DÍAS DE VISITA AL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS
Veo en la televisión que los ciudadanos pueden visitar el edificio del Congreso durante dos o tres días. Numerosos, pasean las instalaciones o se sientan en los asientos de los diputados. Su natural impulso a ocupar el banco azul del Gobierno tropieza con un categórico ¡Prohibido!. Razones de seguridad explican condescendientes los ujieres, ante el crecimiento de los males venéreos entre los electores. En realidad, ujieres y ciudadanos desconocen una norma básica de la democracia, que todos los culos son iguales, pero algunos culos son más iguales que otros. Satisfecho, de todas formas, el pueblo, arrellenado en las plazas de los diputados, no observa, en relación a los representantes que votó, una distancia que le impida sentirse elegido y por ello sonríe beatíficamente.
En su visita a las diversas dependencias pueden observar las huellas del baleado de Tejero (¡Qué cojones!, piensan muchos) para a continuación inclinarse ante la Santa Virgen y mártir Constitución de Cádiz, ferozmente violada y asesinada por el Borbón Fernando VII.
Entrevistados por periodistas obsequiosos que cumplen sin desmayar las instrucciones manipuladoras de sus medios que buscan regar la flor amable e ingenua del consenso constitucional, responden, vacilantes, con fragmentos incoherentes e inacabados: “es muy importante estar aquí, sí, pienso que sí”, “te das cuenta de la importancia de tu voto”, “sí, me haría ilusión ver a un político”, “sí, mucha” (remarca el cónyuge). “¿Qué es la Constitución?”, “la Constitución es, es… lo que nos manda a todos”. De repente recuerdan lo que tantas veces ha oído por televisión. “Es lo que nos hemos dado los españoles”, y pone acento intenso en el nos. La periodista lo despide y nos despide con una sonrisa. Objetivo logrado. Cumplido el riego diario del consenso constitucional.
Tengo que reconocer que, aunque viviera doscientos años, no visitaría el Congreso ni respiraría nunca su atmósfera banal. Y aunque en la práctica no tengo dudas acerca de que la democracia es el único régimen político que puede proporcionar paz y satisfactoria convivencia social (régimen siempre susceptible de perfección) no comprendo cómo uno se puede enamorar de la “aurea mediocritas” de la democracia, de la banalidad del culto democrático a la Santa Constitución y de su sacerdocio, los políticos democráticos.
En Orígenes ya se habla del “taedium verbi divini” del aburrimiento infinito, en los primeros siglos del cristianismo, de los creyentes (creyentes sí, pero gente de sentido común) ante la corriente de absurdidades teológicas del oficiante de turno (Tertuliano: “credo quia absurdum”). Cesáreo, obispo de Arlés (503-543), antes de comenzar a predicar, echaba el cerrojo para evitar la fuga del personal, mareado por la explicación del misterio. Pues bien, hay otro tedio comparable en magnitud, el “taedium verbi politicorum democratiae”. Afortunadamente aquí no hay cerrojo que valga, presionamos el mando de la TV o pasamos, sin leerla, la página del periódico.
Este tema del tedio me trae a la memoria la pregunta de Sócrates a un ciudadano de si hay algún conciudadano en Atenas con el que hable menos que con su mujer. También está escrito el infinito aburrimiento de Ulises, el “polimetis” con Calipso. Y es que salvo algún caso de hechizamiento erótico de hombre o mujer, solo la palabra justa nos golpea y excita a devolver, solo ella puede iluminar al cuerpo como a un templo, borrando su mudez.
Volviendo a los rituales democráticos, hay que reconocer que se hallan en clara desventaja ante las iglesias. Y ello a pesar de que la palabra de la democracia en principio está libre del absurdo que golpea la palabra de Dios. Pero claro, están las catedrales, la belleza de las iglesias y pequeñas capillas, los conciertos de las campanas que como bandadas de pájaros sobrevuelan las casas del vecindario, la melopea incomprensible de las lenguas sagradas, los perfumes que se enroscan como serpientes en el aire que respiras, los cánticos de los coros, los órganos… No importa la hondura y firmeza de tu ateísmo. La atmósfera sagrada del templo te somete a vaivenes de zozobra. Por ejemplo, en una iglesia ortodoxa rusa, el canto en viejo eslavo por una tríada sacerdotal, el incienso que te envuelve. Todo eso explica, en gran parte, la supervivencia de las iglesias a través de los siglos. Eso y la desesperación y el miedo de tantos.
