerrado en el cuerpo jurídico político de ciudadano español. Un cuerpo de
naturaleza fantástica que me es odioso, una fantasía propia de una imaginación
mediocre. Odioso el lenguaje que lo exalta, odiosa una historia y una cultura que
quieren imponer, imponerme, a mí, que soy gallego de nación, habitante de un
espacio geopolítico muy diferente del de “la nación indivisible”, odioso su
castellano oficial tan diferente de mi español gallego. Odiosas las
instituciones “que nos hemos dado” de la nación mítica, y especialmente la
monarquía que las corona, esa sagrada familia, que reproduce a la cristiana, y
que quisiera servirse de los ciudadanos mil años más. La lucha por la República
no es solo la lucha por un cambio de régimen, es mucho más, alcanzar otro
horizonte social, una diferente concepción del mundo, del que se ha extirpado
la mentalidad de vasallo con su inclinación servil a doblar la cabeza o la
rodilla, prosquinesis que no es solo física sino principalmente moral y propia
de las manadas jerárquicas animales, no de ciudadanos.
Y especialmente odioso el alambique que destila el
aguardiente español, extrayéndolo de la mezcla mítica española para su consumo
indiscriminado dentro y fuera del Estado: Madrid, el gran jíbaro del sistema con
el que se identifica, su gran resultado es la España madrileña que crece y
engorda a través de los tentáculos de sus cipayos, que solo anhelan llegar a su
cabeza.
No me importa decir que en los largos años del franquismo no
he sentido la indignación que de mí se apodera en democracia. O por lo menos,
era una indignación esperanzada donde estaba clara la trinchera de los
criminales, claros los objetivos y no había lenguaje que pudiese ocultar la
ridiculez asesina del “caudillo” pues hasta era risible la jerga de la
dictadura.
Ahora, desde el seno de la democracia madura, que habitamos,
surge constante, no por ingenua menos efectiva, una manipulación, una
incansable versión española de lo políticamente correcto que niega a millones
de ciudadanos su condición de transpolíticos en aras del dominio de la
identidad correcta. Uno se ve capaz de responder con violencia a esta
violencia, pero al fin, persona de orden y de libros, se contenta, al escuchar
los evangelios del sistema si conecta un noticiario y resuena la voz meliflua y
sonriente o escénicamente amenazante del lacayo de turno, con repetir con
Catón, una y otra vez “delenda est Cartago”, digo “delenda est Madrid”. Por
supuesto destrucción puramente política, destitución de su capitalidad,
atribuible con preferencia a una pequeña ciudad, acompañada de una política de
dispersión de toda clase de órganos y jurisdicciones. Por ejemplo, Emérita
Augusta, capital de una confederación ibérica, acompañada por Braca, Évora,
Lucus, Astúrica o Tarraco, por citar algunos nombres. Las cosas serían mucho
más fáciles, o empezarían a serlo, con una capital redimensionada y la
consiguiente diseminación de los turiferarios del sistema.
OCTUBRE, 18. POMPOSOS ACTOS PÚBLICOS.
FIESTA DEL 12 DE OCTUBRE.
1. Veo unas imágenes televisivas del desfile de la
Castellana. Siempre es interesante ver la foto de la cúpula del sistema que
controla y protege nuestra democracia madura: Sagrada Familia, el presidente y
su gobierno, presidentes de los altos tribunales y sus consejos, jefes
militares y de la policía, presidentes del congreso y del senado, presidentes
autonómicos…. Expresidentes y toda clase de políticos, la mayoría con la nota
simpática de sus consortes que preparan el despliegue de sus vestiduras para la
pasarela de la posterior recepción. Los medios son los fotógrafos y
comentaristas del acto.
Un paracaidista, parece que sumamente experto, enreda, al
descender, la bandera de la España monárquica en una farola. Excelente metáfora
del conflicto territorial español. Como harían los romanos, los representantes
de la soberanía nacional deberían consultar a los harúspices o mejor, en este
caso, los vuelos de las aves. No quiero ocultar el carácter funesto de ese
presagio del que cabe sospechar el rechazo de los dioses a la política del
gobierno con relación a Cataluña.
