Nº DOS (ENERO 2021)
1. POEMAS
2. EL ORÁCULO DE LEZAMA
3. LITERATURA GALLEGA Y LITERATURA EN LENGUA GALLEGA
4. UNA ANTOLOGÍA DE CUNQUEIRO
POR CÉSAR CUNQUEIRO
(https://cesarcunqueiro.home.blog/)
1. DESDE EL FONDO DEL MAR
POEMAS
I. Beatriz Pasa
Pasan los siglos, caravana insomne,
Vacuno que azuza el pastor del viento,
Barro, gritos, estruendo, confusión,
Mugidos, sin descanso, hacia las puertas
Del abierto recinto del olvido
Donde todo se calma y apacigua.
Un silencio sin noches y sin días.
Mientras, los que andamos sobre dos piés
La tierra, alzamos nuestra estatura,
Como un semidiós, a la muerte ajeno,
Y su fatal memoria no pensamos,
La vieja enemistad de sus archivos.
Vivimos en una dulce embriaguez,
Es la copa de Beatriz la causa,
Que nos aleja de la imagen clara
Del país que no sabe de retornos.
Es Beatriz un manantial de niebla.
No hay días en el siglo, ni en los días
Horas, en los que Beatriz no pase,
Beatriz pasa siempre, siempre cerca,
Hace ochocientos años de su paso
Por Florencia, suceso de inmortal
Recuerdo. Pero ha pasado antes
Y después, pasa y seguirá pasando.
Qué lugar en la tierra sin su paso?
Beatriz asomada en la ventana,
Beatriz en la calle y en las plazas,
Un sereno mirar y la sonrisa.
Beatriz es un enigma. Inútil
Preguntar por la variedad que muestra
En la figura, Beatriz se viste
De todas las respuestas que imaginas.
Y con todo, no habrá duda ninguna
Si pasa Beatriz y al pasar mira.
Entonces, un eco nunca oído,
Un repentino incendio de mil luces,
Brisas de puras, altas extensiones,
Se abre tu ser, las puertas se retiran,
Beatriz está en el umbral. Espera.
Un destino en sus ojos te interpela.
Cualquier tiempo anterior es cancelado.
Se funden dos en la mas grande imágen,
Dureza transparente de la piedra
Que se fija y se adentra en el espejo
Por senda solo por amor sabida.
Y no importa el romperse del espejo,
Los agudos cuchillos de sus vidrios.
Aunque los cubra sangre muy antigua,
Que traspasa los filtros del olvido,
Son huerto para el florecer del verso
Y el retrato del arte, la más alta
Memoria de Beatriz, testimonio
de una eterna belleza entre nosotros.
Por escuchar de Beatriz el canto
Seremos canción pese a la ceniza
Y haciéndonos brotar alas de fuga
Que quiebren un instante las oscuras
Servidumbres al polvo y a la muerte
Beatriz siempre seguirá pasando.
II. Manera de morir
(“La perfección muere
arrodillada” Lezama)
No quiero en lecho mi lugar de muerte,
Debilidad rendida del anciano
Que exhibe su final, anticipado.
Y no siendo oriental, arrodillado,
Disposición que pide una cultura,
Y también su horizonte de morada,
Que no siento. Quiero morir sentado,
Asiento que no sean mis talones,
Que añaden incomodidad al trance,
Si no cómodo asiento, mi sillón
De todo día, papel, libro y lápiz
En la mano, libros en el regazo
Y a mi lado, que muestren a la muerte,
Claramente, su atroz impertinencia.
Elijo horas de tarde de verano
De honda conversación con mis vecinos
En los alegres barrios de bibliópolis,
Ciudad natal. Su ordenado urbanismo
No excluye los rincones misteriosos,
En su sombra, quizás será la herida.
Una ola en mí, como el mar en la arena,
Me serena. Tener como testigos
Tanto amigo, de todas las naciones,
que en lenguas diferentes se lamenten.
Muchos años viviendo con los libros,
El color de su piel y su estatura,
Son sabidos. Y su olor que entrelazan
con el mío. Familia de papel!
Para no ver suceso tan tremendo
Sus ojos cubrirán con las cubiertas,
Mantos de colores. Cogido a ellos,
Perdido en la selva obscura, me guiaron,
Ahuyentando al error, que amenazaba.
No sé si quiero muerte perezosa
Que se enrolle despacio en mi costado
Gato negro egoísta y zalamero,
O hacha tierna y veloz, que decapite
O mezcla sabrosa, a voluntad, de ambas.
De la escena final no tengo dudas.
La cabeza inclinada sobre el pecho,
La mano que acaricia el libro amado,
Mis plumas como lanzas derrotadas.
III. Una inscripción antigua
Yo, Kúsar Kun.Ke.Í.Ru, servidor
De la casa de los libros, alcé,
En provincia lejana del imperio,
Este recinto para su morada,
Allí donde solo crecen la sombra
Y el silencio, fuera de los caminos
Que visitan la guerra y el comercio
Los años largos de mi vida ardieron
En el fuego del altar, sacrificio
A vuestra luz de extraños inmortales,
Centauros alados, hijos del hombre
Y de la nube que el saber de siglos
Alimenta. Con alegre fatiga,
Cada día, surgieron galerías,
Habitaciones, pórticos, columnas.
Al final, cuando todo fué dispuesto,
Os invoqué en las diferentes lenguas
Propias de los orígenes diversos,
Para habitar la ciudad ofrecida,
Que os acoge por barrios desde entonces.
En cómodo reposo las figuras,
Diferenciados órdenes y clases,
Sobre el misterio de ángulos oscuros
Sobrevuelan brillantes arcoíris,
Color variado en túnicas y mantos
Que causa por doquier un suave incendio.
En los dobles collares de los días,
Y en las perlas que cuelgan de sus horas,
Mis manos que no cesan, acarician
Vuestra cálida entraña desvestida
Y hacen brotar las voces y los cantos
De letras que se acercan, bailarinas,
Desde sus alfabetos prodigiosos,
En juegos malabares que me asombran.
Sediento bebedor del agua escrita,
Una sed que no sacia la bebida,
En embriaguez viví, sin observar
La pleamar de la extensión del tiempo,
La amenaza del Nilo en su crecida
Hasta la superficie indiferente
Y sin historia que cubre el latido
De una antigua esperanza sumergida.
Es el tiempo en que nacen las preguntas,
Angustia, inquietud nunca sentidas.
Borrado el templo y el rumor del culto,
Y el ágil ejercicio del incienso,
En su trapecio, cada vez más alto.
A dónde ireis, divinas criaturas,
Sin los fieles que por saber se inclinan?
La dispersión fatal a la procura
De antiguas melopeas y salmodias
Adormideras guardianes de sueños,
No veré. Pero conozco la arena
Y sé del viento eterno que la azota
Y de los restos que hay en lo más hondo
Donde la tierra sin esfuerzo olvida.
Escriba del final, en la piedra dura
He inscrito estas palabras, testimonio
De un instante vivido como eterno
Quitar su dicha no podrá la muerte.
IV. Inevitable Herencia
Modesta herencia habrá cuando yo muera,
Humilde y apartada habitación
En la infinita biblioteca humana
Y el eco de mis pasos cada día,
Entre las órdenes de libros, monjes
Con recia disciplina de silencio,
Sus manos sobre un pecho de secretos,
El saber alcanzado por sus vidas.
En la luz indecisa de las celdas,
Años, siglos quizá, fui también monje,
Inclinado sobre lo más difícil,
Sin procurar jamás ganancia alguna.
Pude así conocer lo más profundo,
El pensar de las razas de los siglos,
Abierto en luz al generoso esfuerzo.
Los años ya pasaron, o los siglos,
Ya la muerte es vecina de mi sombra,
Con paciencia sonríe a mis trabajos,
Ciegos a su deseo de mudanza.
Ellos alzaron alas en la antigua
Arquitectura, nuevos laberintos,
otros monjes se unieron a los viejos,
Con orgullo tranquilo los contemplo.
Yo quisiera vivir siempre a su lado,
Y un cuerpo de papel atravesado
Por flechas que disparan alfabetos
En vuelo de imposibles geometrías,
Figuras y ejercicios nunca vistos
De mágicos arqueros en palestra.
Ciudadano de la ciudad sin fin,
Libro entre los libros, fatal destino
Del sediento que busca el agua oculta
En grietas de la roca vueltas fuentes.
Pero soñar no es página que dure,
Una mano sin mano en el costado,
Un vacío sin nombre que disuelve,
Se abre común, inevitable herencia.
V. Elvira
Es imagen antigua, centenaria,
Fotografía de alguien de mi sangre,
Niña todavía, vestida en blanco
Ceñido a medio brazo y celosía
De bordados que cubre las rodillas,
La ternura se afirma ante el andar
Reciente. Máscara de nieve el rostro,
Óvalo de un saber secreto, fuente
Para mis preguntas, entre torrentes
De rizos negros. Es más que un retrato,
Es dónde escucho la voz de mi estirpe.