Visto lo cual, no se comprende el proceso de sustitución de las lenguas sagradas por las vernáculas en la liturgia cristiana. Desaparece el misterio, un lenguaje de orates queda al descubierto que nadie en su sano juicio puede aceptar.
Además creo que rezar en vernáculo es inútil. Los dioses conocen las viejas lenguas sagradas (latín, griego, eslavo eclesiástico, siríaco, geez, copto…) pero nunca han tenido ocasión de estudiar los vernáculos ni interés. Incluso pueden ofenderse por la oración en vulgar y castigar con lo que se quiere evitar. Yo, desde luego, si alguna vez me hallo en el caso de rezar, lo haré en latín, seguro de que mis faltas serán perdonadas. Pater noster qui est in caelis (y con la pronunciación clásica, no con la italo-opusdeista, chelis!!)
DICIEMBRE, 9
VIERNES NEGRO
Estos días los medios en general han sido caja de resonancia del llamado “Black Friday”. Resulta que no es el nombre de una organización terrorista ni tampoco la ceremonia de un luto por una pérdida irrecuperable. No, la frase inglesa designa una rebaja de precios extravagante al calendario tradicional del comercio. Su salvaje introducción en nuestro medio ambiente depreda la fauna local de rebajas y rompe el equilibrio del pequeño comercio para el que, en verdad, es un viernes negro.
La denominación en inglés usada en nuestro país es, además, una ofensa gratuita a nuestras lenguas, español y gallego que luchan, frente al inglés, por la hegemonía mundial (el segundo en su configuración gallego-portuguesa).
A estos efectos dañinos del viernes negro, tradición de otra cultura y ajena a la nuestra, hay que añadir lo que supone de droga que impulsa el consumo insostenible e innecesario, que alimenta la pulsión por adquirir y poseer cosas. Pienso en un adulto, seducido por la banalidad iluminada de un escaparate, como una de las mayores derrotas del ser humano. Es penoso ver a la gente vagabundeando por las tiendas, sin objetivos concretos, excitando su deseo de adquirir que acaba en la compra innecesaria.
Estoy convencido de que cuanto menor la gravitación del espíritu y, en consecuencia, mayor la pobreza en dones del mismo, cuanto más crece la necesidad de tener, de manifestar una identidad fragmentada en la exterioridad de la posesión. Solamente el tener les proporciona un sucedáneo, inestable, de ser.
Hay un proverbio turco que dice “para.sî keymet.lî olanîn, canî ucuz olur”, esto es “el alma de quien considera valioso su dinero, es barata”. “Ata.sözü” (proverbio) es palabra del antepasado. Hace mucho que el lenguaje de la publicidad y del escaparate dejó de serme comprehensible, me llega sólo una algarabía insoportable.
Y únicamente me parece atractiva, por necesaria, la adquisición meditada que no extiende la posesión, sino que cubre una intemperie, el único consumo “sano y bueno” (Lezama).
DICIEMBRE, 11
Teología de la Constitución
Mes de diciembre, último del año según nuestro calendario. Es una obviedad pero conviene no olvidar el carácter variable, según los calendarios de las diferentes culturas, del comienzo y del fin del año. Tener siempre presente la relatividad de casi todo es excelente para la bondad del pensamiento.
En la cultura religiosa y política de la España oficial, diciembre es el mes en el que florecen dos misterios importantes y se conmemora un aniversario, el de la Constitución. Los misterios, pertenecientes a la esfera de la religión, y el último, a la de la política, si bien se halla muy avanzado el proceso de conversión en misterio y, en consecuencia, aparece una suerte de religión laica, como en la Francia de la revolución y sin que podamos excluir ulteriores desarrollos, como luego veremos.
