Agosto, 15

Leo el libro de poemas “Chwila” (instante) de Wislawa Szymborska en una edición bilingüe con una buena traducción al español de G. Beltrán y A.A.Murcia Soriano. Excelentes el prólogo de M.Monmany y la nota final de los traductores.

Con la Americana Silvia Plath y la argentina Alejandra Pizarnik, la polaca W.Szymborska constituye mi trío preferido de poetas contemporáneas. De Szymborska destaco su mirada sobre lo cotidiano, sobre lo que parece más banal y sin embargo, bajo la mirada de la poesía, revela el misterio de sus raices profundas, el enmarañamiento de sus conexiones con el todo. Y al mostrarlo a la luz de la poesía muestra con él “toda la tierra” (Razem z cala ziemia) como expresa en el poema “Teléfono”. Traduzo el poema “Una niña pequeña tira del mantel”, pequeño suceso que ocurre a diario y que no parece merezca la atención poética y sin embargo…Efectúo la traducción en prosa, evitando la disposición en versos o que son artificiales en su prosaísmo o que suponen una recreación, otra poesía, sobre la original. Eso sí, con la máxima fidelidad al significado de los lexemas y naturalmente alterando la sintaxis cuando lo imponen las diferencias entre una lengua eslava y otra romana. También fidelidad a los diferentes registros del poeta (palabras coloquiales, empleo de diminutivos).

Pequeña jovencita arrastra el mantel

« Más de un año lleva en este mundo pero no todo ha sido explorado en él y puesto bajo control. Ahora están en pruebas las cosas que por sí solas no se pueden mover. Para ello es necesario ayudarlas, desplazarlas y trasladarlas, empujando o moviéndolas de su lugar. No todas lo desean, por ejemplo, el armario, el aparador, los tercos muros, la mesa.

Pero ya el mantel sobre la obstinada mesa, si por el borde se le agarra bien, muestra sus ganas de ir a pasear. Y sobre el mantel vasos, platitos, una jarrita con leche, cucharillas, una pequeña escudilla.

Hasta tiemblan de deseo. Cosa muy interesante es el movimiento que elijan cuando ya oscilen en la orilla: caminarán por el techo? un vuelo alrededor de la lámpara? o salto al alféizar de la ventana y desde allí al árbol? Todavía no es esto asunto del señor Newton. Que se mire a sí mismo en el cielo y haga señales con las manos. Esto es un ensayo que debe ser realizado. Y lo será. »

Agosto,9

Aniversario de la muerte de Lezama Lima. Hoy, nueve de Agosto, se cumplen 43 años de la muerte en la Habana de J.Lezama Lima, poeta, escritor de dos de los grandes libros de la literatura mundial “Paradiso” y “Opiano Licario”. Ese día de 1976 debería haber sacudido a Cuba como un tifón y dañado la arboladura de las existencias de los que saben, después, un enorme sliencio, grávido de ausencia irreparable.

Pero no fué así por el experto hacer de la burocracia cubana, una pequeña noticia en la prensa, los amigos que se comunican en susurros la tremenda nueva, todo ello lógica conclusión de las mezquindades a las que la revolución lo sometió durante los 18 años de su vida transcurridos bajo la misma. Incomprensión total de quién, sin embargo, había anunciado que la entrada en la Habana del ejército rebelde abría una era de posibilidades infinitas y defendido la pobreza revolucionaria, pobreza material contrapuesta a la sobreabundancia de espíritu.

Estaré siempre con la revolución cubana en Bahía Cochinos y frente al bloqueo yanqui, con ella en Angola y en Etiopía y con su lucha por cancelar la colonia y abrir una historia cubana. Con ella contra el racismo, contra las injusticias sociales, contra las relaciones de desigualdad entre los pueblos pero frente a ella y al lado de Lezama, recluido en su bajo de C.Trocadero número 112. Al lado de sus sufrimientos, de los de Virgilio Piñera, Reinaldo Arenas, Heriberto Padilla. Al lado de los exiliados Cabrera Infante, Severo Sardui y tantos otros que son los que encarnan la libertad revolucionaria de creación cultural y artística, única base sólida en la lucha por una sociedad más justa.