Reiteraron tu nombre con mi madre.
Elvira!, en afirmación de vida,
Puente sobre el vacío de la ausencia,
Herida dolorosa en la familia.
Pero también un saber la unidad
De ambas existencias, la necesidad
De satisfacer a los años breves,
Bajo la luz, de la primera hermana
Que exigían persistir, duración,
Y así encauzar la sucesión del tiempo.
La casa lo supo ayer, hoy fatal
Destino, lo sé yo. Herencia vuestra
Que me alcanza y designa sin opción,
Fatigar la memoria de las aguas
Que nos bañan, restaurar el espejo
De los quebrados espejos del río,
Su claro fluir, cancelar la niebla,
Es la tarea. Os miro, te miro,
Desde el alba y en las horas del día,
Breves, largas. Todo es inevitable
Encuentro, encrucijada conversada.
Vemos en los ojos que un mismo mundo
Nos alberga. Respiramos rumores,
Sueños, voces venidas de muy lejos.
Lo que está decidido, desconozco
Ni por quién. No importa. Materna lengua
Me interpela constante y solicita
Como guardián que soy contra el olvido,
Enriquecer la posesión antigua.
Firme llevado, lento voy ganando
El parecido, la mirada propia
Que en nosotros florece y se despliega,
Ya ocupo mi lugar a vuestro lado.
Pastor de la casa, veloz galopo
Sus caballos. Descansad, es mi turno,
Por mi voz habla ahora la familia.
Aguardo tu mirada, vuelto imagen.
Quién eres, no lo sé. No sé si existes,
La sucesión la encontrarás dispuesta
Si sientes, escogido, la llamada.
VI. El sueño de Teresa Vidal
Una ventana oscura en el barco de la noche,
Hundida en el reposo de un sueño sin luces,
Ciega a la luna, rueda visible del carro invisible
Que derrama su carga en suave incendio.
Al fondo, muy lejos de los caminos del cielo,
La llanura de un mar de piedra,
No ondula su calma la brisa nocturna,
Ancla el barco de la noche con abrazo inmóvil.
Silencio. Ni presencia alguna.
Pero si rasgas el frágil tejido del velo,
Si la luna golpea la piedra
Y desenvaina el resplandor de sus lanzas,
Aparecen sirenas que cantan en aristas duras,
Visten de sonrisas, y no ocultan, inocentes,
Dientes de sierra y garras agudas.
Defienden, el destino lo manda, el haber de la tierra.
De pronto, una luz,
En la ventana del barco de la noche,
Las hojas se abren, alas que vibran,
Una mujer en el marco de la ventana,
Mármol o pintura en el museo de la noche.
Belleza es la delgadez de su altura,
Y la pasión del rostro, hoguera
Que alumbran los ojos, con fuego de campamento nocturno.
Así dice admirada la hora profunda.
Un misterio pregunta en ese ser ardiente,
Embriagado por un anhelo antiguo,
Vuelo de ave, camino de luna a la que llama hermana,
Vencer, hada de la noche, los lazos terrestres.
Despliega sus brazos, se adelanta,
Ensayo de arrumbar inútil nido,
Casi una sombra, asomada a las ondas del aire.
La noche extiende tapices de magia,
El mar de piedra palpita y asciende,
Las sirenas llaman con dulces cuchillos.
No, no hay brazos que retengan el talle de Teresa,
No están los míos, no estorban los vuestros,
Pasajeros sumidos en sueños distantes.
Eres libre Teresa de incendiar el aire,
Ángel sin peso, en busca de flores que habitan muy altas.
Tu danza, sin apoyo en el suelo, detiene a la luna,
Tu mirada brilla con tesoros sin nombre
Que nombras por vez primera,
Oprimen tus dedos frutas azules de jardines no hollados
Y el rocío humedece tus labios.
Un sueño imposible se ha hecho posible,
Concedida la suerte del deseo más hondo.
La tierra, sorprendida, retrocede un instante,
Ante esta hija, vuelta familia del éter,
Pero sus celos gravitan con fuerza tremenda,
El mar de piedra se agita, alterado,
Vomita torrentes de olas con filo de hacha,
Rugen su canto las sirenas hambrientas.
“No serás criatura del aire”
Exclaman las voces de abajo
“Sino planta, de las más hermosas, crecida en mi seno”
A Teresa la acogen los cuerpos más fuertes, el amor más duro.
Rota estrella de mar,
Flotas, inerme, en aguas de piedra.
Se diría que acunas un bien muy querido.
Mientras, la sangre sella con rubí muy espeso
El pergamino herido de tu estirpe terrestre.
Ya no hay luces en el barco de la noche,
Ni ventanas abiertas para respirar infinitos,
Ya se aleja al alba la clausura oscura,
Surge el sol indeciso del cotidiano vacío.
Es el poema de un sueño de una noche de agosto,
Que duró mil noches. El despertar nos dejó tu ausencia.
Imágen brillante de jinete alado galopa, incansable,
La memoria, rueda la cabeza del olvido.
Historia tan clara no será ofendida.
2. EL ORÁCULO DE LEZAMA
Llevo tiempo ocupado y preocupado con los temas del signo lingüístico, la imagen y la realidad, también con los vehículos y viajes metafóricos y sus pasajeros y cargas, viajes a cuyo lado los viajes mundanales no ofrecen otra cosa que caminos banales y sin interés que no salen de lo mismo.
Por el estudio de la imagen en Lezama me incliné sobre su asociacionismo en la cadena sintagmática de sus poemas al predominar (en términos generales) la superficie del signo lingüístico sobre la imagen subyacente y oculta. Las distancias que salvan los tropos lezamianos son inmensas y no raramente nos falta la clave de ese viaje que salva la distancia (metafórico, pues toda metáfora, como cualquier tropo es un vehículo diseñado para un viaje). Pero como decía Lezama y así tituló su obra póstuma “Fragmentos a su imán”, el auténtico fragmento está imantado y busca a su imán. Reconocemos la imantación del fragmento porque trasplantado a nuestro propio imán se inserta en la dinámica propia de la imagen y exhibe su poder germinador. La imagen que vehicula el fragmento sacude y conmueve, incluso parcialmente incomprendida.
Creo que la sensibilidad a la imantación del fragmento, a su energía poética, es la prueba más clara de la autenticidad y grandeza de una visión poética.
Pero esto será tratado en un boletín futuro. “Lezama camino del paraíso” completará así lo tratado en el primer boletín “Lezama y Cunqueiro. La luz de un mundo que se aleja”.
Andaba yo algo ebrio después de tanto beber de la jarra de estas cuestiones. Paseaba nocturno por el malecón de mi ciudad, acompañado mi pausado andar del tranquilo y armonioso golpear del agua contra el muro. Una luna enorme y juvenil me sonreía, las mejillas incendiadas por una erupción naranja. Mis pensamientos se asociaban, promiscuos, con otros muy lejanos y en este andar aquí y allá me encontré con la noche pitagórica del Maestro Lezama y se me ocurrió que sería buena idea viajar a La Habana y visitar el templo de Trocadero 162. Podría consultar al oráculo que allí abre su boca cuando la claridad estelar llena de su mansa plata la oscuridad de la celda sita en la planta baja. Pensado y hecho. Subí a un vehículo metafórico de cercanías que instantáneamente me dejó en el malecón de La Habana. Las horas de espera, por la diferencia horaria, transcurrieron en lento abrazo con cariñosos rones que me hicieron olvidar la ebriedad del tropo. Cuando llegó la noche, y las estrellas ocuparon sus palcos, despedí a mis jóvenes amigos que me obsequiaron con un último regalo. Sin apresurarme, me acerqué al lugar sagrado. La calle estaba casi vacía. Empujé levemente la puerta que se abrió lo suficiente para permitir mi entrada. Un buen augurio ya que si la consulta al oráculo no se considera pertinente, la puerta permanece cerrada. Los sacerdotes al servicio del templo son los que brotan del espejo de las imágenes que lo configuran. La noche pitagórica que fluye a través de la ventana ilumina la habitación. Un sacerdote o lo que considero tal, con la cabeza afeitada como los antiguos servidores de Isis me señala una silla y en silencio me ofrece un pastel de canela. Mientras lo saboreo, sentado, se va precisando, al fondo de la habitación, la estatua sedente de un Dios mesoamericano, de vientre enorme, dispuesto en pliegues como serpiente boa enrollada que observa soñolienta por el ojo semicerrado del ombligo. Un cigarro gira en la boca de la estatua, en su extremo otro ojo, éste, brasa y tremendamente vivo, que palpita al ritmo de las inhalaciones. La hoja bebida libera nubecillas que se alzan lentas en el aire y que a la luz del resplandor nocturno forman una vía láctea de niebla que se pierde en los mundos más oscuros de los rincones.