El primero de los misterios es el llamado “misterium natalis”. Esta época del año propicia la aparición en los medios de artículos de expertos teólogos que explican, nos explican la inteligibilidad del misterio. Y lo hacen en una lengua y con una lógica que solo tiene valor de curso legal en el interior de los templos. Pero los predicadores no se contentan con el monopolio del ámbito litúrgico, en el espacio de la arquitectura sagrada ni con el bello espectáculo de ver sus palabras a lomos de caballos de incienso que asaltan oídos, abiertos o cerrados, en ningún caso críticos. No: quieren salir a la vía pública, que el mensaje salvador se anuncie a la generalidad y que por su reiteración incontestada, adquiera como una suerte de evidencia que no solo legitime sino aventaje su posición en el diálogo democrático. Naturalmente no se molestan en traducir su lengua o en emplear otro tipo de lógica, tarea por otra parte imposible en el caso de las religiones basadas en un libro (judaísmo, cristianismo, islam). La naturaleza de sus misterios es puramente lingüística, un signo cuyo significado carece de posible referente en la realidad y que viola toda la legalidad de la misma. Estas religiones solo podrían aspirar a la belleza literaria de un texto paradisíaco en el que todo puede suceder, hasta la desaparición del espacio-tiempo y la identificación de todos los referentes, reales o imaginarios. Pero como una religión reducida a estética, sería literatura, el misterio quiere imponernos su deseo de operar en el plano humano (descendiendo del sobrenatural, que nadie le disputa) de encarnarse en la realidad donde se encuentra el oro del poder y la riqueza que son las vestiduras de su espíritu santo.
Como ejemplo de esta lengua del misterio con la que nos encontramos en el exterior del templo, cito unos párrafos de un artículo de un experto teólogo, aparecido en la prensa estos días: …“el Cristo solo resulta inteligible desde una clave: la sacramentalidad, es decir, la referencia del significante al significado, del signo al misterio”. Después de hacer una referencia a la lógica cristiana (oxímoron) continúa: “todo en la vida de Jesús es signo de su misterio. La humanidad de Cristo aparece así como el sacramento, es decir, el signo y el instrumento de su divinidad”, todo ello para glosar el “misterium natalis”. Confieso mi incapacidad de traducir a un lenguaje comprensible los párrafos transcritos, de construcción gramatical, sin duda, pero cuyo significado aparece como sin sentido. Palabras como “signo, significante y significado” y su relación no parecen ser utilizadas de acuerdo con la teoría lingüística. Otras como “sacramento, sacramentalidad y divinidad” deberían ser explicitadas en su significado. Y aclarar la confusa relación a Cristo y a Jesús, dos cosas diferentes ¿y qué es lógica cristiana?
En fin, estos especialistas en el logos de Dios (sea lo que sea esa especialidad) harían bien en inclinarse sobre los misterios de la antigüedad y, en general, estudiar las viejas religiones de misterios. Que no duden del mucho provecho que obtendrían de su estudio. El principal, que los misterios no se explican ni se disputa lingüísticamente de los mismos. Se experimentan, los sentidos se abren en una atmósfera indecible. De ellos los iniciados no hablaban. Los siglos guardaron el secreto de Eleusis.
Del oxímoron “Inmaculada Concepción” no diré nada ni creo sea necesario. Precaria y risible es la vida de lo que ofende la humana inteligencia. Basta con decir que el misterio (o los misterios) del cristianismo son palabras que visten el “quia absurdum” de Tertuliano. Siempre, detrás de la palabra misterio, está el conjunto vacío, eso sí, adornado con el ropaje de sintagmas y oraciones cuyo significado se contradice frontalmente con la lógica de la experiencia natural y científica. Y si se afirma que hay cosas que escapan a la inteligencia humana y la sobrepasan, la afirmación yerra totalmente el blanco. Si nos referimos a la realidad regida por leyes físico-químicas que el hombre habita, claro que hay infinidad de cosas que no conocemos pero que podemos conocer algún día porque en potencia, podemos comprenderlo todo, al ser invariables las leyes de la naturaleza. Y si alguien postula una realidad sobre-natural, sujeta a otras leyes (y no olvidemos que lo hace desde la realidad humana), lo mejor para ese alguien será que, por enajenado, no lo tomemos en serio.
También en el ámbito político han aparecido y aparecerán continuamente festividades y exaltaciones nuevas, nuevos mártires y santos en los santorales democráticos. Lo cual, en general, no solo no es malo si no inevitable. La gran polis democrática que es la España oficial y sus ciudades particulares necesitan fiestas, incluso misterios, que las elogien y cohesionen e integren diferencias y contradicciones. Con ellas se multiplican las fiestas y aparecen sacerdocios encargados de las nuevas liturgias, nuevas condecoraciones y premios. Si no se sobrepasan ciertos límites, repito lo beneficioso de estos calendarios laicos de la democracia. La crítica es de orden estético. La religión de la ciudad moderna comparada con la de la ciudad antigua carece de imaginación, es roma y aburrida, reducida a actos protocolarios y cócteles estereotipados y de los que la alegría y la participación de los ciudadanos está ausente, que solo hallan disponible la lectura en los medios y, si acaso, el carácter feriado atribuido al día.