Por qué en la justa lucha contra la abominable plaga de la desigualdad humana las revoluciones acaban siempre y fatalmente con la ejecución de la esperanza? Una ejecución, además inútil y que solo deja sufrimientos.

Pasan los años. Y quién se acuerda hoy de los dirigentes, de las oficiales asociaciones de escritores y artistas, de los diseñadores de las políticas culturales democráticas, de los guardianes de los campos de reeducación? Y cuando permanence la memoria de los dirigentes, de la misma formará parte indeleble, de la memoria de Fidel y de Raúl, responsables últimos de la represión, esa verguenza tremenda de que alguien ponga cadenas a la expresión del pensar de sus conciudadanos. Cadenas cuyo destino es romperse “babilónicamente y fatalmente”.

Pero no aprenden. No me refiero a los dictadores repugnantes, al servicio de sus intereses a corto plazo y a los cuales la represión puede asegurar riqueza y poder sin límites para satisfacer sus caprichos delirantes y que hacen caso omiso del tribunal de la historia. Me refiero a los jefes revolucionarios impulsados por nobilísimos ideales y que a pesar de los mismos, caen en la pura mecánica del ejercicio del poder a favor de su partido único, en el dogmatismo estéril, y en la prisión de la creación. Ellos sí querrían un juicio positivo de la historia. Pero la condena de ésta es inevitable.

Hoy Lezama, Piñera, Arenas…brillan en el mundo y en la propia Cuba con una luz que, sonriente, ridiculiza y borra la represión sufrida. Pero cuánto irreparable dolor causado en el tiempo limitado de una vida irrepetible.

Agosto, 3.7

Hoy Domingo 3 de Agosto, primer Domingo de mes, las calles de nuestra ciudad se llenan con una multitud de 50.000,100.000, 150000 personas, es lo mismo, un tremendo gentío con motivo de la procesión del llamado Cristo de la Victoria, antiguo Cristo de la sal. Lo descienden de su altar y es paseado en procesión triunfal presidida por el gobierno local. Día del disparate retórico y de las barrocas frases vacías. Se pregunta el alcalde por las razones que llevaron al Cristo a escoger a Vigo, entre tantos destinos posibles, se escriben sesudos artículos sobre la teología del crucifijo y plúmiferos sin licencia hablan del Cristo victorial y de la correspondencia biunívoca entre la ciudad y la imagen. Prohombres locales pronncian discursos que hablan con seguridad de lo que espera al creyente en el Paraíso. De año en año todo se mueve, hay avances y retrocesos, solo la festividad del Cristo de la Victoria permanence inalterable, anacronismo inexplicable en la sociedad de democracia avanzada que se dice habitamos. El único cambio producido, que yo sepa, es el cambio de nombre, de Cristo de la sal a Cristo de la Victoria, parece que la victoria sobre los franceses en el tiempo de Napoleón, aunque en el subconsciente de algunos será la “Victoria de la Cruzada” de 1936.

Con esta referencia en su nombre a la victoria se situa al Cristo en la línea de las epiclesis divinas guerreras y de los santos soldados como Santiago Matamoros, y a los que se conceden todavía hoy títulos de capitán general y honores militares.

Me asombró siempre la confusión indiferente del común de los cristianos en torno al binomio Jesús/Cristo. Y sin embargo…