Sé que el pago del oráculo consiste en una ofrenda de libros aparecidos después del viaje al Hades del viajero inmóvil y que por ello no pudo leer. Dentro de mí se forma una clara imagen de unos cuantos libros de mi biblioteca que suscitan el interés del cubano. Asiento y al momento aparecen en las manos del sacerdote calvo que desaparece con ellos.
El silencio se ahonda. Yo adelgazo mi pregunta a fin de que pueda deslizarse por la abertura más fina. Al cabo de unos minutos oigo mi voz, un poco ronca y un mucho conmovida que se extiende en un español cuya prosodia me proclama hijo de una tribu bien conocida de los oídos isleños. “Contemplar en las isletas del Puraná la pareja del árbol de coral frente al ojo del tigre”.
Algún fenómeno celeste vela la luz estelar. En la oscuridad arde con más fuerza la brasa del cigarro, con intensidad furiosa, caballo azotado por su jinete. Después, poco a poco se va reduciendo a un punto luminoso. Y entonces resuena en la habitación o es en mi interior, la respuesta a mi pregunta, una onda sonora y clara. Pero sucede lo que con todos los oráculos, sus respuestas son ambiguas. La particularidad del oráculo lezamiano es que responde con preguntas, como si toda pregunta necesitase un preguntar más hondo que abra un camino posible. Hasta cuatro veces pregunta Lezama. Al final de cada pregunta la interrogación vibra largamente, cristal de violines en caricia apasionada.
“¿Un objeto se salva por su reducción a forma?
¿Es la forma el final del camino?
¿La forma es un objeto?
¿El objeto creado por la forma es un fragmento?”
La brasa del cigarro vuelve a ser el centro ardiente de la noche. De nuevo el silencio. Fatalmente atraído por la hoguera circular, se arroja a ella y allí crepita en mil chasquidos que se dispersan como los ruidos sin padre de una casa en la noche. Me levanto y con una última ojeada a la figura oracular, abandono la habitación y salgo a la calle. Detrás de mí, muda, se cierra la puerta. Cojo el primer vehículo de mis sueños que aparece y de inmediato me encuentro entre mis libros, entre los que no noto la ausencia de los ofrecidos. En la mesa, el recado de escribir se halla dispuesto, albo folio, al lado de sus hermanos, el bolígrafo de tinta azul celeste entre los dedos y otro de espesa tinta violeta para las correcciones, la mano izquierda en funciones de apoyo variadas y los ojos vigilantes del proceso de labrado del campo de papel. Armonía admirable la de este recado de escribir puesto en marcha, papel, pluma, mano, brazo, ojos, cerebro. La escritura fluye como un río por el cuerpo, atraviesa y se adelgaza en el útil de escribir y finalmente vierte en el estanque de los folios cuyo nivel asciende sin cesar. Los manantiales de vagas ensoñaciones confluyen en corriente poderosa que al final se deposita en capas de precisa geometría. Ideas y palabras, riquezas que ignoraba poseía se derraman por la boca de la pluma, pluma que piensa como parte del cuerpo que piensa. El tiempo se extiende ante mí como los folios albos, sin límites, la primera pregunta del oráculo, con comodidad se instala en ellos. En su redondez perfecta me sumerjo.
“¿Un objeto se salva por su reducción a forma?” Después de pensar la pregunta, ésta no puede menos de sorprendernos. ¿Es posible hablar de un objeto antes de su reducción a forma? ¿Hay objeto que salvar si la forma no lo viste? O dicho más claro y hondo, ¿no es la forma el objeto? El corolario, sin forma no hay objeto. Pensemos la tercera pregunta: “¿el objeto creado por la forma es un fragmento? Dejemos de lado, por el momento, la parte posterior a la cópula, el atributo. Fijémonos solo en el sujeto de la fórmula ecuativa “el objeto creado por la forma”. Si el objeto es creado por la forma, no puede haber objeto que se salve por su reducción a forma. Pero, ¿qué quiere decir salvar? La forma, quizá, como caracola que alberga la untuosidad blanda y pegajosa de una objetualidad precaria. En realidad es una contradicción hablar de un objeto previo a la forma, un mero “Flatus vocis”. Cualquier objeto que nos regala su presencia tiene una forma que lo precisa como tal objeto. Pueden existir objetos, desconocidos hoy, que si llegan a nuestro conocimiento lo serán como formas. Si hablamos de seres monstruosos, ocultos en fosas primordiales, si son reales, tienen forma que en su momento podrá sernos ofrecida. Si su existencia es del ámbito del mito (como la del ave Simurg que desde el Cáucaso cuando cierra el ojo derecho ve los acontecimientos de los últimos mil años y cuando cierra el izquierdo ve lo que sucederá en los próximos mil). Entonces constituye un signo lingüístico, con su significante y su significado. En este último se halla presente un número variable de semas según los individuos y las culturas. Algunos siempre presentes, para que una comunicación sea posible. Y este signo lingüístico, no tiene, a diferencia del signo “Napoleón” o del signo “mesa”, un referente real, tiene como referente el texto mítico.
Más antes de seguir con el problema del referente que, a primera vista parece admitir la distinción real/no real conviene hablar de la imagen. Todo signo lingüístico, como tal signo, contiene una imagen. Imagen que, como todos los signos lingüísticos emitidos por los individuos es individual, de una riqueza siempre mudable y en general creciente, aunque pueda disminuir y casi desvanecerse por olvido. Pero todas las imágenes individuales comparten dentro de una cultura un conjunto, máximo común denominador, de rasgos imaginativos que posibilitan, por ejemplo, la comprensión del tropo, en una cultura determinada, máximo común denominador que adelgaza en la comunicación intercultural.
Una reflexión sobre el referente antes de seguir con la imagen. Decíamos que el ave Sigurj no tiene un referente real, a diferencia del signo lingüístico lobo. ¿Pero hay esta diferencia? Pensemos en una frase como “un lobo enorme lo atacó” contenida en un cuento. Desde luego no es el referente un lobo real. El niño que escucha absorto, cuando oye el signo “lobo” alza una pantalla en la que aparece una imagen dinámica (una película) y variable originada en toda su experiencia vital (lobos reales, textos escritos, sonoros, visuales, sensaciones…). Esa imagen es el auténtico referente del siglo lingüístico, interior a él pero abierta siempre al estímulo exterior, que la modifica y hace crecer.
Y si en vez del lobo del cuento o incluso del pájaro Simurg que es fácil imaginarlo, hablamos del alma, como muchos hablan todos los días, un puro signo lingüístico cuya pertenencia a la realidad se verifica a través del texto mítico, la imagen que vehicula es más flúida y evanescente. Si se hiciera una encuesta, la imagen reflejaría vagamente un vapor que asciende, un ave, una energía aérea…
Cuanto más abstracto el puro signo lingüístico, más evanescente la imagen, pero ésta siempre existe. Por el contrario, en cada cultura los dioses se presentan con ricas y sólidas imágenes, alimentadas por todos los textos de esas culturas. Cierto que el creyente en una determinada divinidad tiene por segura su existencia real. Pero claro es que de esta presunta realidad no dimana su imagen sino de los textos míticos, plásticos… de su cultura. Incluso puede pensar que la imagen cultural es un sucedáneo de una imagen en la que se manifiesta la realidad divina que cuando se hace visible es insoportable y aniquila al humano, como Zeus a Selene. Por eso el Dios del Antiguo Testamento se manifiesta en una zarza ardiente.
Sin embargo, el que haya seguido hasta este punto la exposición podría objetar: “Sí, pero si la frase “lo atacó un enorme lobo” se refiere a la noticia de un periódico o digo “mi perro corre” parece que en ambos casos el signo lingüístico tiene un referente real, el lobo concreto que quizá fue matado por los cazadores o mi perro lobo que se llama Orfeo y a quien vi crecer y morir. Y como el lobo de la noticia y el perro familiar, la inmensa mayoría de los seres y objetos que nos rodean. De estas existencias concretas podemos decir que son ingrediente decisivo en la formación de las imágenes de los mismos pero no, ni mucho menos, exclusivamente. En primer lugar es un ingrediente variable a lo largo del tiempo, variabilidad que proporciona múltiples estímulos, con frecuencia contradictorios. En segundo lugar, en la imagen de ese ser concreto influyen también ingredientes procedentes de todo nuestro horizonte cultural y los relatos de terceros sobre ese ser. Nuestra propia imagen de ese ser (amigo, lobo, perro, hijo) cambia continuamente. En virtud de los continuos estímulos que nos llegan de todas partes, muchas veces contradictorios, el referente de ese ser, por próximo que sea a nosotros y que es antes que nada un signo lingüístico con su significante y su significado, es la imagen que vehicula el signo, diacrónicamente un conjunto de imágenes en continua variación y retroalimentación. Todo ello, repito, sin perjuicio, de reconocer la importancia decisiva de los mensajes emitidos por ese ser (contradictorios con frecuencia) en la formación de la imagen y lo mismo si se trata de un objeto inanimado, sea un cuadro, una caja de música o una mesa. No hay pues ser u objeto reales y que nos sean conocidos que no tenga una imagen, es decir, que no sea un signo lingüístico. E igualmente ocurre con los seres y objetos fantásticos que pueblan los textos míticos o teológicos (texto en sentido amplísimo). Sin imagen no hay objeto. Operamos sobre los seres y objetos por medio de imágenes. La variabilidad de éstas hace necesario, para la eficacia de las operaciones, la aplicación de las subimágenes contenidas en un tramo medio de la banda de variaciones de la imagen, más allá del cual puede dificultarse o incluso resultar imposible el reconocimiento. Llamamos forma del objeto a esa zona media de la escala o espectro de variaciones. Decía que conocemos por imágenes, interviniendo en la realidad a través de la forma del objeto y teniendo en cuenta que esta intervención es social, a través de formas culturales (es decir, máximo común denominador de una cultura o de la interacción de varias, análogo al máximo común denominador semántico en la comunicación).