Precisamente, ante nuestros ojos, va adquiriendo cada vez mayor importancia la fiesta que exalta el municipalismo y exige para el municipio un lugar privilegiado en nuestra democracia, con devolución de poderes por el Estado y las comunidades y con el fin de que el ciudadano pueda vivir total y plenamente su vida en él. La ciudad (y su ayuntamiento) es el lugar de la “política total” ha proclamado apasionadamente el máximo sacerdote del municipalismo, presidente de la Asociación de Municipios Españoles, don Abel Caballero, alcalde de nuestra ciudad, jinete de la luz y San Jorge municipal en su heroica lucha contra el dragón autonómico. Por su presencia, es Vigo uno de los focos difusores de la nueva religión municipal que anhela alzar a la ciudad (y a su área de influencia) como el único poder frente al Estado, los alcaldes ante el presidente como otrora las polis ante el emperador romano.
Precisamente aquí en Vigo se celebró estos días una gran asamblea de alcaldes y exalcaldes de Galicia, una especie de concilio galaico del municipalismo. Bajo la presidencia de Abel (a los gigantes de la historia, aunque sea local, les conviene el nombre propio) todos los partidos políticos se hallaban representados, algunos clausurando su cainismo entre paréntesis, provisionalmente eso sí, ante la escena embriagadora de poder total de la nueva política anunciada y de los beneficios de todo tipo de ella derivados. Son los tiempos iniciales de la nueva teología municipal, tiempos apasionados y de lucha, aún no es tiempo de que aparezcan en el horizonte heterodoxos y herejes, que cuestionen los repartos del pastel, y de las persecuciones inevitables.
En el acto indicado no solo políticos se hallaban presentes. Autoridades civiles e institucionales, las inevitables autoridades militares de las fuerzas armadas y de seguridad (¿dónde está escrito que el poder municipal no es un poder armado?), distinguidas personalidades sociales, cuyo inventario no sufre apenas variación. No podían faltar las llamadas “fuerzas de la cultura”, poderoso sintagma nacido en el seno de la izquierda y ahora generalizado en el ámbito periodístico (y que no sabe muy bien su significado). Estaban representadas (gozosas en el carácter vitalicio de su representación) por el-editor-que-según-Abel-escribe-como-Joyce y el-pintor-que-aman-los-chinos-de-Shangai. Siempre el mismo perejil con su perfume característico.
La festividad de la Constitución merece examen detenido. Desde orígenes modestos va adquiriendo una importancia fundamental en nuestra democracia. Vemos con claridad, año tras año, una evolución que incorpora al cuerpo constitucional anillos de religiosidad. Ejemplo claro de cómo la política, y no es excepción la política democrática, aspira a coronarse de oropeles y brillos religiosos que afiancen la adhesión ciudadana, especialmente cuando esmorecen o se marchitan las religiones tradicionales. No por azar comparten vecindad calendárica los días de la Constitución y de la Inmaculada Concepción. No me extrañaría que la primera acabase absorbiendo a la segunda, absorción facilitada por sus frapantes similitudes: un origen familiar modesto, artesano en la de Jesús, delincuentes franquistas arrepentidos en la de Constitución. Una Inmaculada Concepción compartida, un padre celestial en un caso, una pluralidad de padres en otro y cuyo espíritu se hizo texto (sin necesidad de testículo) y sin intervención de mujer por lo que la pureza del nacimiento es mayor en el de Constitución. Esta tiene además la ventaja de que sobreviven dos de sus padres. Palabra esta de padre que oculta y deja en segundo plano la vulgaridad e incluso la grosería de alguno de los progenitores históricos. Podemos señalar también coincidencias en su vida pública: tras unos primeros años humildes, crecimiento de su dimensión pública, y ultrajes y sufrimientos que en el caso del fruto de la Inmaculada Concepción finalizaron en la crucifixión/resurrección y en su extensión planetaria. Nuestra Inmaculada Constitución también ha sido asaltada y baleada por facciones emparentadas con alguno de sus padres que preferían a Barrabás, la autoridad militar correspondiente. Un día sí y otro también nacionalistas, izquierdistas y todo tipo de populacho político la someten a terribles ultrajes, arrojan a las llamas su cuerpo sin manchas, pero en vano. Una nueva edición y se alza amparadora de sus cenizas. Y sentimos la frescura consoladora de las páginas nuevas que se abren invitadoras.