El humilde Jesús de Nazareth, el dulce maestro, que al ser ejecutado se lamenta al Padre por su abandono y que quizá un momento duda del “reino que no es de este mundo”, ha sido transformado por Pablo que extrajo de él el Cristo triunfante en su resurrección. Y sobre bases paulinas la iglesia oficial y jerárquica, maquinaria terrible desconocida en el mundo antiguo, ha utilizado al Cristo como máscara de proa en su lucha para aplastar a sus enemigos y lograr el poder político. Una ejecución banal en una provincia periférica del imperio fué convertida en un acontecimiento cósmico que afecta a todos los humanos, culpabilizados con la culpa del pecado original, la cual ha sido asumida por el sacrificio del hijo de Dios cuya cruz se extiende sobre toda la humanidad. Como dice un texto gnóstico “Cristo ha venido para crucificar al mundo”. Y así frente a un acontecimiento de este calibre no es posible la indiferencia, la indignación o el desprecio, sobre todo si tenemos en cuenta que éstas parten de una humanidad considerada por culpa de Adán culpable. La alternativa a la fé son 1500 años de persecuciones y muerte que continúan aún hoy en parte de la tierra del Islam, ese bastardo del monoteísmo anterior.

No ha esperado la iglesia al volveré del apocalipsis de San Juan, ni al fuego prometido del infierno, el volveré de la iglesia ha sido inmediato, como el de McArthur en Filipinas en 1942. No ha habido hoguera encendida, horca alzada, golpe de hacha o espada

acuchillamiento o matanza debido a intolerancia religiosa en la mayoría de los cuales la cruz no haya ocupado un lugar privilegiado.  Los sufrimientos inflingidos al Hijo del Hombre han sido devueltos centuplicados. El sacrificio de la cruz genera una deuda que no cesa aunque hoy en occidente pueda suponer solamente en el peor de los casos, prisión o multa. Y lo que es peor, esta represión con frecuencia no ha distinguido a los creyentes de los infieles y herejes pues está dicho que el cristiano debe sufrir y que debe completar las aflicciones de Cristo. Los que rodean al Cristo de la Victoria no saben bien a qué señores sirven, señores de una religión triste que fué la primera en preocuparse y en legislar sobre los “aidoia” y que según la variedad de avatares pueden hallarse entre las víctimas del fuego o entre los verdugos que manejan la espada, y siempre entre los que han despedido a la razón de su posición rectora y que danzan felices en la ebriedad del delirio.

Agosto, 3.5

Tengo ciento cincuenta años y he conocido tres siglos. Siendo un niño de nueve o diez años disfruté de la compañía de tres tías abuelas, Josefina, Romana y Rufina, fallecida la última en 1951. Todas ellas de más de noventa años y que eran unas jovencitas cuando la guerra franco prusiana. Vivían en una gran casa, con solana y huerta en Mondoñedo, Lugo, vieja ciudad episcopal, en las que mobiliario, cortinajes, cuadros, luces y sombras eran los propios de la segunda mitad del siglo diecinueve, ese siglo de ciento veinte años que finalizó con la gran guerra. Sus horizontes, sus saberes, sus canciones, eran también de otra época. Estar con ellas era viajar a través del tiempo en que se desplegó su juventud. Y eso que el Mondoñedo en el que yo nací y viví mi adolescencia, el Mondoñedo de los años cuarenta y cincuenta del siglo veinte, poco cambiara en su vida cotidiana con respecto a las décadas anteriores del siglo. Cuando envejecemos recordamos con más frecuencia los años juveniles dónde conocimos a padres, tíos y parientes en su plenitud y lo mismo ocurre con los padres y las generaciones anteriores. Mis tías volvían siempre a los años ochenta del siglo diecinueve.

Ahora soy un sobreviviente de un mundo desaparecido, extrañado ante la nueva gente que habita la revolución digital, un mundo sin el ritmo lento de la carta que se hace esperar y en el que florecía el misterio de la distancia.

Entre los etruscos se creía que los hombres podían alcanzar siete decenas de años, mediando prórrogas que los dioses podían conceder, a través de la oportuna piedad y el sacrificio.

Pero cuando se excedía tal edad, los dioses no se preocupaban ya de uno, lo dejaban abandonado a su suerte y eran inútiles las plegarias y el ofrecimiento de víctimas. Eran puros sobrevivientes. La misma doctrina, variando el tiempo, se aplicaba al estado.