2. Cuando veo a tanto principal, sobre todo al Rey (no
deberíamos hablar de monarca pues el poder se ausentó hace mucho de la palabra)
o a los militares, tan condecorados, con dos o tres filas de medallas, veo en
ellas el cuadro de mando de un ascensor. Al contrario del paracaidista me entra
el deseo de ascender y desearía apretar los botones de las condecoraciones y
exclamar “al octavo, por favor”.
ENTREGA DE LOS PREMIOS PRÍNCIPE DE ASTURIAS.
Vaya por delante mi admiración por los premiados y, en
general, por los que lo han sido los años anteriores. Pero se merecían, pienso,
un acto más sobrio que los celebrados hasta ahora, llenos de un protocolo
propio de individuos pomposos y excesivos. Todos los premiados deberían hablar
con amplitud y la intervención de las autoridades, ceñirse a un escueto y
humilde reconocimiento de la calidad de aquellos. En mi opinión sobra el
ejercicio memorístico del Rey sobre lo que otros le escribieron y al que, como
a cualquier cabeza coronada, la superioridad intelectual le resulta
indiferente.
No hablemos de la presentación en sociedad de la heredera de
la Sagrada Familia que, junto con el estilismo de su mamá, es lo único
importante para los asistentes. Los premiados deberían ser conscientes de que
están de relleno y que lo que se juega en la ceremonia es la reiteración ritual
de confirmación del vasallaje. Como aconsejó el Rey a su hijita Leonor en la
entrega a la misma del Vellocino de oro, delante de las más altas autoridades
del Estado (tuve la impresión de estar en Tailandia), Vellocino que, por
cierto, no necesitó de argonautas o medeas que lo elaboraran, Vellocino-baratija,
por tanto, realidad de las más altas condecoraciones: “no te apartes nunca del texto
constitucional, es tu camino, el que debes siempre seguir. Así gozarás, y
transmitirás a tus hijos, el perpetuo vasallaje de nuestros queridos súbditos,
que viene nada menos que de Pelayo, a ti tan próximo por razones familiares”.
2. En la entrega de los premios del año anterior tuve el
placer de escuchar el canto haka del equipo de rugbi de Nueva Zelanda, los “All
Blacks”. Se trata de un haka que se recita y dramatiza, con gritos y gestos
estilizados, en todas las competiciones internacionales de la selección.
“Hakas” hay muchos y con diferentes finalidades, en este caso, para intimidar
al adversario.
El jefe del coro es siempre un maorí y el resto del equipo
responde como un coro. Presento aquí el texto del haka y mi traducción, después
de examinar otras y de las que difiere en diversos detalles:
“Ka mate, ka mate
Ka ora, ka ora
tēnei te tangata pūhuruhuru.
Nānanei i tiki mai whakavhiti te rā
Upane ka upane
Whiti te ra, hi!!!”
“Es hora de morir, de
morir.
Es hora de vivir, de
vivir.
He aquí el hombre
cuyos cabellos brotan sin cesar.
Ahora intenta hacer
aparecer al sol (ra).
Avancemos lentamente
Aparece Rā hi!!”
Los versos se repiten (La traducción no es literal).
OCTUBRE, 20.
TERRORISMO Y VIOLENCIA. EL TEMPLO DE JANO.
La palabra “terror” viene del latín “terreo”. Temer, hacer
temblar. “Terror” en esa lengua es el temblor producido por el miedo y es, con
alargamiento, la raíz “tremo”, temblar (español trémulo), datos de una
conversación con el venerable y queridísimo Ernout.