Los seres y objetos fantásticos de una cultura, puros signos lingüísticos, se agotan en su imagen una vez obtenida de los textos míticos. En ellos la forma puede ocupar toda la banda de oscilaciones de la imagen o la mayor parte, sin dificultar la comunicación o la acción. Forma e imagen pueden llegar a identificarse. Pero si hablamos de seres o cosas de la realidad, la distinción entre imagen y forma, como subconjunto de la primera es decisiva. Además los seres y cosas de la realidad no se agotan en la forma ni en el signo. Hay además su realidad. Pero esta realidad no es que sea desconocida. Ni tampoco que sea imposible de conocer. La esencia de la realidad es relativa, relativa a un aparato de recepción de la misma. En los términos más amplios posibles, “algo es para algo” (donde algo puede ser alguien) y el para es el fundamento. No hay la “cosa en sí” sino la “cosa para” y no hay ninguna dificultad lógica en pensar no solo la diacronía de los “para” sino su sincronía. Si, por ejemplo, desapareciese la especie humana o todos los mamíferos o la vida orgánica se abriría el reino de otros “ser para” incomparables con el “ser para” de nuestra especie.
Todo esto provoca reflexiones interesantísimas sobre la naturaleza relativa de la realidad y las consecuencias extraíbles, pero los desenvolvimientos nos llevarían muy lejos y quedan para otra ocasión. Sí quiero realizar unas observaciones sobre la relatividad “del ser para” aplicada a la idea de Dios, que en tanto ser fantástico de la cultura se agota en su imagen. Pero naturalmente cabe la posibilidad de que sea un ser desconocido pero real y que se revele en otro horizonte histórico. Pero si la esencia de lo real es su carácter relativo, no podría haber un Dios en sí sino que descansaría, al revelarse, en nuestra imagen. Un Dios dotado de todas las perfecciones, entre ellas ser en sí, independiente de todo “ser para” sería la nada. Por eso, si el Dios desconocido existe, será una divinidad mucho más humilde y limitada, un semidios.
Y no olvidemos que en sus operaciones sobre la naturaleza, las ciencias fundamentales no se preocupan ciertamente de conocer quiméricos objetos en sí, sino de construir modelos que funcionan en la realidad.
Decíamos que de la inmensa y cambiante riqueza de la imagen, no es utilizada, en la comunicación y acción social ordinarias, más que una parte, el máximo común denominador de los miembros de un nivel cultural o intercultural. Podríamos así definir la poesía o la literatura, como el arte en general, como el esfuerzo de patentizar esa riqueza, de manifestarla y de llevarla a la sociedad en un esfuerzo por elevar ese máximo común denominador de sus imágenes. Esfuerzo duro y sufrimiento. Es un destino manifestar la plenitud de la imagen. Así la primera y la cuarta interrogación lezamianas se resuelven en la primacía de la imagen y en el destino del poeta. Poeta es “el que consulta al oráculo” (Thewros), esto es “el que realiza el viaje”, la tarea esforzada por la que logra la altura de observación (spécula) que permite la contemplación de la imagen en su esplendor. Poeta es el que ve con esos ojos como hemiglobos del Auriga de Delfos.
Pero el oráculo planteó dos interrogaciones más, si la forma es el fin del camino y si la forma es un fragmento. Aunque esta última es la cuarta, es preciso responderla en primer término, ya que lo fragmentario busca su reintegración.
Todo signo lingüístico es un fragmento, lo es primariamente en el léxico y lo es como imagen. Imágenes y constelaciones de imágenes tan numerosas como las estrellas y las galaxias. Pero las imágenes no son mónadas aisladas. Si el signo supone una reducción al cortar el cordón umbilical para engendrar la imagen, inmediatamente se abre el proceso de la expansión de la imagen alimentada por todas las posibilidades biológicas y culturales de la especie. El coste de la reducción inherente al signo, la herida dolorosa del corte con la realidad se cancela y se cura con la abundancia de la imagen. Recordemos que de la castración de Cronos surgieron los Dioses a la luz. Lo que no es óbice a que permanezca la nostalgia por lo informe, por lo indefinido y sin límites, la nostalgia de un caos, abertura de un seno materno donde cielo y tierra yacían confundidos, la nostalgia de un paraíso perdido, paraíso que intentamos recuperar con el movimiento de la imagen en relación con otras imágenes, que pueden ser muy lejanas, distancias salvadas por el transporte metafórico, instantáneamente. Distancias inconmensurables, semejantes a las cósmicas que se anulan por la constante creación de constelaciones de imágenes. Al planeta de una imagen llegan visitantes de otro planeta muy lejano. Por medio del tropo y, en especial, utilizando el vehículo metafórico, una imagen entra en la gravedad de otra imagen o de una constelación de imágenes. Hay un comercio de rasgos imaginativos, enriquecimiento de la imagen, cruces e influencias, se normalizan relaciones y el viaje se vuelve banal. “Tiene dientes como perlas”: la imagen de los dientes ha viajado hasta el imaginado país de las perlas, ha entrado en su gravedad y, a su retorno, ha incorporado para siempre rasgos de la imagen visitada. La cartografía estelar ha sido precisada. “Tiene dientes como perlas” es ahora un viaje banal, casi sin rendimiento poético.
Hagamos dos observaciones al margen. La primera, que los viajes metafóricos no son arbitrarios. Del mismo modo que en la búsqueda de planetas compatibles con la vida, los viajes metafóricos buscan imágenes lejanas que posibiliten un comercio poético fértil. Claro que esa búsqueda será más exitosa cuanto mayor el rango y la riqueza de la imagen viajera.
Segunda. El “como” de “los dientes son como perlas” es un agujero en el neumático o en el mejor de los casos un freno en el vehículo del tropo que reduce su velocidad y su alcance frente al “sus dientes son perlas”. Aunque a veces este mecanismo está justificado, sobre todo en el supuesto de gran distancia interimaginaria donde el “como” es un freno de seguridad que permite un aterrizaje suave en el destino mientras que la simple fórmula ecuativa podría llevar al choque violento y al fracaso del viaje.
Toda relación de intercambio establecida en un viaje es recíproca, todo viaje es de ida y de vuelta. “Perlas” a su vez ha conocido la gravedad de “dientes” y a su vez puede incorporar rasgos imaginativos de los dientes a su imagen. Traigamos a colación los resultados de una metáfora cunqueiriana: “las croquetas se retorcían en la sartén como herejes en la hoguera” (magnífico ejemplo de la necesidad del “como” dada la distancia inmensa entre las imágenes de “croquetas” y “herejes” sin el “como”, se estrellaría el vehículo metafórico). Pues bien, como consecuencia de haber entrado en contacto las gravedades de “croquetas en la sartén” y “herejes en la hoguera” podemos ver en la imagen del hereje y sus movimientos algo de los movimientos de la croqueta en la sartén.
Sin embargo, y sin insistir en ello, apunto una intuición. El rendimiento del viaje de vuelta parece que debe ser muy inferior al de ida, precisamente por la naturaleza no arbitraria de éste. Y por otra parte, la repetición del viaje de ida (el viaje banal que dijimos) no produce riqueza poética salvo que la imagen transportada ofrezca una novedad o novedades (v.g. “mostraba una sonrisa de gastadas perlas artificiales”). Y exceptuada siempre la citación oportuna, invitación cortés al propio viaje metafórico de una feliz metáfora anterior, invitación que explicita y recuerda la ganancia lograda por la imagen.