Así pues soy un sobreviviente de un mundo o mundos desaparecidos, sin que tenga que preocuparme de la benevolevolencia o malevolencia divinas, abandonado y a la azarosa sabiduría del cuerpo. La serenidad me ha cogido del brazo y me acompaña, y con tranquilidad espero el momento de solo habitar una fotografía, mientras cumplo con el deber de mantener encendidas las luces de la memoria.  

Agosto, 3

“Man könnte die Augen ein Lichtklavier nennen” (se podría decir de los ojos que son un piano de luz), escribió un poeta alemán.

Si la voz tiene sus festivales, flor solitaria o alzándose entre la espesura de la orquesta, por qué no habría conciertos que celebren la música de los ojos y la sonrisa humana?

La profundidad inagotable de la instrumentación del rostro, la hermosura de los sentimientos que afloran y se desvanecen o se transforman para dar paso a otros.  Una melodía que desenvuelve sus ritmos en un sublime silencio, indecible, un silencio submarino sin obstáculo alguno para la comunicación de las almas.

Agosto, 2

Hoy dos de Agosto de 2019 hace 69 años que falleció Josefa, mi abuela materna a las cinco de la tarde de un soleado día de verano. Yo era entonces un niño de ocho años que se encontraba por vez primera con la muerte, ciertamente sin comprender su alcance. Todos sus hijos, numerosos y ya desaparecidos, y los hijos de los hijos, no menos abundantes, estábamos presentes, aquéllos con rostro serio, con sus gavillas de lágrimas, mientras los nietos conteníamos nuestros juegos por la coacción de los mayores y también contagiados de la seriedad ambiente.

Días antes había llegado de una excursión con compañeros de edad y lleno de entusiasmo y vitalidad entré en la habitación de mi abuela, con sombras sobre los pesados muebles. Desde otra geografía me preguntó por mi diversión. En su rostro, cansancio y melancolía. Hoy, 69 años despúes, soy el último que puede recordarla, con claridad su físico y sus movimientos, más confusamente el sonido de su voz y su modo de ser y de decir. Durante todo este tiempo alimenté mi memoria con las fotografías familiares y con los relatos de mi madre y de los tíos. Siempre tengo presente aquel día, con el contraste entre la luminosa luz de fuera y el interior oscuro, entre nuestra alegría infantil y la tristeza del que llega al final de su camino, sin que pueda distinguir entre lo vivido y lo contado a lo largo del tiempo.

Al contrario de mi madre, que constantemente me visita en sueños, ella no lo ha hecho nunca, quizá porque mis pocos años de entonces impidieron una emoción profunda que abriese las puertas que permiten la emergencia de los seres queridos.

Sesenta y nueve años. Casi tanto tiempo como el período de los Antoninos o cinco veces el Reich de los mil años. 69 años hace que se extinguió un mundo, un planeta disgregado por la muerte y sus restos fueron acogidos en mayor o menor medida por otros mundos. Brillaron un tiempo luces numerosas que hablaban de ella y que se han ido extinguiendo poco a poco con la desaparición de los sucesivos mundos.

La débil luz que de ella llegó a mí, desaparecerá con mi muerte, rasgos, figura, toda memoria carnal. Solo alguna fotografía sobre la que nadie se interrogará con emoción, solamente líneas en registros administrativos.

Me gustaría que antes de que mi mundo también desaparezca, actuases en el teatro de mis sueños y oirte, recuperar tu voz, despúes de 69 años.