Ya en el significado de la palabra vemos que hay una
relación entre temblar y hacer temblar, estar asustado y aterrorizar, entre la
angustia de los menos por perder sus privilegios y la opción por una política
de terror o de violencia (o una política que alterne a ambos, según las
ocasiones) para mantenerlos. La palabra “terrorismo” es moderna aunque
políticas terroristas fueron utilizadas siempre, desde la antigüedad hasta el
fin del antiguo régimen, recuérdese en éste la aplicación teatral de una
justicia bárbara con pura finalidad de represión. Pero la reflexión política
sobre el terrorismo es posterior a 1789 cuando la caída de los girondinos y el
gobierno revolucionario de Robespierre, de quien son estas palabras: “el terror
no es otra cosa que la justicia pronta, severa e inflexible” y fue aplicado
durante el período 1793-1794, aunque ya sin las salvajes ejecuciones de siglos
anteriores.
Después, durante más de doscientos años hasta hoy, el temor
a perder monopolios ilegítimos de poder o a que se revoquen posiciones
intolerables de desigualdad económica o a ideologías revolucionarias han
propiciado políticas de miedo colectivo que se hacen reinar sobre una población
para quebrar su resistencia. Esto ha ocurrido, no solo en toda clase de dictaduras
sino también, con mayor o menor intensidad, en regímenes aparentemente
democráticos, pero que de democráticos solo tienen el nombre.
Pero no solo los regímenes mencionados han utilizado el
terrorismo. Las democracias más asentadas no han sido ajenas al terrorismo bien
aplicado sistemáticamente, bien y es lo más corriente, actos aislados de terror
que ponen el acento dentro de una política de violencia represiva. El primer
caso, el del terror sistemático democrático, es excepcional, aplicable en una
situación colonial contra una población extranjera. Por mencionar algún caso,
aparte del terrorismo USA en Vietnam, el ejemplo de Francia en la guerra de
Argelia, que alcanzó también el territorio francés con la represión de los
argelinos de París cuyos cadáveres, y gobernaba De Gaulle, flotaron abundantes
en el Sena. Si el régimen político se ve en peligro, la monarquía griega al
finalizar la Segunda Guerra Mundial, a causa de la guerrilla, también se
recurre a una política terrorista de fusilamientos masivos.
Pero lo normal en las democracias occidentales ha sido desde
sus comienzos, sintiéndose el poder cuestionado por un número mayor o menor de
ciudadanos en sus opciones y características fundamentales, la aplicación de
una política de violencia represiva más o menos sofisticada, con la presencia
constante de actos terroristas aislados. Un ejemplo han sido y son los EEUU,
con su violencia policial constante, con miles de víctimas cada año. Los peores
episodios podemos calificarlos de terrorismo del sistema, como lo fueron en los
años veinte en Chicago el ahorcamiento o electrocución de sindicalistas. En el
fondo de la represión siempre está presente el temor del sistema (siempre
injusto, aunque la medida de la desigualdad pueda ser diferente) ante las reivindicaciones
de todo tipo de los más, sean económicas, raciales y en general de igualdad y
no discriminación.
Es claro que según las democracias formales han ido
progresando en occidente en democracia real, la violencia y las políticas de
represión en general han ido cambiando en su realización, mucho más
sofisticadas y con altísimo grado de manipulación, utilizando los servicios
valiosísimos de los medios, hasta el punto de no llegar a ser percibidos como
tales en ocasiones. Y utilizando el terror, materialmente, aisladamente y con
precisión de cirujano. Pero sobre todo el concepto de terrorismo y una política
represiva basada en el mismo.
Pero ya es hora de que dirijamos la atención a nuestra
democracia, la democracia del reino de España en este año del señor de 2019. No
seré yo quien ponga en cuestión la naturaleza democrática de nuestro régimen
político, incluso el progreso democrático real en las últimas décadas del siglo
pasado, aunque hoy en ciertos aspectos haya una clara regresión de la que
después hablaremos. Pero ello no obsta a la injusticia básica del sistema,
basado en una escandalosa desigualdad social, con la concentración creciente de
la riqueza y el poder económico, cada vez más pobreza, y un poder al servicio
de mono y oligopolios que agradecido abre sus puertas a los políticos de turno
con retiros dorados. Naturalmente el sistema ve siempre asomar amenazas en el
horizonte por la acción indignada de la mayoría desfavorecida o por la articulación
política que la represente.
