Cuando nos encontramos frente a un pensar ajeno de una densidad que excede de la banalidad de la conversación cotidiana, todos somos agentes y pacientes de una operación de adaptación a las dimensiones de nuestro mundo de ese texto emitido en otro mundo de mayor o menor complejidad que el nuestro o, simplemente, de difícil comparación inmediata. Esa adaptación, si nuestro mundo es menos complejo, implica una reducción del ámbito pensado por el texto. Necesitamos salivarlo, masticarlo y eliminar, para poder digerirlo, la complejidad inasimilable que rechazamos intelectualmente, cada uno según sus posibilidades. Si por el contrario el texto ha sido pensado desde un mundo inferior al nuestro, lo que ofrezca de aprovechable puede experimentar en su asimilación una ampliación, una sobreinterpretación. Nuestro adobe lo enriquece y lo introduce en asociaciones mucho más densas. Cuando los dos mundos, el que emite el texto y el que recibe, son semejantes en sus dimensiones, las diferencias, que son como lenguas hacen que la asimilación/traducción se resuelva en recortar por aquí, añadir por allá y preparar así el alimento con la materia prima cruda.-
Con esto afirmamos la vanidad de cualquier empresa de averiguación de lo realmente pensado por otro, la imposibilidad de interpretar cabalmente el pensamiento ajeno fuera del ámbito de nuestras necesidades alimenticias. Estudiar el pensamiento de Aristóteles o de Platón, por ejemplo, equivale a examinar los procesos digestivos de esos textos por los diferentes filósofos de las diversas épocas históricas, por supuesto en el ámbito de nuestra digestión y así indefinidamente.-
Cuando Heidegger habla de exponer lo pensado y no dicho por otro en el estudio de un texto, se halla, con toda legitimidad, inmerso en esa operación culinaria de preparación de una sustancia comestible.-
La consecuencia es que no debemos lamentar lo que consideramos una incorrecta interpretación de nuestro pensar. Ni tampoco fatigarnos en la búsqueda del Santo Grial de una interpretación auténtica, debe satisfacernos una alimentación correcta adecuada a nuestras características digestivas y que los demás coman con abundancia de nuestros textos. No interpretar o ser objeto de interpretación, sino comer o ser comido, un canibalismo recíproco que no cansa y vigoriza.
Lo que en la vida intelectual que surge del comercio de los textos es la normalidad en las sociedades democráticas, se revela un peligro mortal para las organizaciones políticas, por naturaleza autoritarias, y para las iglesias, en lo que atañe al mantenimiento de la ortodoxia.-
Esto lo han comprendido perfectamente los conductores de los procesos que, a través de los siglos, han llevado al triunfo de las concepciones dominantes en las dos grandes religiones de nuestros días: la iglesia católica y el islám. El Jesús de la última cena no pierde el tiempo con abstrusas explicaciones teológicas para oídos de los apóstoles, sobre el misterio de la transustanciación. Dice simplemente, “ésta es mi carne y ésta es mi sangre. Comed y bebed” Y primero los apóstoles y luego la grey cristiana lleva comiendo y bebiendo dos mil años, alimentando su vida religiosa con unos productos alimenticios básicos, máximo común denominador de los paladares creyentes. El dogma, un invento genial, grado cero de la interpretación, cuya asimilación se reduce a un pasivo masticar, una suerte de “pizza religiosa” que evita las diferencias de interpretación (inevitables, como dijimos, pues el pensamiento en sí del fundador es incognoscible, incluso para él mismo) y mantiene la cohesión y fortaleza de la organización, de la Iglesia Católica, por ejemplo, cuyo éxito en el mantenimiento de la ortodoxia es evidente (frente a la proliferación de sectas cristianas y de libertad especulativa de la teología protestante).-
En el terreno de la política ocurren fenómenos semejantes. Dejando a un lado, de momento, organizaciones totalitarias, como las fascistas o estalinistas, fijémonos en un partido de extrema derecha de este país: El PP, cuando comienza con refundaciones o surgen en su seno reflexiones sobre su ubicación en el espectro político, es decir, interpretaciones sobre el texto fundacional en sentido amplio, abre paso a la fragmentación y a la pérdida de protagonismo. Fraga Iribarne, su fundador, como un nuevo Jesús de Nazaret, redujo la interpretación política al ámbito del simposio: “comed empanada y bebed la “queimada” por mí preparada”. Los continuos banquetes a que se reducía la actividad política, muchos celebrados en un monte de nombre predestinado, “Monte del Gozo” ahogaban en germen cualquier contradicción y mantenían la unidad y fortaleza de la organización. Así el PPGA, que al reducir su nivel de comensalidad, comienza su decadencia.- Naturalmente, estas crisis religioso/políticas son un enorme progreso del ser humano que no se resigna al dogma e indica a los jefes de religiones y partidos que el infantilismo interpretativo que pretenden imponer, reducido a movimientos mecánicos de mandíbula, no tiene futuro.-