JULIO,27

Desde hace muchos años me preocupa el “alterum iam populum ese” que según el senado-consulto de represión de las bacanales amenazaba con sustituir al “populus romanus”, el otro pueblo, otra clase de gente que se va extendiendo entre nosotros, un nuevo y extraño tipo de gente, nuevo y extraño, por lo menos, para los que, por nuestro horizonte cronológico, pertenecemos a un antiguo régimen del que conocimos la última etapa de una rica cultura campesina y las formas de comunicación anteriores a la revolución digital. Kurosawa, el director de cine, decía que el hombre ha comenzado a cambiar en todo el mundo en los años posteriores de la segunda guerra mundial, cambio causado o acelerado por el fin del mundo agrícola tradicional, el éxodo rural a las grandes ciudades con multiplicación de las megalópolis, la globalización y, sobre todo, la revolución tecnológica de las comunicaciones.-

            Una mera observación de la vida cotidiana nos permite identificar a los integrantes de este pueblo que surge entre nosotros y que tan extraños nos resultan a los que podríamos llamar “los antiguos sapiens” o “humanos antiguos”. Paseando por la ciudad llegué a un barrio en el que se celebraba una fiesta relacionada con el mar, desafortunadamente nombrada en inglés, sin que a nadie le importe el daño a la lengua oceánica, haber nacido en la cual es “una dicha indecible”. La presencia física del mar y los fines de la fiesta me recordarón otras, hace dos mil quinientos años, cuando Dionisio desembarcaba en El Pireo y tenía lugar una solemne faloforia por las rúas de Atenas. Dirigí la mirada al horizonte marino pero nada parecía alterar la tranquilidad de las aguas. Tampoco había expectación alguna entre el público. Por todas partes se alzaban tiendas donde se vendían ropas y objetos banales y puestos de comida donde, integrando la cola correspondiente, se podían obtener pequeñas tapas o “pinchos”, de productos marinos preparados de diversas formas, que no pretendían saciar el apetito, y, por supuesto, nada baratas. Música ruidosa en el aire y en tierra, ríos de personas, con el móvil en la mano y fotografiando lo menos digno de ser fotografiado. En definitiva, mediocridad generalizada y aburrida, puro ruido y poco más. Pero a la muchedumbre se la veía contenta y entretenida.-

            Me parece una de las características del “otro pueblo” (y claramente favorecida por el poder): hombres y mujeres, de todas las edades, que se divierten con la nada, bien adobada de confusión y ruido, y que la fotografían y reenvían por sus móviles, enriquecida con capas sin fin de comentarios intranscendentes que se doblan por las glosas no menos vanas de los destinatarios.-

            Nada, que determina el horizonte de complejidad en que se encuentran cómodos sus adictos, fuera del cual lo importante les resulta invisible, excepto si pueden reducirlo o achicarlo, acometiéndolo por el lado más accesible..-

            Con esta operación metonímica asaltan el conocimiento que les es ajeno y en el espacio público, con su no saber, vigoroso y florecido de tópicos, reducen al que sabe al silencio. Otro conjunto, cuyos elementos coinciden ampliamente con los integrantes del anterior, es el de los adictos al móvil y a sus aplicaciones, aparato representativo del “nuevo pueblo” ascendido a miembro de su cuerpo y en el que el cerebro delega parte cada vez mayor de sus funciones. En tu paseo por la vía pública debes esquivar continuamente la salida brusca del portal oscuro del hombre-móvil concentrado en postura característica, inclinado sobre la pantalla que contempla devoto y sobre la que teclean dedos nerviosos. Así lo encuentras caminando, sentado en cafeterías y terrazas, apoyado en muros, en toda clase de espectáculos, solo o en grupo de fieles atentos a la buena nueva que florece en su espejo y que su proselitismo enfebrecido reenvía sin pausa. Durante su conversación con el aparato suele aparecer en sus rostros una expresión de placer, una vaga sonrisa que me recuerdan la felicidad tranquila del adepto a una secta en presencia del fundador, como, por ejemplo, la que he visto en los que oían al señor marqués de Peralta. No tengo dudas de que, con el tiempo, se producirán cambios evolutivos en el cerebro y en el cuerpo de los adoradores del móvil para adaptarse al manejo constante del aparato y a la localización en el mismo de parte esencial de las funciones cerebrales. Llegarán a constituir una nueva especie con la que el “humano antiguo” no tendrá intercambio sexual (si bien posible físicamente, por lo menos en una primera etapa, imposible por la recíproca repulsión”).-