La reacción del sistema no es hoy violenta, no necesita
serlo ante estas amenazas, en general. Le es suficiente una manipulación
generalizada, con la utilización de los medios y sobre todo, las televisiones
con la descalificación universal de toda clase de “populismos” y políticos de
conversión en pasivos espectadores acríticos al mayor número posible de
ciudadanos. Y donde la manipulación no es suficiente o no aplicable, siempre
está presente la posibilidad de utilización de la policía. Es sorprendente la
falta de reacción violenta de la población (y creo que debida a esa pasividad
impulsada por el poder) ante la violencia económica del sistema (una larga
historia de abusos de eléctricas, bancos, grandes empresas…) salvo en el sector
de los desahucios, donde la solidaridad vecinal puede originar micro
situaciones de resistencia, resueltas por la intervención policial.
En nuestro país, por ahora, la desigualdad económica y en
general, la injusticia del sistema en este terreno, no es una fuente
significativa de peligros para el mismo.
Lo que realmente amenaza al actual régimen político es la
crisis territorial propiciada por el no reconocimiento de la pluralidad de
naciones en el Estado que no son reconocidas en aras del mantenimiento de una
mítica nación indivisible española que asegura el control del poder y del
sistema, no obstante la vigente articulación autonómica. Control de poder en
sus aspectos más decisivos (económicos, políticos, ideológicos). La crisis
territorial viene de lejos, con sus raíces de siglos en la historia española.
En los años treinta nos encontramos con la proclamación del Estado catalán.
Después más de cuarenta años de acciones terroristas de ETA, el movimiento
vasco de liberación, en palabras de Aznar. Hoy la proclamación de la República
catalana, un paso histórico irreversible, mientras espera el País Vasco. Otras
posibles crisis territoriales por reivindicaciones nacionales apuntan en el
horizonte.
Lo que no han logrado las crisis económicas, sus injusticias,
desigualdades y abusos está en camino de lograrlo la crisis territorial. Es la
amenaza más grave a la democracia surgida del pacto constitucional
postfranquista. Crisis que no se resuelve solo con una nueva articulación
territorial (tal la autonómica) sino que afecta a todos los aspectos del
sistema, a la propia esencia de España según es imaginada y presentada por éste,
un terremoto, sea la solución la independencia de las naciones, sea una
confederación. Ante esta amenaza existencial, el sistema reacciona, no solo por
la vía de la manipulación (de menor eficacia en este campo) sino por la vía de
la represión, intensificando la violencia institucional (tribunales, fuerzas de
seguridad, vías administrativas y legislativas) e incluso el terrorismo, este
último representado por la política de los Gal en la época de Felipe González.
Pero esta política es hoy inaplicable, algo claramente superado. Mucho más
insidiosa es la utilización del concepto de terrorismo en la legislación y en
la práctica de los tribunales, un concepto cada vez más expansivo y con una
finalidad clara de amedrentar y cuya aplicación aumenta su eficacia con la
sustracción del derecho al juez natural y su sustitución por tribunales
centrales, como la audiencia nacional (sustituta del T.O.P.) y que se pueden
calificar de excepción.
Examinemos con mayor detalle la reacción del poder. La
manipulación, una política sistemática de manipulación está a cargo de los
medios y de los políticos e individuos de las élites, potenciándose
recíprocamente. De esta manipulación generalizada resaltaré aquí la
falsificación del análisis de la situación por la amputación del diálogo al
silenciar la cuestión fundamental, la existencia de naciones otras que la
española que, admitida, exige respuestas institucionales. Todo se reduce a una
crisis de convivencia, presupuesto el horizonte “Extremadura” para Cataluña
(Sánchez Dixit). Dentro de ese horizonte mononacional solo son posibles
determinadas preguntas y respuestas, se pregunta, por ejemplo, por qué no se
condena la violencia por los nacionalistas y no se pregunta por el origen de
esta en la violencia institucional que utiliza el escudo de una constitución
viciada en su origen como un escudo formal, la legislación, en general, como
una realidad natural, dentro de un positivismo arcaico y ampliamente superado.