Hay un aspecto en la teología de la Inmaculada Concepción de la Constitución que no puede ser omitido por su transcendencia. Frente a la Inmaculada Concepción del catolicismo que constituye un hecho histórico que, como tal, solo aconteció una vez y solo es accesible a la memoria y a la recitación pero que nos excluye de toda participación en él, la historicidad de la concepción constitucional es recursiva, transciende un momento histórico concreto, para reactualizarse en todo momento y en toda voluntad (algo semejante a la Comunión en el catolicismo). Un mantra o una oración laica según se mire lo explica claramente: “la Constitución que (entre todos) nos hemos dado”. Esto lo dicen tanto los ciudadanos que vivían cuando el momento de la concepción, como los nacidos con posterioridad. Realmente éste de la concepción de la Constitución es un mito grandioso a la altura de los mitos de Faraón o de los reyes babilonios que periódicamente con su actuación recreaban el tiempo inicial y mantenían el equilibrio del mundo. Todos los ciudadanos españoles podemos siempre renovar el pacto constitucional, participar en él como protagonistas, diría como padres, padres del texto constitucional que nos damos. Ninguna religión concede un tan eximio papel a sus creyentes, progenitores del texto constitucional, sangre de nuestra sangre, ¡qué teología!, ¡cómo no se retiran confundidos los enemigos de Constitución!
Por ello creo que el futuro del patriotismo constitucional en su avatar religioso es inmenso, y que la religión en España o será constitucional o no será. Llegará el tiempo en que el texto sagrado de la Constitución formará parte del mobiliario funerario. Y no descarto que el progreso de la teología constitucional afronte la grave y trascendental cuestión de la inmortalidad del ciudadano. ¿Será posible que tanta fidelidad constitucional sea en vano?
También en Vigo se festejó el aniversario de la Constitución, en un tono más modesto que en el Congreso de los Diputados, pero no con menos fervor. El culto fue oficiado por el cronista de la ciudad, que no cede en viguismo al alcalde bajo cuya atenta mirada pronunció un extraño discurso. En él fundamentó sus afirmaciones en argumentos de confusa lógica. Siguen algunos fragmentos de su intervención: Vigo “donde se puede hablar y debatir de todo porque la libertad de expresión y manifestación es total” (no será en su periódico) “los ciudadanos de Vigo siempre aprovecharon las oportunidades de poner su marca constitucional en el callejero municipal” (?) (el poder del momento siempre nombró las vías públicas, sin preocupaciones constitucionales y sin respeto a la toponimia tradicional) “Vigo tiene que insuflar su vigor constitucional a quien acepta y a quien rechaza la carta magna porque acumula experiencia en exportar los logros y empatía para que otros pueblos lo secunden”. “Vigo, ciudad a imitar”.
Vemos que la expresión exaltada y el contenido vacío se adecúa muy bien al lenguaje de la teología constitucional, y al religioso en general. Sin embargo, fijémonos que en las palabras de nuestro cronista se halla, ya muy desarrollado el germen de una herejía constitucional: el viguismo abraza asfixiante al constitucionalismo y no sabemos si el pez chico, reforzado por el municipalismo, se comerá al grande. Tales palabras no pudieron ser pronunciadas sin la autorización previa de nuestro alcalde que seguro sopesó sus posibles y graves consecuencias.
El tradicional público de autoridades civiles y militares aplaudió distraído y fervoroso, en unión de personalidades de la sociedad civil entre las que sobresalían el-empresario-que-es-y-no-es-diplomático y el-magistrado-emérito-especialista-en-papiroflexia-unamuniana. Éste último parecía escuchar atentamente.