            Ya nadie entre las nuevas gentes ve con emoción, fotografía compulsivamente, todo es adecuado para ser fotografiado y sobre todo, para aparecer en el medio de la fotografía, adquiriendo así por la incorporación una consistencia particular y gratificante y que no es más que penosa basura arrojada sobre lo eterno. Millones y millones de fotografías que con su estupidez mancillan y oscurecen la belleza y que se multiplican en instantánea comunicación que ambiciona sustituir páginas de la historia del arte o de la naturaleza por las nuevas “personalizadas”. La capacidad de recordar está en horas bajas, la falta de memoria, la madre de las musas, se confiesa casi con orgullo “no se necesita en la familia”. En su lugar, el archivo que permite dulce siesta a la cada vez más fatigada cabeza. Y para qué la asociación si tenemos la búsqueda en el archivo.-

            Ciego a lo que no sea su pantalla, camina el nuevo pueblo, en posición semejante a la del celebrante de la misa sobre el cáliz. No es por casualidad la semejanza. Ambos se doblan ante la divinidad que adoran. Sin embargo siempre hay lugar para la decadencia histórica. El vino del cáliz promete al sacerdote la vida eterna. La pantalla solo confirma al que la contempla absorto su lugar entre los idiotas del mundo.-

            Finalmente, como ya se deduce claramente de todo lo anterior, el nuevo pueblo es adicto al turismo, se desplaza compulsivamente en masa, armado de su móvil, por todo el planeta y da rienda suelta a su fotomanía en los lugares más insospechados. La historia y la geografía de las tierras que visita, su cultura le son largamente ignoradas. No es el amor ni un interés el que guía su bulimia consumista (hay una bulimia geográfica al lado de la alimenticia) a la que es indiferente cualquier horizonte, solo poder decir: “estuve allí”, un allí fotografiado hasta la náusea y cubierto de densas capas del guano que originan. Luego, cuando retornan, se empeñan en comunicarte el relato inaguantable de sus tópicas emociones, propias de una guía turística, en mostrarte la pobreza de sus fotografías, todo ello salpicado de expresiones “tienes que verlo” o “como amanece el sol en el lugar X”. Aún resulta más difícil de soportar el descubrimiento de mediterráneos o, lo que es peor, de mediterráneos inexistentes y la pasión efímera que les despiertan, pronto apagadas, como burbujas en una copa de champán. Si esos mediterráneos tienen nombres oficiales muy diferentes a los usuales los pronuncian con la familiaridad propia del trato con un viejo conocido (Myammar, Sri-Lanka…) y por supuesto niegan su condición de turistas, se afirman viajeros pues “cada uno puede prepararse su propio viaje” aunque luego sus comentarios desmienten tal preparación. No son conscientes que, en las condiciones del mundo actual, la categoría de viajero, el honor del viaje son prácticamente imposibles, y que el auténtico viaje es hoy un concepto cultural, que solo es realizable en el mar infinito de los libros y del arte con la vela de la imaginación más poderosa.-

JULIO, 15

Pienso sobre el origen de las existencias y de las geografías que aparecen en mis sueños. Muchos son pensamientos e imágenes que pueblan mi memoria, desde sus profundidades abisales hasta la superficie luminosa de aguas invitadoras, pero una parte considerable es de procedencia extranjera, me parece segura la realidad de una red que conecta los cerebros de las diferentes personas, una “internet” de las redes neuronales individuales que permite la transmisión de recuerdos y deseos de una persona a otra, bajo condiciones que no conocemos pero que se realizan continuamente. En su gran mayoría habitan las fosas marinas del mar del cerebro y la voluntad de la memoria no puede traerlas al recuerdo. Son los sueños el lugar único (o casi único) de su emergencia.-