Y si antes hablamos de la búsqueda de la imagen como destino, ahora procede mencionar al agente de esa búsqueda del enriquecimiento de la imagen: al homo loquens. Toda su vida como actividad lingüística en el seno de la comunidad es un viaje que dura lo que aquella con la finalidad de establecer mallas de redes entre las imágenes, establecer una cartografía estelar, en realidad crearla. Colectivamente, la tarea no tiene fin, es un destino de la especie que quizá busca anular, cancelar la nostalgia del caos anterior al lenguaje, que ve como paraíso. Cancelación por la vía de conectar el fragmento-imagen con otros fragmentos-imágenes, cada vez en mayor número, ampliando así el diámetro de las imágenes, buscando intersección que anule la distancia y el tiempo y, en el límite, posibilite el íntegro volcado de una imagen en otra, las transformaciones y metamorfosis generalizadas. Una pan-imagen que en el plano del homo loquens ocuparía el extremo superior de una escala sobre las imágenes puramente sensitivas, sin independencia del referente material inmediato antes de la aparición del lenguaje con el papel central del signo lingüístico. En el comienzo, según los griegos, estaría la abertura del caos, oscuridad sin imagen que paradójicamente da a luz realidades de las que a su vez surgirían alguna de las más hermosas imágenes del homo loquens. Todo se equivale en el caos original, equivalencia que aniquila el viaje discriminador y clasificatorio del hombre para lograr el dominio de la naturaleza. Pero al final, con la Poética y el tropo, se recupera, a otro nivel, y como proceso sin fin (mientras haya humanos) aquella equivalencia, ahora como equivalencia de las imágenes. Así, en el empleo del lenguaje, predomina, según los registros, la palabra como signo lingüístico o la palabra como imagen proyectada en el tropo desde su naturaleza de signo. Dominancia en la sincronía frente a la exclusividad diacrónica del proceso que libera el vuelo de la mariposa del seno de la crisálida.
A la literatura de la pan-imagen, en la que todas las imágenes se equivalen en una traducción ideal, la llamo literatura del paraíso, la parte más significativa de la literatura de Álvaro Cunqueiro pertenece en el más alto grado a esta literatura.
3. LITERATURA GALLEGA Y LITERATURA EN LENGUA GALLEGA
La pregunta “¿qué obras comprende la literatura en lengua gallega?” es como la pregunta por el color del caballo blanco de Napoleón. Tautológica, la respuesta está incluida en la pregunta. El preguntar correcto dice: ¿Qué obras forman parte de la literatura de Galicia? La respuesta es evidente, las obras que en el ámbito de la cultura gallega se escriben en cualquiera de las lenguas en las que se expresa la misma, el gallego y el español, lenguas maternas de los gallegos y, por lo que se refiere al español, muy diferente de los otros españoles existentes en el mundo y, concretamente del castellano de Castilla o de Madrid. Incluso pertenecería a la literatura gallega quien escribiese en otra lengua materna desde el ámbito de nuestra diferencia cultural, de igual forma que son parte de la literatura sudafricana (por poner un ejemplo) los que viven esa realidad y la describen sea en lengua bantú o en xoisan, en inglés o en afrikaner o en una lengua india. Lo decisivo es ese fenómeno complejo que es una cultura o la constelación de culturas estrechamente conectadas por el marco de una convivencia nacional. Un escritor kirguiz que desde Bichkek escriba en lengua túrquica o rusa pertenecerá a la literatura kirguiz, un nigeriano que desde su cultura materna escriba en swahili, kikuyu o inglés, es parte de la literatura nigeriana como es parte de la literatura irlandesa quien escribe desde Dublín en gaélico o en inglés. Esto en cuanto a los principios. Luego, la infinita riqueza cultural y lingüística del mundo impondrá ulteriores distinciones y matices, a la vista de cada caso concreto.
Cayó en mis manos, prestada por D. Xesús Alonso Montero, una antología de autores y textos de escritores en lengua gallega editado en Italia (Universidades de la Sapienzia y Pádova) preparado por la lectora de gallego, G. Álvarez Maneiro y el profesor Borriero, con un axeitado prólogo de Alonso Montero. La columna vertebral del libro es la lista de los que protagonizaron el día de las Letras Gallegas de cada año. De los autores, aunque hayan escrito también en español, solo se mencionan las obras en gallego.
En mi opinión el valor del libro es escaso en cuanto a formar un parecer solvente, sobre la obra de los diferentes escritores, en los eventuales lectores. Posee, sí, un valor informativo para encaminar a quien se enfrente por vez primera con el gallego y su literatura, valor que completan los apéndices y cronologías. Claro que el hecho de estar limitado el comentario de autores (y de sus textos) a aquellos a quienes se dedicó el día de las Letras Gallegas (desde el comienzo) y siendo requisito de dicha dedicación el transcurso de diez años desde el fallecimiento del correspondiente escritor, parte de la literatura gallega está ausente del presente manual. Como también está ausente el estudio demorado de los autores más importantes, lo que es normal en la mayor parte de las antologías y sobre todo cuando en trescientas páginas se estudian más de cuatro docenas de escritores, sin que haya un criterio claro que permita destacar cumbres en la llanura infinita. El lector italiano, deseoso de profundizar, en lo que merezca la pena, en la producción literaria en gallego tendrá que formarse ulteriormente su propio paisaje mediante las oportunas lecturas.
Pero lo que es grave y originó este comentario es la mutilación sufrida por algunos escritores que escribieron en gallego y en español. Menciono aquí a Blanco Amor y a Álvaro Cunqueiro y cuya obra, especialmente la del segundo, constituye una unidad inescindible, imposible de desarticular según la lengua del texto. Obras tan decisivas como “La catedral y el niño” de Blanco Amor o la producción en español de Cunqueiro, por ejemplo, “Fanto Fantini”, o “El año del cometa”, o los miles de textos narrativos breves (mal llamados artículos periodísticos) no se mencionan o estudian. Así, el que todo lo ignore sobre la literatura gallega, con la lectura de la antología comentada, no tendrá idea alguna de la grandeza literaria de ambos escritores a quienes, aparte la mutilación sufrida) la mediocridad de los comentarios sitúa en pie de igualdad con las medianías perfectamente prescindibles que abundan en el libro. Comentario en línea con la mediocridad habitual en nuestros lares hechos de tópicos, retazos y fichas, al estilo de una mediocre y olvidable historia de la literatura en lengua gallega que, camino de su quinto tomo, circula entre nosotros. Y algo tan grave o más que lo anterior. El eventual lector italiano nada sabrá de la literatura en español de Galicia, identificará Galicia y literatura en gallego y, si algo sabe, lo sabrá a través del prisma de otro canon (el castellano de Madrid, valga la simplificación).
Lo he escrito y dicho otras veces pero siempre hay que volver a repetirlo. Ante un escritor que alza su figura de gigante sobre una obra plurilingüe, el criterio puramente lingüístico para determinar el inventario de una literatura nacional es de una insuficiencia radical y siempre de importancia secundaria, operativo solo en ámbitos técnicos muy específicos de estudios lingüísticos, interferencias lingüísticas, establecimiento de una norma o de un lenguaje literario. Pero lo decisivo para la generalidad, dentro y fuera de una cultura determinada, es la visión de lo humano desde una humanidad concreta, la gallega en nuestro caso. Así, el criterio cultural, para determinar la literatura de una cultura singular, es el decisivo y a él se supedita el lingüístico.
Hace año y medio, con ocasión del comentario del entonces recién aparecido cuarto tomo de la “Historia da literatura galega” (del profesor Ramón Peña, uno de los máximos exponentes de la predominancia del criterio lingüístico, para el cual la literatura gallega en español no existe), escribí en mi blog sobre estas cuestiones, criticando la falsificación literaria a que conduce el criterio escogido. A ese comentario remito al lector interesado (queda incorporado como Anexo I). Aquí solamente añado o preciso lo siguiente:
Primero. Para evitar la contradicción que supone el no tener en cuenta una parte, a veces la más significativa de la obra de un escritor, se recurre en los artículos y manuales regidos por el criterio lingüístico a la omisión pura y simple (como si el silencio funcionase como “damnatio memoriae”) o a la desvalorización (“El año del cometa” sería un fracaso y en consecuencia no alteraría las conclusiones establecidas). Ambos métodos perfectamente conocidos como estalinianos.
Segundo. Es preciso reflexionar sobre las razones profundas de las que brota el dogmatismo del criterio lingüístico (unilingüístico, que delimita el ámbito de la literatura, no ya en lengua gallega, si no gallega simplemente y que con tanto fanatismo se defiende). Esas razones descansan exclusivamente en la defensa de intereses económicos y de influencia político-social y de prestigio de un grupo profesional muy concreto, el de los profesores, escritores y editores en lengua gallega, con frecuencia reunidas en Santa Trinidad en ellos las tres profesiones. Grupo que cuenta con cierta complicidad y apoyo de un poder político (PP/PSOE) de esencia centralista y que intenta compensar así sus tibios sentimientos galleguistas. Apoyo, en cambio, sin fisuras del nacionalismo político articulado en el BNG y sus organizaciones, complejamente entremezclados unos y otros, bajo el rígido paraguas del reduccionismo lingüístico.
Tercero. La defensa exitosa de estos intereses es vital para la supervivencia del grupo. El grupo de presión descrito solo puede sobrevivir en un compartimento estanco sin intercomunicación alguna con el mundo del español gallego, con la cultura gallega de expresión española, atribuyéndose la galleguidad en exclusiva y rechazando ese mundo a la esfera del centralismo español. Sin olvidar la colaboración de los medios de comunicación por razones análogas en parte a las del poder político, lo que ha permitido la infiltración del grupo en parcelas concretas (páginas especiales, suplementos culturales…).