DICIEMBRE, 14
COMER Y BEBER EN NADAL
La mesa de estos días de fiesta nos ofrece dones que, por poco que uno coma, siempre es inevitable que en el vicioso estómago florezca el árbol de los frutos de la pesadez que gustan de molestar y de interferir la danza de las ideas. Hace ya mucho que me ejercito en la comida sencilla y monótona, como son todas las grandes cosas, empezando por los escritores. Bebo menos y apenas ceno, fruta o algo de queso y aceitunas, boyero antiguo.
Siempre pensé que es grave pecado, cuya absolución no sé a quién corresponde, permitir que fatigosos procesos digestivos ofendan al cuerpo físico o a la profundidad del pensar, gravedad que aumenta si la gula acontece en los años finales de la existencia cuando ya es imposible hacer desaparecer los anillos de carne que estrangulan en el espíritu y en el cuerpo. Y quizás no hay necesidad de distinguir dos planos, pues la mente es carne que piensa y el cuerpo, pensar que camina.
Otra cosa son las faltas ligeras, veniales de nuestra infancia, y para las que uno desearía tener el estómago de Pandáreo quien, por don de Deméter, podía comer lo que quisiera, sin malestar alguno. Pero el prudente Pandáreo no abusaba, comía normalmente y sólo usaba el regalo divino como absolución de ligerezas ocasionales. Lo contrario de Eurisictón, devorador, cuya hija Hipermestra se prostituía, con cambio de sexo incluido, para alimentarlo. Al final se devoró a sí mismo, metáfora perfecta de la hybris alimenticia, de la confusión del que come y lo comido en un montón de heces que se esfuerzan en restaurar lo dual para proseguir con el banquete.
Y me viene a la memoria la figura de mi profesor de latín, el canónigo D. Francisco Fanego, del seminario de Mondoñedo, personaje sabio y entrañable. De sueño ligero. Se despertaba a las cuatro de la mañana cada día con puntualidad kantiana y las tres/cuatro horas del amanecer, previas a los oficios catedralicios, daba cumplido repaso a sus poetas latinos que recitaba, supongo que gesticulando en la oscuridad como hacía delante de nosotros (a mí me gusta decir delante nuestra, posesivizando la preposición, como en tantas lenguas por el mundo adelante).
Pues bien, D. Francisco, por un infarto sufrido, tenía un régimen draconiano en su comer, ya no digamos el beber, solo agua, yo creo que también al misar, obligando así a la sangre divina a aceptar el agua en lugar del vino para su transformación. Su plato preferido era una sartenada de ajos, cebolla y perejil fritos que, ingerida, exhalaba perfume permanente. Como el hipérbaton latino me atormentaba, mis errores en la traducción eran graves y frecuentes. Irritado me cogía de las solapas de la chaqueta y agitándome y volcando en el rostro la oleada olorosa de su interior, rugía: “Burro, más que burro, parece mentira que seas hijo de quién eres”, y si yo le respondía, modesto, que los latines de mi progenitor eran harto inseguros, su furor aumentaba y también la potencia de su aliento.
Pero aquellas inundaciones de frituras evaporadas tuvieron un final feliz, me acostumbraron de tal forma al ajo y a la cebolla que hoy su abrazo es lo que más aprecio y gusto de un simple condumio compuesto de pan duro, un par de dientes de ajo y de cebolla cortada en anillos, todo regado con aceite de oliva. Aunque sólo puedo hacerlo en raras ocasiones por la oposición familiar ya que por todos los poros de mi piel brota el espíritu del ajo. Entre otras, recuerdo dos curiosas anécdotas de nuestro canónigo. Acorazado contra la lanza del frío, cuyas heridas le causaban angustia profunda, vestía bajo la sotana capas de prendas de lana y camisas que en días de calor podía entreabrir para mostrar a sus estudiantes más próximos la cajita pendiente de su cuello, relicario que contenía los dientes fallecidos en el campo de batalla de su boca. Nos decía, para justificar la conservación, que está escrito que resucitaremos con nuestro mejor cuerpo por lo que suponía que el trabajo del demiurgo se vería facilitado si contaba con los originales.