            Esos rostros y paisajes, seres y construcciones extrañas que se mueven y se edifican en los sueños, son el fruto de la muchedumbre de pensamientos, deseos e imágenes que nos puebla, cualquiera sea su procedencia. En fértil intercambio se combinan entre ellos, se esfuerzan en emerger para persistir en el recuerdo y realizan una frenética actividad teatral con la representación de relatos en los que se estructuran para atraer nuestro interés y con sus escenas oníricas y permanecer así accesibles a la memoria. Ninguno quiere residir, olvidado, en el nirvana de la inconsciencia, anhela generar y conmover, escuchar el aplauso de nuestra emoción que los vuelve peces de las aguas someras de la atención diurna. Con frecuencia no es posible esta transformación, o por las carencias de la pieza o del espectador pero siempre retornan a escena, con obras renovadas y ambiciosas hasta lograr el ascenso a la luz.-

            Esta noche, como cada noche, acudiré al teatro de los sueños, con la esperanza de ver sus luces encendidas y, en un instante, situado en el medio de la escena, actor yo también, ser arrastrado y sumergido por los remolinos de una corriente cuya gramática se ha forjado en lo oscuro.-

            Un año tras otro y noche tras noche se abren para mí, luminosas y sonrientes, las puertas del teatro de los sueños. Siempre espero impaciente el comienzo de la melodía del lenguaje de las sombras. No es mucho lo que comprendo pero nada he olvidado de lo visto y escuchado, que pesa en mí con mayor peso que el de gran parte de lo vivido.-

JULIO, 10

“All obscurity starts with a danger” (S. Plath). El peligro es el fruto de la decisión. Nuestro camino consiste en una serie indefinida de encrucijadas, cada una de las cuales exige decidir. Por ello vivir es habitar el peligro, mayor o menor según el calado del decidir, en estrecha relación con la calidad de la encrucijada. Cuanto más noble es la vida de la persona mayor es el peligro y mayor la obscuridad a la que se abre. Quien vive ajeno al pensar poético (algo diferente del poeta y del poema) es ajeno al peligro y a la obscuridad, aunque consideremos ese alejamiento como una negación, una carencia de las más esenciales posibilidades de lo humano.-

            Una decisión ejecutada con autenticidad alumbra una elección que es siempre verdadera, aunque pueda ser errónea en el mundo práctico. Verdad poética y error práctico son, con frecuencia, las dos caras de la misma moneda.-

            Vacilamos ante las elecciones posibles, que decapitamos con la decisión, en un ámbito que es peligroso por la variedad que se nos ofrece, con el riesgo de una equivocación y el aumento de la obscuridad. Sin embargo, una decisión verdadera nos regala un relámpago de luz que nos deja ver la siguiente encrucijada y de nuevo el peligro y la obscuridad, siempre en aumento, con la progresiva ampliación del horizonte de la decisión que tiene lugar en la evolución de una vida que vive poéticamente.-

            La serena aceptación de la muerte, de su posibilidad anidada en el núcleo esencial de la vida es el instante del mayor peligro y de mayor obscuridad, y nuestra vida puede naufragar en ellos de modo irreversible si la decisión equivocada poéticamente coincide con el momento de la muerte física. Pero si esa aceptación, poética aceptación, tiene lugar, toda nuestra vida se ve iluminada por una claridad que la justifica, aunque esa claridad de aurora solo sea visible en nuestra conciencia que se desvanece en un resplandor, y, en parte, para las personas amadas. Ejemplo y cátedra de muerte cuya memoria sea luz en su camino.-