Cuarto. Con la reducción de la literatura gallega a literatura en lengua gallega se logra un espacio literario semejante a otros espacios de análogo etiquetado (literatura en lengua estoniana, polaca, islandesa…) propias y exclusivas de un determinado espacio nacional, amenazado, en nuestro caso, por la irrupción centralista de un gigante (el español, presentado como castellano), ajeno a la nación y también convenientemente reducido. La variedad mundial de españoles (entre ellos el español gallego) se oculta bajo la denominación de castellano, inasumible en sus connotaciones e inexacta en lo denotado. Organizado así el espacio literario de la nación como unilingüe, con sus estructuras internas de enseñanza y externas de representación, sus mandamases pueden establecer su visión de la historia de la literatura gallega y un canon literario. Los textos en que se contienen uno y otra pueden variar en lo accidental pero coinciden en lo esencial, eliminación, por cualquier medio, de la literatura gallega de expresión española, en ningún caso reconocida como tal, con mutilación de la obra de los escritores gallegos en gallego y español y omisión de los que solo escriben en esta última lengua, cualquiera que sea su calidad y la riqueza de sus raíces culturales gallegas.
Dichos representantes de la literatura gallega organizada (en instituciones culturales, congresos, pen club,…), armados de su historia y de su canon y con las simpatías que provoca una lengua amenazada por otra políticamente más poderosa, desenvuelven redes internacionales de colaboración, de contactos, invitaciones de intercambios, políticas de traducciones que imponen con éxito en el exterior la visión de la exclusión y de la mutilación, éxito que evita la competencia con los grandes narradores y poetas gallegos en español y la comparación con los mismos, que serán estudiados en otro canon y en otra historia, a ellos uno y otra ajenos, la del “castellano de Madrid” por emplear una formulación caricaturesca.
Quinto. Además de las ventajas en el exterior de la eliminación de la competencia, la ganancia decisiva tiene lugar en el interior. Si de esa historia y de ese canon manipulados formasen parte la obra total de Blanco Amor y de Cunqueiro o la omitida de Valle Inclán, Torrente, Cela o Valente, por citar a los más grandes, quedaría eliminada de raíz la inflacción actual de escritores en lengua gallega, desaparecían de las historias de literatura al uso tanto nombre mediocre, bueno solo para listas de escritores locales o comarcales, en el mejor de los casos. Sobre esta inflacción de nombres no hay duda alguna, incluso muchos de los integrantes del sector que define al ámbito de la cultura y literatura gallegas reconocen en privado lo mediocre de muchos de sus escritores, incluso se atribuyen recíprocamente tal calificación. Pero jamás, salvo pocas excepciones, habrá auténtica crítica literaria en el espacio público. Nada más que críticas positivas o neutras, de carácter puramente informativo, pero nunca negativas o descalificadoras. Saben perfectamente los eventuales críticos que con una sana crítica se abrirían unas puertas que no podrían ya ser cerradas y que las fuerzas liberadas podrían arrastrar a cualquiera. El andamiaje reduccionista, construido con tanto esfuerzo, de su particular literatura gallega se derrumbaría como sacudido por Poseidón. Por eso no habrá, mientras se mantenga la situación actual, crítica literaria en Galicia, cuchillo de Buñuel que rasgue la ceguera interesada o no de tantos.
Sexto. El éxito del sector reduccionista y de sus estrategias criticados en este cometario ha sido desgraciadamente alto. Pero en su fortuna germina ya el fracaso histórico. Es tal la inflación de nombres en la narración y en la poesía, la mediocridad de muchos es tan patente y se multiplica de tal forma gracias a la paz crítica que otorga el mutuo perdón de la misma, que el tinglado acabará cediendo. Basta leer en diagonal obras como la italiana comentada o historias de literatura gallega como la de Pena para percibir el absurdo de tanto nombre destacado, mediocridad que también inza la dedicación del día de las Letras Gallegas. ¿Cómo en presencia de Cunqueiro o de Blanco Amor o en ausencia de Torrente o de Valente pueden llenar capítulos tanto narrador o poeta secundario o terciario o simplemente inexistente? Escritor/escritora pasa a ser hoy una etiqueta de cualquier profesor, periodista, editor o crítico que se precie. Muy pocos nombres quedarían si cacháramos el monte inzado de tanta mala hierba. Por mencionar únicamente alguno de los ya fallecidos. En una historia seria de la historia de la poesía en las lenguas de la cultura gallega o simplemente en gallego, ¿cómo puede aparecer con talla de poeta nacional de Galicia un vate tan menor como Manuel María? ¿O cómo puede figurar en ella “El misterio de María Mariño”? Fórmula consagrada en el canon, pero el único misterio es el de su aparición y tantos otros “cómos” referidos a vivos y muertos en prosa y en poesía, de los que sólo cito (porque no es necesario aquí para la firmeza argumental molestar a tanto vivo digno de olvido) la sobrevaloración de un escritor tan secundario y limitado como Neira Vilas. Un fenómeno corriente es la inserción en el mundo literario de personajes de importancia histórica por otros conceptos, pienso en D. Valentín Paz Andrade, de notable significación histórica pero poeta de divisiones inferiores. Pienso también en la sobrevaloración de obras de hombres destacados de nuestra historia como Castelao. Por ejemplo de “Siempre en Galicia” que hoy (y creo que ya cuando apareció) no se puede leer sin insatisfacción e incomodidad, en muchas de sus páginas. Y empleo esos calificativos siendo generoso. Obra citada, sin embargo, como sagrada biblia por nuestros reduccionistas o mutiladores de la cultura gallega o de Galicia, sin más (y sin perjuicio de la grandeza histórica de Castelao). Por no decir nada de la sobrevaloración acrítica del conjunto de la obra poética de Rosalía de Castro.
En general la literatura gallega y las obras de la cultura gallega extra literaria acarrean enormes dosis de sobreestimación, fruto de un funcionamiento en circuito cerrado propio de una historia militante.
Séptimo. Con todo lo anterior no elimino el lugar afectivo de muchos autores en nuestras pequeñas y entrañables historias locales (eso ha sido siempre así y nadie les disputa esos lugares a ellos reservados). Objeto simplemente el otorgarles una estatura que no les corresponde. La culpa principal es de profesores y críticos, que habiendo encontrado un objeto a la altura de sus capacidades lo estudian exhaustivamente en ediciones críticas que proyectan al investigado a un primer plano donde los primeros perjudicados son el acierto en el cánon y la capacidad para captar la grandeza, y también el concreto autor que en su nuevo pedestal ve resaltadas más claramente sus deficiencias. Paradójicamente, confrontados a un gran escritor, como Cunqueiro, los críticos no han prodigado páginas a la altura de su obra que se alza por encima del horizonte de los más. Esta insuficiencia crítica es particularmente evidente al estudiar su poesía, con frecuencia incapaz de captar el hilo de las metáforas cunqueirianas que tratan, como diría Borges, con instrumental clínico de forenses o refugiándose en la seguridad de los tópicos de lo sucesivo histórico, con ausencia siempre de espíritu poético.