Nadie se pregunta si, v.g., en los recientes desórdenes de
Barcelona, además de motivaciones políticas, se expresan también conflictos
sociales de otro tipo relacionados con las injusticias de nuestra sociedad
desigual y que pueden actuarse más fácilmente en el terreno de la
reivindicación nacional.
También quisiera aludir a lo correctamente político de un pacifismo
angélico que el sistema manipulador ha desarrollado en España. Libres aquí de
lo políticamente correcto vigente en USA en cuestiones raciales y de género,
sin embargo nos invade el angelismo de la no violencia (además del de que
dentro de la legalidad todo es posible). Los medios observan atentos desórdenes
públicos mucho más violentos en el extranjero (Chile, Hong Kong, chalecos amarillos
en Francia) con frecuencia comprensivos o aprobatorios. Pero si suceden entre
nosotros, el más mínimo resulta intolerable, aunque sea un empujón o un
escrache a un periodista que no cesa de mentir y manipular en el epicentro del
desorden. Durante horas repiten en las televisiones los mismos desórdenes, una
misma escena, un mismo fuego para suscitar una imagen de ciudad bombardeada o
tomada por asalto. Nadie, en general, defiende la violencia, pero ésta es una
constante histórica ante las grandes injusticias sociales o los procesos de
autodeterminación nacional, que tropiezan con la resistencia del poder. Los que
aplican la violencia del Estado exigen a los represaliados naturaleza angélica.
Elemento esencial de la política represiva contra la crisis territorial es la
utilización de los tribunales (combinada con una política de agravación de
penas y de nuevos tipos delictivos, como la Ley Mordaza) y sobre todo la
aplicación expansiva del concepto de terrorismo con el corolario de las penas
más severas. Veamos los diferentes aspectos de esta política represiva:
a) Mencionamos ya la organización judicial, la jurisdicción
expansiva de la Audiencia Nacional en detrimento del juez natural, también la
ausencia de un juez de garantías por la confusión del instructor y del
juzgador. El propio sistema de nombramiento de jueces, autoritario y que
favorece la mentalidad acrítica y también autoritaria del juez opositor. La
propia historia de la magistratura, silenciosa ante los asesinatos de 1936, que
aplicó cuarenta años las leyes del franquismo y que, gracias a la amnistía de
la transición, pasó sin despeinarse al sistema democrático, continuando en la
formación autoritaria de los nuevos jueces, con todas las excepciones que se
quieran.
b) Promulgación de nuevas leyes represivas (Ley Mordaza),
agravamiento de penas en el C.P. (prisión perpetua revisable), propuesta de
nuevos tipos penales en materia de rebelión y secesión. Agravación en la
práctica de la prisión preventiva hasta extremos intolerables (casos Rosell
luego absuelto, los presos del Procés). Utilización represiva de la política
penitenciaria así como del Código Penal para el tratamiento de situaciones en
las que sería suficiente (o igual de insuficiente) simples medidas políticas.
El Reino Unido suspendió varias veces la autonomía norirlandesa, sin necesidad
de inculpación penal alguna. Uso político de la inhabilitación para cortar
cabezas en las organizaciones políticas adversarias. Recurso constante al
Tribunal Constitucional (designado por el sistema) para coartar la libertad de
debate de un Parlamento y generar una desobediencia con la consiguiente
transcendencia penal, llegándose al ridículo jurídico de recurrir declaraciones
sin efecto jurídico, como la reprobación del Rey, que por mucho que se revoque,
seguirá reprobado.