Julio, 7

Me encuentro con X. Comenta su indignación por la resistencia de las autoridades eclesiásticas a inscribir en el registro de bautismos su apostasía de la fe católica. Realmente está muy enfadado, “con que satisfacción vería el incendio de esos papeles fruto de la imposición de creencias”. “Oh hermosura de las llamas”, (flammae pulcritudo, Nerón ante Roma en fuego). Intento  serenarlo, le digo que con su actitud le hace el juego a su adversario, que acepta el terreno marcado por el mismo. La palabra apostasía, añado, surgida en la lengua griega, pertenece al lenguaje político de la antigüedad: abandono de un grupo, de una sodalitas o corporación, de una facción política. Jamás al lenguaje religioso. El significado moderno de apostasía como el de herejía son inconcebibles para el pensamiento antiguo. Los diferentes dioses no eran celosos y ellos, sus sacerdocios y sus fieles mantenían en general cordiales relaciones. Hubo quien fue iniciado en todos los dioses, desde el ámbito de una divinidad podía recomendarse piedad o sacrificios para otra y un sacerdote podía ocupar cargos en dos cultos diferentes. Esta tolerancia formaba parte de la idiosincrasia antigua y no era como la nuestra, fruto de siglos de persecuciones y de guerras de religión y siempre amenazada. El culto al genio del emperador era la clave de bóveda que garantizaba la cohesión del imperio y la convivencia en paz de las diversas provincias.-

            La apostasía y la herejía aparecen con el cristianismo y la cristalización de una iglesia oficial, inseparable de largos siglos de intolerancia, de persecuciones y crímenes, la primera con rescoldos aún calientes entre nosotros, los otros vigentes en tierras del islam.-

            Tengo la impresión de que Roma, que tan enérgicamente reaccionó en la crisis de los bacanales del año 186 A.C., cuando “alterum populum iam esse” que emenazaba substituir al “populus romanus” no percibió claramente el peligro que para el imperio representaba el nuevo pueblo cristiano, nuevo y terrible adversario, armado con una religión de nuevo tipo, con una iglesia (concepto desconocido para el mundo antiguo) autoritaria y jerárquica de la que fluyen naturalmente la represión de la herejía y de la apostasía, la persecución y la muerte. Evidentemente una represión de las autoridades, no sistemática y con grandes soluciones de continuidad solo podían fortalecer al cristianismo, hasta el triunfo final.-

            Le digo a mi amigo que con su indignación alza frente al dios celoso de la iglesia un antidiós no menos celoso y excluyente. Frente a la iglesia militante, un ateísmo militante, que paradójicamente reconoce la importancia de aquella al entrar en la confrontación, terreno en el que la religión católica se siente cómoda. Pero la iglesia no está preparada para la risa, una risa franca y generalizada que no era posible en la mentalidad antigua. Una risa incontenible ante los dogmas delirantes y la explicación de los mismos, ante la familia divina calcada de la humana con su proliferación de tíos y parientes en forma de santos y beatos que se multiplican incontenibles y asfixian los edificios religiosos. Una gran carcajada me provoca el nombre de un reciente santo, el de Pepe Escriva, el fundador del “Opus Dei” y cuyo folleto “camino” tanto me divirtió en una lectura juvenil.-

            Pero ciertamente no produce risa la necesidad de adorar de las multitudes que levantan altares a cualquiera (altares domésticos, por ejemplo, al dios Maradona o culto a cualquier epiclesis de María que surge de cabezas ignaras e interesadas). Y no olvidemos el culto a los dioses sangrientos de la política, de ridículo visible tras las nubes de incienso de sus turiferarios, dioses de la política hoy más peligrosos que los de la religión. La adoración de los paraísos sublunares ha originado más catástrofes que las incontables de los situados más allá de la Luna. Reirse, sí, de las iglesias políticas y religiosas pero que inmenso esfuerzo de e-ducación para e-ducar al rebaño (lo que implicará la desaparición de éste).-

            Dejemos el combate trágico frente a las iglesias (esa actitud, por ejemplo, de Unamuno que tanto gusta a los católicos y que tan fáciles victorias les proporciona). Abandonemos la seriedad y riámonos, y en medio de la risa, gocemos del poder de los humanos de crear dioses. Ejercitémoslo y probemos su eficacia o ineficacia para abandonarlos en beneficio de otros.-

            No sé si he convencido a mi amigo, pero acepta la gran risa que le propongo sobre los dioses y las iglesias intolerantes que los crean y se sirven de ellos adorándolos. Seguimos caminando con un río de risas que nos refresca y purifica, hacia una cerveza fría que ofreceremos al dios desconocido.-