Los que tenemos como nombre propio a César, en Galicia celebrábamos el 15 de marzo. No sé el porqué, ya que no hay un San César en el santoral (sí un San Cesáreo). Lo notable es la coincidencia de la indicada fecha con los idus de marzo, fecha del asesinato de Julio César. Conociendo mi devoción, que dura hasta hoy, por el genio del romano, intentaba justificar la “homosexualidad” del dictador como si ésta afectase a todos los Césares. En los tempranos años cincuenta mis ideas sobre el “pecado nefando” eran más bien confusas y desde luego ignoraba que no se puede hablar en el sentido moderno de la homosexualidad antigua. Generoso, vistos los méritos del personaje, D. Francisco lo absolvía, año tras año. Nombre éste, el de César que cualquiera sea su origen, y hay varias hipótesis, ha tenido una singular fortuna histórica. La base de su expansión la constituye la utilización por Diocleciano de la palabra para designar los segundos de los Augustos. Pasó luego a Bizancio, atravesó Eurasia a través de las confederaciones de tribus turcas e iranias y llegó a el Tíbet y a Mongolia. Apareció así la figura del héroe mítico Gézar que tanta importancia tuvo en el Tíbet budista y también en Mongolia, donde el hermano menor de Gengis Jan (el Jan universal) se llamó Kassar. De Mongolia pasó a China donde a Gézar se le dedicaron templos y cultos y con posterior asimilación al Dios de la guerra.
Entre los lingüísticamente altaicos, mongoles y turcos, por la armonía vocálica de sus lenguas, pronto pasó Kesar a Kasar. Hubo en el siglo VIII un soberano turco en Gandhara llamado From Kessar, es decir, César romano (F igual a la U puesta por los turcófonos delante de R inicial, imposible, como en vasco, en las lenguas turcas, así Rom era Urom o From). El propio imperio Jázaro, que tanta significación tuvo en la historia de Europa lleva el nombre de César en su denominación, como Kaiser o Zar. En general se distingue en las diferentes lenguas la variante del nombre propio de la que designa la función imperial. Es éste un destino asombroso del nombre de un personaje histórico que se impuso de Roma a Pequín. Quien le diría a Julio César. Que se lamentaba de que a su edad Alejandro había conquistado medio mundo, que su nombre, después de su muerte galoparía tierras y culturas, como un héroe universal.
Recomiendo el librito de B. Le Calloc’h “Asiáticos en Hungría” donde figura sintéticamente gran parte de lo expuesto.
Volviendo al querido D. Francisco. Con el tiempo forjamos una entrañable relación. Me consideraba un poco su hijo y a mi madre, cuando le solicitaba mis noticias, decía, ¿cómo está nuestro César? De él aprendí esta sentencia: “tantun cibi et potionis est adhibendum, ut vires refficiantur, non opprimantur” (se debe comer y beber en la medida adecuada al fortalecimiento de las fuerzas, nunca de forma que se sientan oprimidas).
Que te sea leve la tierra, viejo y respetado amigo, mientras esperas el cumplimiento de tus esperanzas de resurrección.
DICIEMBRE, 17
SUEÑOS
Leo en Rilke “Ausgedehnt von riesigen gesichten…sind die augen (los ojos dilatados por visiones gigantescas).
La misma noche sueño con mi madre. Me invita a un espacio con luz de sol a mediodía. Desconozco el motivo pero prefiero un sendero musgoso y sombrío, con masas de aguas negras y en movimiento en una de las orillas del camino y un precipicio poblado de vegetación enmarañada al otro. Para acceder al sendero debo efectuar un salto desde una altura de piedra. Observo los ojos de mi madre. Son enormes, dos ruedas de un verde claro, que iluminan como cristal de faro y que parecen ver y traspasarlo todo. Bajo esa mirada, salto y me encuentro en el medio del camino, resbalo unos pasos, suavemente y comienzo a andar, momento en el que despierto. En la alta noche me pregunto, ¿qué densas sombras, qué extraña articulación de las cosas exigen ojos semejantes, qué mundo pisas, madre, para necesitar ese taladro de luz?
DICIEMBRE, 19
MÁSCARAS Y EMOTICONOS
Los mensajes que a través de las redes se envían los conocidos, están adornados con los simples, bobos y esquemáticos emoticonos (horrible palabra) y que simbolizan supuestas emociones y estados del alma. Son por ahora el último y desgraciado avatar en las relaciones humanas. ¿A quién, que se sienta realmente conmovido, se le puede ocurrir expresarse con un emoticón, ya disponible en el archivo para la generalidad? Equivale al telegrama que se enviaba antes y que, con todo, podía ser mucho más expresivo.