Especialmente significativo en la política represiva es la
ampliación del concepto de terrorismo por vía legal (proliferación de delitos
de apología del terrorismo e incitación al odio…) y por vía judicial condenando
por terrorismo, colaboración con banda armada y toda la galaxia de figuras
afines. Especialmente sangrantes son casos como el de Otegi, condenado a seis
años (con un voto particular en contra) cuando precisamente luchaba por el
triunfo de una estrategia puramente política en el País Vasco. O los condenados
en Alsasua por una reyerta de bar penas semejantes a las del homicidio, no
habiéndose producido lesiones importantes. O inculpar por apología del
terrorismo a la autora de un chiste sobre la ejecución de Carrero que en el
momento en que se produjo, el país vivió como la explosión de un tapón que
obturaba la botella de las libertades. Recientemente, con ocasión de los
desórdenes en la capital catalana, un juez de la Audiencia Nacional ordenó el
cierre, por sospecha de terrorismo de la página de internet de “tsunami”
democrático y los sindicatos de policía pidieron que esos desórdenes se considerasen
terrorismo. Por supuesto que a ningún juez, político o medio se le ocurrió
nunca calificar de terrorismo la situación de una familia desahuciada y enviada
a la calle o la venta a fondos buitre por la alcaldesa de Madrid, señora de
Aznar, a bajo precio, de viviendas sociales, con las consecuencias de todos
conocidas o la corrupción institucional de PSOE o PP.
Los ejemplos no se agotan. Otro, y ridículo, es que se
pretenda aplicar la figura de apología del terrorismo, las acogidas-homenaje de
sus vecinos a los presos de ETA que han pasado veinticinco años en prisión y
que reciben ese gesto cordial de simpatía pero que resulta ofende a las
víctimas. Sin embargo los continuos homenajes a Franco no suscitan comentarios.
Se olvida que, con frecuencia, los terroristas de hoy,
aunque justamente penados, si en el futuro triunfan otros relatos nacionales,
serán los héroes de los mismos. Ahí está el ejemplo del que fue Primer Ministro
de Israel, Beguín, en su tiempo conspicuo terrorista que pudo acabar ahorcado y
que permanece, para la posteridad, como Premio Nóbel de la Paz.
Al margen, ¿incurrió el presidente Aznar en apología del
terrorismo cuando calificó a ETA de movimiento vasco de liberación nacional?
Finalmente, la represión de los derechos colectivos acaba
conduciendo a la limitación en el ejercicio de los derechos individuales del
ciudadano, fundamentalmente del derecho fundamental de la libertad de
expresión.
La máxima aspiración del poder sería que frente a la
violencia institucional y la dimanante de las injusticias y desigualdades
sociales toda protesta de las víctimas se redujera a manifestaciones y
protestas que a fuerza de pacíficas resultan impotentes, quedando la violencia
del Estado indemne. Y si se suscita una respuesta violenta, tratarla, poniendo
entre paréntesis sus causas.
Como se sabe Iānus (Jano) era un Dios con doble rostro, uno
delante y otro detrás. Su templo en Roma tenía también dos puertas. Pues bien,
nuestra democracia tiene también dos puertas: la principal, ante la que se
congregan los manifestantes con sus protestas y exigencias, ampliamente
iluminada. Y otra trasera, en sombras por la que se vierten las políticas de
injusticia y de desigualdad del Estado y la represión de los congregados ante
la entrada principal.
OCTUBRE, 23.
¿NECESITAN LOS DELFINES UNA CIVILIZACIÓN TECNOLÓGICA?
He leído estos días un libro, excelente, “Vida, la gran
historia” de divulgación biológica sobre la evolución, del paleontólogo J. L.
Arsuaga. Al exponer el horizonte científico vigente, las diversas teorías que
explican los datos y las dudas que surgen y los problemas planteados, anima al
lector, a partir de ellos, a utilizar su cerebro. Invitación posible en
biología pues, expuestos los resultados de la investigación científica de base,
sobre los que el profano naturalmente no tiene nada que decir, sí puede pensar
con provecho sobre la problemática que aquellos plantean. Y con mayor provecho
cuanto mayor es la generalidad de aquella, cuando está involucrado el papel y
el destino de la especie, cuestiones que no pueden ser ajenas a ninguna inteligencia.