Octavo. Finalmente, la relación de todo lo anterior con la política en Galicia. El éxito de las mareas hace años, fulgurante, que fue el éxito de un movimiento político transversal y, sobre todo, sin exclusivismos lingüísticos y aliado a fuerzas estatales, dejó claro las posibilidades que hay en Galicia para un nacionalismo abierto, sin sectarismos, respetuoso de la riqueza cultural y lingüística de la nación. Cierto que el éxito fue efímero, no por caducidad de la forma sino por suicidio originado en el particularismo castreño de las mentalidades, tan frecuente en el país. Pero ese éxito, incluso en su brevedad, mostró cual es el camino para lograr mayorías políticas en Galicia, que no luchen solo por la primacía de la oposición, sino que puedan acabar con la situación de subordinación. Y en ese camino a nadie se le puede exigir que renuncie a su lengua materna para incorporarse al mismo. Una mayoría progresista, amplia y de carácter permanente (y no coyuntural y fácilmente revocable) solo es posible (y es “conditio sine qua non”, aunque por sí sola no sea suficiente) si se lucha por ella en las dos lenguas de Galicia, español y gallego, es decir, si las dos lenguas (mejor dicho, su empleo) dejan de ser parte del problema para ser parte de la solución. Insisto en el carácter materno del español en Galicia, hoy lengua materna de la mitad al menos de los gallegos (quizá de la mayoría) lo que pone de manifiesto lo absurdo de la postura de los reduccionistas que no encuentra otra explicación racional que la defensa de unos muy concretos (y espurios) intereses materiales. Y en los honestos (que los hay y son los menos), la sumisión a una tradición y unos sentimientos que actúan como pre-juicios básicos. No olvidemos, por otra parte, la galleguidad del español gallego, tan diferente, como pueda serlo el español mejicano o el argentino del castellano (ahora sí) de Castilla que hace más de seis siglos invadió Galicia. De ese castellano nos hemos apropiado los gallegos y lo hemos convertido en nuestro español, diferente fonética, fonológica, léxica y sintácticamente y en el que lo gallego encuentra cauce natural y basta citar a Valle y a Cunqueiro. Pero este español gallego, mayoritario en Galicia, no representa ni representará nunca amenaza para la lengua gallega. La mayoría aplastante de los gallegos, cualquiera que sea su lengua materna o el uso que haga, según la ocasión, de cualquiera de sus dos lenguas, no concibe una Galicia de la que esté ausente ni el español ni el gallego. Reconocer la realidad bilingüe de Galicia (y las consecuencias que de ella se derivan) garantiza la estabilidad y permanencia de esa misma realidad, realidad social, con independencia, de usos individuales predominantes en una u otra lengua. Ello es seguro en una pequeña nación como la nuestra. Es precisamente la lucha por el predominio del gallego sobre el español, la opción por el unilingüismo gallego en Galicia, lo que implica una estrategia o estrategias en contra de la mayoría de los gallegos, el camino más corto para la desaparición del gallego y la realización de ese unilingüismo tan buscado, pero en español. No hay otra solución que la convivencia lingüística, solución querida y practicada por la inmensa mayoría de los gallegos, convivencia sin perjuicio, como dijimos, de la desigualdad de los usos lingüísticos individuales en los diversos contextos sociales. Las grandes lenguas del planeta son un enemigo demasiado poderoso para luchar contra ellas. Y es en la adecuación a ellas, con distinción de ámbitos y empleos donde encuentra cauce para afirmarse y expandirse el fenómeno universal de florecimiento y renacimiento de las lenguas minoritarias y de las comunidades que las hablan. Renacimiento y florecimiento que son compatibles con un uso desigual de las lenguas, por ejemplo con el predominio del español en Galicia, por otra parte inevitable. Si los defensores del unilingüismo gallego en Galicia renuncian a su vocación hegemónica (claramente imposible) y aceptan la normalidad y legitimación de una literatura gallega en dos lenguas, no me cabe duda de que ello contribuiría a afianzar la posición del gallego (probablemente secundario en su uso con respecto al español en términos generales pero predominante en determinados registros y situaciones) pero igual en la dignidad de su empleo lingüístico. Se estimularía también el uso de ambos idiomas por los escritores. Desaparecidos los prejuicios y las intolerancias lingüísticas que acarrearía la aceptación de la realidad, todos colaboraríamos apasionada y lealmente en el bilingüismo gallego. Surgiría un nuevo canon inclusivo de la creación literaria en ambas lenguas y una actividad crítica barredora de tanta mala hierba literaria. En esta situación, estoy seguro, aumentaría el número de gallegos lectores de obras gallegas, destacadas por un cánon literario solvente. Sin embargo, de momento esto parece un sueño lingüístico. A pesar de artículos recientes de profesores como E. Monteagudo (que habla de la “pérdida” del gallego en las nuevas generaciones, “pérdida que no es tal pues en realidad los padres no transmitieron la lengua a sus hijos”) o de Alonso Montero (“una lengua no se mantiene solo con militantes”) entre otros. No es que la situación lingüística en Galicia no haya sido analizada y mostrados los peligros que acechan la supervivencia del gallego. Quizá ha faltado sacar las consecuencias de esos análisis y proponer estrategias que impidan la catástrofe no descartable y por nadie deseada, de la desaparición del gallego. Pero el silencio se impone en los más lúcidos por temor a la reacción condenatoria del extremismo lingüístico que ocupa, como dijimos, posiciones de poder en las infraestructuras culturales y que, además, se presenta como legítimo heredero, político y cultural, de una tradición que le autoriza para la elaboración del único relato nacional aceptable y que condena al ostracismo o a la marginación cualquier voz discrepante. Pero no nos engañemos. Los miembros de éste sector son plenamente conscientes de la situación, no viven, por lo menos los más inteligentes, en un mundo de ilusiones. Pero ante una balanza, en uno de cuyos platillos colocan la satisfacción de sus intereses políticos y económicos y en el otro la situación desastrosa a la que llevan la lengua que dicen defender, con su estrategia, la primera pesa decisivamente. Y aunque al final los únicos lectores en gallego sean los que escriban, editen y expliquen literatura gallega.
Escrito lo anterior, recibo de un libro del que es autor el escritor y ensayista Joseba Gabilondo, editado por la editorial Navarra Txalaparta y titulado “Babel Aurretik. Euskal literaturen historia bat” (2020) y publicado antes en inglés “Before Babel: A history of Basque literatures” (2016). Libro importante que comentaré detenidamente en uno de los boletines posteriores. Pero quiero adelantar algunas de las afirmaciones que abren el citado ensayo: “hasta ahora solamente las obras escritas en euskera eran consideradas literatura vasca. Los vascos que escribían literatura en otras lenguas (castellano, francés o inglés) eran clasificados en los cánones de los estados de estas lenguas, dentro de las literaturas de España, de Francia y de Norteamérica. Esta situación de emparejar estado y lengua en nombre de una presunta unidad cultural e histórica no es solo privativo de Euskalkerria, sino también de Europa y en general de todo el mundo. Es asombroso, sin embargo, que después que los hermanos Schlegel hayan abierto en Alemania, a comienzos del siglo XIX, ese camino, todavía, en la investigación literaria, conserve fuerza la ideología nacionalista que se manifiesta abiertamente”… “En este libro encontramos una historia post-nacional de la historia de la(s) literatura(s) vasca(s). Así tomaremos en consideración todas las obras de literatura escritas en todas sus lenguas por los vascos y con esto al mismo tiempo dejaremos al descubierto las diferencias, los conflictos y la violencia que reflejan, representan y engendran estas literaturas…”. Poner en duda una historia de la literatura y un nacionalismo de Estado… Conforme a la ideología dominante, todo sujeto es nacional y, en consecuencia, en nombre de los estados-nación y de sus intereses, escribe: “las diferencias vascas, de esta forma se desvanecen ante esta ideología en los estados de España, Francia…”
“Una historia postnacional rompe el canon nacionalista de Estado” y por ello, por ejemplo, dos escritores como Unamuno y Martín Santos “en esta historia nueva postnacional, primeramente los tendremos como escritores vascos y, en un segundo nivel, como españoles. Claro que un canon subalterno…. adoptará un canon español”.
Es lógico que concepciones semejantes aparezcan en el País Vasco, donde, por ejemplo, tres currículos en la enseñanza (el enteramente en vasco es el seguido mayoritariamente, por delante, abrumadoramente, del mixto y en español), sin mayores conflictos lingüísticos. Y en donde es posible la publicación por la Euskaltzandia de una antología de poetas vascos (poetas en euskera y en español, traducidos a los idiomas respectivos que se consideran propios de Euskalherria [véase el Anexo nº Dos]).
La diferencia gallega es una diferencia cultural que no se puede identificar solo con el gallego o solo con el español o con cualquier otra lengua que utilice un escritor gallego. Donde no hay una diferencia cultural no hay una literatura propia y la que surja pertenece al ámbito de otro nivel. No hay una literatura vallisoletana, pertenece a la historia de la literatura española. Y obsérvese como colaboran en mantener el canon subalterno, concretamente en Galicia, la ideología dominante española y el extremismo de los que defienden una historia de la literatura gallega que excluya las obras escritas en español (o en portugués o en inglés). Valle Inclán y Valente (por poner dos ejemplos) quedan incorporados al canon español (que en este caso los acoge con entusiasmo, lo que muchas veces no es la regla si no el desconocimiento o la indiferencia). Mientras que en el canon de la literatura gallega permanece increíblemente ausente Valle Inclán, precisamente por esa identificación de lengua y nación, en nuestro caso, identificación con una de las lenguas de la misma. Para romper el actual canon mutilador y subalterno del extremismo nacionalista, aparte de todo lo que queda consignado, creo que es no solo útil sino imprescindible repensar el otro elemento de ese binomio exclusivista lengua/nación. No puede ser que en el siglo XXI, con la globalización, con los movimientos de gentes de todos los orígenes por todas partes, sigamos utilizando el concepto “nación” tal como fue concebido en el siglo XIX, y que se viva como un drama una nación sin estado. Una comunidad cultural, como la gallega, necesita poderes para defender su cultura de la aculturación pero de la necesidad de esos poderes no se deduce la necesidad de un estado, es suficiente una constitución que reconozca con amplitud las diferencias culturales y las facultades de las comunidades. En sí, el término nación es inocuo pero su empleo como antecedente de la demanda de un estado, abre una situación pasional en la que todos los exclusivismos son posibles y que dificulta el consenso en torno a soluciones racionales (y eficaces) pero carentes de épica.