Yo recomendaría a los expertos en programación un curso de teatro griego. Podrían sustituir así sus emoticonos por la complejidad simbólica de las máscaras utilizadas por los actores. Un inventario de la Alejandría ptolemaica arroja 28 máscaras trágicas, 4 satíricas y 44 cómicas. Así el emisor del mensaje se vería obligado a analizar cuidadosamente sus sentimientos antes de enviar la máscara adecuada a los mismos. Y el receptor tendría que pensarla para aclarar la complejidad de lo recibido.
Estas máscaras podrían ser enriquecidas por los usuarios en aras de una mayor individuación de las emociones comunicadas.
Un mayor esfuerzo y más tiempo ofrecido. Pero más autenticidad en las relaciones, que es de lo que se trata.
DICIEMBRE, 20
DESEOS
Expreso un deseo para el próximo año con estos versos de Rilke:
“Ach sind auch Könige nicht von Bestand und dürfen hingehen wie gemeine Dinge” (Ah, tampoco subsisten los reyes y pueden desaparecer como las cosas ordinarias). Sí, que la monarquía española acabe arrinconada en el punto de recogida de los trastos inútiles de la historia.
El mismo Rilke sirve de cauce para otro deseo. Se pregunta el poeta: “Meinst du dann dass man sich sinken sieht? Nein.” (¿Piensas que uno ve cómo naufraga? ¡No!). Mi respuesta y mi deseo dice: ¡Sí! Con la excepción de una catástrofe repentina y total que te transforma en cosa. Pero un proceso tiene un inicio y la mirada que nos es más propia, una mirada como la del Auriga de Delfos y que es tarea principal de nuestra vida conquistar, nos abre la puerta del correcto decidir. En una de sus odas contempla Hölderlin un bosque de robles. Embriagado, poetiza: “Aber ihr, ihr Herrlichen! Steht, wie ein Volk von Titanen in der zahmeren Welt…” (pero vosotros, permanecéis majestuosos, como un pueblo de titanes en un mundo de mansedumbre…) Seguramente los titanes de la mitología griega dejaron genes suyos en nuestro ADN. Despertarlos, sacarlos de su sopor en el Tártaro. Con ellos al mando, desaparece la sombra acurrucada y el temblor, se impone la decisión que transforma el hundimiento en una escena que los dioses contemplan con interés, incluso con pasión.
DICIEMBRE, 21
CATASTERISMOS
Leo en un libro sobre la Alejandría de los Ptolomeos que, habiendo desaparecido del templo donde se hallaban consagradas, mechas del cabello de la reina Berenice, Conón de Samos las encontró en el cielo. Hoy es el objeto celeste que conocemos con el nombre de “cabellera de Berenice”.
Estos catasterismos eran muy frecuentes en la mitología griega, como una compensación por una desgracia o injusticia en la Tierra o como una medida equitativa.
En Roma recordemos el emperador Hadriano que para consolarse de la pérdida de su amado
Antínoo, ahogado en el Nilo, lo contemplaba en las noches claras transformado en brillante cuerpo celeste.
Hoy el ser humano ha cambiado y el catasterismo no está de actualidad. Sin embargo, a poco que pensasen nuestros entrañables políticos corruptos, con frecuencia sometidos a implacables investigaciones judiciales, se darían cuenta de la utilidad del fenómeno. De modo análogo a la información sita en la nube, podrían responder a la pregunta del juez sobre el lugar de ocultación de lo sustraído o defraudado de cualquier forma: “Señoría, la divinidad lo ha arrebatado y ahora es una lejana luz que nos ilumina en la noche”. Al lugar adecuado iría la comisión judicial, con el investigado y el correspondiente experto en estrellas (otra plaza a crear). “Señoría, ¿no ve cómo abulta el cinturón de Orión, o el vientre de la Osa?” o “Fíjese su señoría en el desnivel de la balanza de Libra. No hay que buscar en otro lado”.
La inmensidad del cielo es propicia para ocultar el fruto de todos los delitos del mundo, a salvo de la policía. Recuerdo unos versos de no sé quién y no sé dónde leídos:
“Alicia, amada mía, huyamos al cielo,
que la policía no sabe astronomía”.
Pero no es cuestión de conocimiento, pronto tendrían las fuerzas de seguridad sus secciones y especialistas en asuntos celestes, sino de tiempo y de distancia.