Al fin y al cabo estas cuestiones y problemas, decisivas para el ser humano, se
piensan y se comunican en su mayor parte en un lenguaje natural y solamente es
preciso aprender el vocabulario técnico correspondiente y su uso por los
diversos autores y corrientes científicas, lo cual por supuesto, no es pequeña
tarea. La situación es muy diferente en la divulgación de los resultados de la
física o de la química. Aquí hay una tarea previa, sin la cual es imposible
pensar críticamente la divulgación: conocer la lengua de estas disciplinas, las
matemáticas. Sin ese conocimiento, no digo que sea perder el tiempo leer esa
divulgación, pero sí imposible conocer con un mínimo de rigor el alcance de lo
que se dice y debatirlo críticamente. En la traducción al lenguaje natural del
lenguaje físico-matemático se pierde prácticamente todo y solo quedan problemas
flotando vagamente como medusas que al rozarnos con sus tentáculos a algunos
inadvertidos les inoculan el veneno de un ridículo falso saber. Cuántos hoy
conocemos que procedentes de terrenos muy distantes al de la física, incluso
del literario, te informan sin embarazo de que se apasionan, por ejemplo, por
la mecánica cuántica, como si supieran de lo que hablan. Yo siempre les
pregunto si tienen algún conocimiento de matemáticas, si pueden comprender
matemáticamente los problemas planteados. Siempre es negativa la respuesta,
pero no importa, seguirán creyendo que conocen y pontificando con voz engolada,
puentes que se hunden al primer atisbo de examen serio. Y la metáfora del gato
de Schrödinger seguirá causando daños en estos espíritus ingenuos. Más hubiera
valido que este elemento literario no se hubiese introducido en la exposición
ya que, mal entendido, a él se agarran estos apasionados cuánticos, como a un rostro
amigo en una muchedumbre de desconocidos. La invitación cordial de Arsuaga es
imposible de aceptar en la divulgación física. Quizás, como me dice mi hija
Leticia, física de profesión, permanece la posibilidad de plantear preguntas.
Y, añado yo, la posibilidad de pensar el material científico divulgado, desde
el horizonte literario o poético. La literatura y la poesía se nutren de todo,
incluso de material científico de segunda o tercera mano. Y los resultados
pueden ser deslumbrantes y de una profundidad significativa en nuestras vidas.
Seguro que J. L. Borges comió del famoso gato y con su digestión alumbró luz
perdurable para todos nosotros. Pero volvamos a los delfines.
Examina Arsuaga en el libro citado “la posibilidad de que la
mente racional pudiera evolucionar en un tipo de animal que no fuera humanoide
en cualquier lugar del universo. Y al mismo tiempo nos preguntamos si para que
un animal llegue a convertirse en un humanoide tiene que seguir los mismos
pasos que ha seguido el curso de nuestra propia historia”. “¿La disyuntiva es
los humanoides o nadie? ¿Hay una vía única hacia la inteligencia? En un
capítulo interesantísimo titulado “Los humanoides” examina con amplitud de
criterio (y generosidad) si nuestra aparición era muy improbable o, por el
contrario, nuestra evolución era predecible. Su conclusión (pgn 510) es que
después de todo “no haya que esperar nada realmente nuevo de las demás
especies, no porque carezcan de potencial evolutivo sino porque mucho me temo
que las especies del futuro serán como los humanos queramos que sean, y solo
existirán las que permitamos que existan. Las reglas del juego evolutivo han
cambiado definitivamente”.
Antes “suspendiendo la incredulidad” ha jugado con “moluscos
viajando en naves espaciales” o “delfines o elefantes artistas plásticos” y
recoge la clásica narración del relato evolutivo. Postura bípeda, extremidades
anteriores libres de la locomoción y disponibles para el manejo delicado (y
creación) de instrumentos, “precisión tremenda en la información que nos llega
a través del tacto y de la visión binocular” (prerrequisito para el pensamiento
conceptual (Huxley). “O que solo un vertebrado terrestre grande, para que le
cupiera un gran encéfalo, con manos… dotadas de pulgares oponibles y dedos con
uñas planas y yemas sensibles podría haber llegado tan lejos” (Wilson). El
propio Arsuaga se pregunta si, “por muy inteligentes que sean, podrían llegar
los delfines o los elefantes a producir una civilización tecnológica… ¿No
estarán limitados por la ausencia de órganos prensiles…? Y en relación con esto
expone el parecer del antropólogo Howells sobre las dificultades para que en el
mar pudiera surgir una civilización. Superada la antigua objeción de la
comunicación difícil en el medio acuático (por lo que sabemos de los cetáceos,
permanece la que surge de tener aletas en vez de manos y en consecuencia crear
y manipular instrumentos). Parece hacer suyo, al recogerlo sin comentario, el
aforismo de Jorge Wagensberg “la aleta es un tapón evolutivo para el
conocimiento. ¿Qué haría un delfín después de tener una idea genial?
Según pienso es preciso tratar separadamente dos cuestiones:
la posibilidad (y necesidad) de una civilización tecnológica, por ejemplo, para
los delfines, en su actual estado evolutivo y la posibilidad de evolución de su
grado de encefalización hasta un nivel sapiens. Y otra: los límites de esa
evolución según los requerimientos de la adaptación al medioambiente de un concreto
nicho ecológico que harán que la evolución seleccione o no variantes o
mutaciones que puedan producirse. Todo el planeta constituye el nicho ecológico
del homo sapiens y supongo que cuanto más general y abierto es ese nicho, la
adaptación al mismo es más compleja, sobre todo si ese carácter abierto y
general del nicho ecológico se combina con una explotación no especializada del
mismo.
Si dentro de un millón de años sigue habiendo humanos y los
perros (ese humano “honorario”) siguen siendo su compañero ¿(dejando aparte en
esta hipótesis la selección artificial y los progresos de la tecnología
genética) quién descartaría una evolución en los perros análoga a la de los
homínidos?
La explotación de su medio ambiente por los delfines supongo
que es la adecuada, que están perfectamente adaptados a su nicho y que en consecuencia
no hay necesidad de que la selección natural favorezca variaciones o mutaciones
que no necesitan para la explotación, que incluso podrían suponer un peligro
para aquel. Pero si (según el aforismo que recoge Arsuaga) un delfín tuviera
una idea genial, la expresión implica que pensaría y en consecuencia que
tendría un lenguaje cuya gramática podría ser estudiada por los humanos,
mediante las oportunas grabaciones y después comunicarse con ellos.
Prescindiendo de que, según lo dicho antes, de los eventuales peligros para su
especie de poseer un pensamiento, aparte de una comunicación intraespecífica
más completa con las consecuencias económicas y culturales deducibles, podrían,
por ejemplo establecer convenios con los humanos, mutuamente beneficiosos
accediendo al uso de instrumentos que no les son accesibles por su carencia de
manos. Podrían domesticar, quizás, animales marinos como el pulpo (ese
vertebrado “honorario”) y utilizar sus tentáculos. Sin hablar de la potencia de
las ondas eléctricas de su cerebro que hoy les permiten comunicarse a enormes
distancias y que con ayuda de la tecnología humana, traducirlas en mecánica
para mover objetos.
Como se ve, los delfines podrían hacer muchas cosas con sus
“ideas geniales”. Otra cosa es que las mismas, como dije antes, pudieran
alterar el equilibrio en la explotación de su medio acuático, por otra parte
muy limitado comparado con la superficie terrestre.
Hablar de delfines “artistas plásticos” me parece
antropocentrismo. El arte no tiene por qué ser una consecuencia inevitable de
toda inteligencia superior. Vuelvo al comienzo. En sus condiciones actuales, el
grado de encefalización de los delfines es el adecuado a las mismas y no creo
que la selección natural seleccione variaciones o mutaciones que no mejoren la
adaptación de aquellos.