Fijémonos en lo que realmente diferencia a Galicia, en la situación política actual, respecto de las otras comunidades llamadas históricas (Cataluña y País Vasco). No es el sentido de voto o la demanda mayoritaria de un Estado. Su diferencia cultural es tanto o más marcada que la catalana o la vasca y, a pesar de ella, no hay en la sociedad gallega una exigencia fuerte e insoslayable a las fuerzas políticas que la representan de facultades que permitan la autodefensa cultural, facultades que, como expusimos, no implican la necesidad de un Estado. Esto es lo realmente llamativo, el contraste entre la clara diferencia cultural y la débil (por no dominante) voluntad política de afirmarla. Para finalizar, démosle la vuelta a una frase famosa: nunca tan pocos han hecho tanto daño a Galicia y a la cultura gallega, incluso, triste paradoja, con la mejor de las intenciones.
Nota. Acabo de escuchar en TVG al presidente hablando en su peculiar gallego. El hecho se pasa por alto, cuando todo el mundo se reiría si fuese semejante su español. Finalizar con esta hipocresía del empleo ritual de un gallego incorrecto (y que nuestros reduccionistas obvian, a cambio de apoyo político) forma también parte de la lucha por la cultura gallega indivisible en sus lenguas.
ANEXO I
SOBRE UNA HISTORIA DE LA LITERATURA GALLEGA
En una librería hojeé largamente el tomo de “Historia da Literatura Galega” del profesor Ramón Pena, correspondiente al período 1936-1975. Sin perjuicio de una futura y detenida lectura, surgen de inmediato varias preguntas. Como se puede escribir una historia de la literatura gallega en la que se estudie solamente la obra en lengua gallega de los grandes escritores y nada más se mencione, de pasada, sus libros en español, caso, por ejemplo, de Eduardo Blanco Amor y de Álvaro Cunqueiro, que escribieron en las dos lenguas y en español alguno de sus libros más significativos.
Obras como “A Esmorga”, “Xente ao Lonxe” o “Os Biosbardos” son objeto de estudio, pero de “”La Catedral y el Niño” en mi opinión, su obra más importante no se dice otra cosa que fue escrita en castellano. Nada se dice de su obra de corresponsal, de las magníficas páginas sobre su estancia americana.
De Álvaro Cunqueiro se recoge la producción gallega, con una valoración especial de la trilogía “Escola de Menciñeiros”, “Os Outros Feirantes” y “Xente de aquí e acolá” (y que es una forma de empequeñecerlo). Del Cunqueiro en español nada se analiza a pesar de que en ella se hallan algunas de sus obras más importantes y sin las cuales no alcanzaría su altura definitiva: La genial “Flores del años mil y pico de ave”, “Las Mocedades de Ulises”, “un Hombre que se parecía a Orestes », « Fanto Fantini” y la última y decisiva “El año del Cometa” (por destacar las más importantes). Sin ellas, especialmente sin las dos últimas, Álvaro Cunqueiro no sería lo que es. Y sin embargo el autor de la historia recoge una opinión (y parece asumirla) sobre “Las Mocedades” y “El año del Cometa” según la cual ambas obras serían el síntoma de un fracaso y de un nivel inferior. Como recoge también y parece aceptarla, la opinión de la inefable Spitzmesser, que debería apellidarse Stumpfmesser y que relaciona a Merlín con Franco.
Nada se dice tampoco de las grandes recopilaciones de los artículos literarios del escritor (en su mayoría en español) que constituyen las páginas de un inmenso diario, parte decisiva de la obra cunqueriana e imprescindible para su cabal entendimiento.
Por otra parte, con independencia de cuál sea la obra u obras sobre las que recaiga el acento valorativo, todos los textos de un escritor constituyen un cuerpo único, cualquiera que sea la lengua en que estén escritos. Estudiar únicamente los escritos en una lengua y eliminar los de otra u otras, es una amputación del “corpus”, un fraude y los resultados no pueden ser más que erróneos e intranscendentes por ideológicos. Si a esto se añade la fusión de datos políticos e históricos con los literarios (con predominio de los primeros) se acrecienta la insuficiencia de la actividad crítica sin que por ninguna parte sean visibles los óptimos resultados, (en expresión de Méndez Ferrín).
Otra pregunta surge de la utilización del “Lecho de Procusto” del cuadro cronológico 1936-1975. Nada hay que objetar a que el período de guerra civil y dictadura pueda ser estudiado unitariamente y globalmente como un corte transversal en la obra de los diferentes escritores y que muestre la actividad literaria y su resistencia o acomodo en años tan difíciles. Eso es una cosa pero otra es fragmentar o despedazar en varios tomos el cuerpo literario y amputado por la eliminación lingüística. En el caso de Álvaro Cunqueiro, primeras obras poéticas en el tomo anterior al de 1936-1975, su obra narrativa en el objeto de comentario y lo fundamental de su obra poética (que en su mayor parte fue escrita con anterioridad a 1975) queda para el próximo volumen de la serie. Obra poética cunqueiriana en español y en gallego, fundamentalmente en esta última lengua, pero necesitada, de completo estudio y que, además, mantiene complejas relaciones con la obra narrativa a lo largo de la vida del escritor lo que hace, si cabe, más inadecuada la primacía de criterios exógenos (cual el cronológico, aplicable a todos los escritores) sobre los endógenos (evolución incomparable, concreta de una obra singular) lo que no excluye, y no hace falta decirlo, la aplicación de los métodos de las diferentes disciplinas que estudian las sociedades, pues todo creador, como cualquier persona, se desarrolla en las tensiones y conflictos de la sociedad de que forma parte. Pero no olvidemos que la aplicación abstracta del criterio cronológico no es solo un error. Lo es, pero no es inocente, responde a fuertes prejuicios ideológicos, muy asentados en cierto nacionalismo gallego de izquierdas, prejuicios que dan un papel central en los años 1939-1975 al conflicto entre “la estrategia Piñeirista” y una izquierda de radicalidad política y artística y literariamente supuesta de “vanguardia” con la asignación de escritores a uno y otro lado lo que olvida el desarrollo auto centrado de la obra de los grandes escritores, banalizado por la exterioridad política.
Surge otra pregunta. Además de lo ya dicho, como se puede escribir una obra de historia de la literatura gallega que en realidad es una historia de la literatura en lengua gallega (insuficiente por lo expuesto). Se olvida que Galicia es una nación bilingüe, con dos lenguas, maternas para los gallegos, con desequilibrio creciente en la característica “materna” en favor del español, una lengua que hoy no hay que identificar con España y la cultura española pues es la lengua de muy diferentes culturas, cada una de las cuales imprime especiales características a su español (en sentido contrario lenguas muy diferentes pueden servir de vehículo a una misma cultura). La cultura gallega se expresa en dos lenguas, cualquiera que haya sido el origen histórico de esa expresión. Y en español escribieron, y mencionemos algunos, Pardo Bazán, Valle Inclán, Torrente, Cela, Castroviejo, González-Garcés … , tanto o más culturalmente gallegos como los que solo escribieron (y escriben) en gallego.
Una historia de la literatura gallega tiene que ser una historia de la literatura gallega en gallego y en español cuyos productos no aparecen en universos separados, en dimensiones que no se tocan, sino en el seno de una única cultura, que mantienen viva relación (aunque ésta no se quiera ver), que se influyen recíprocamente. Y el crítico tiene que descubrir y estudiar esos vínculos y esas influencias mutuas en una literatura que es única en sus dos lenguas, por otra parte tan próximas.
La concepción exclusivista que domina la obra criticada, debida a prejuicios nacidos en épocas de resistencia y hoy caducadas domina hoy en el gremio de profesores-escritores-editores, pero responde también a la defensa de unos intereses que se piensan mejor defendidos alzando rígidos muros que impidan comparaciones y competencias. ¡Qué inmenso error! A una gran mayoría de los gallegos los deja sin una historia de la literatura gallega en español y sujetos a las historias imperfectas que se puedan escribir desde la cultura española que no lo hará o lo hará imperfectamente, ya que perciben de una manera acertada, que, aunque escritores en español, pertenecen a otra cultura. Pero la postura exclusiva lleva también al desastre a los intereses nobles o espurios, de sus protagonistas, a la disminución constante del lector en gallego y a la decadencia de la lengua gallega que quiere proteger. Solo historias globales, inclusivas, con nuestras dos lenguas en relación viva atraerá al lector gallego, con claros beneficios para nuestra cultura nacional y en particular para la lengua gallega.
Termino, por hoy, preguntándome como el autor, y los que con él comparten su postura, no ven que con ella regalamos a otras culturas, en concreto a la española figuras de primer orden, con premio nobel incluido, cuando son escritores culturalmente gallegos. No puedo imaginar una historia de la literatura irlandesa que recoja solamente a los escritores en irlandés y deje a Londres sus grandes narradores y poetas, de todos conocidos. No imagino una historia de la literatura peruana que solo estudie la literatura Qishua (muy importante) y abandone a sus grandes narradores en manos de la cultura de España. Podría multiplicar los ejemplos pero es suficiente. Parece que no se comprende que el español o el inglés no son hoy la “marca” de España o de Inglaterra sino que son cada una, lengua de una pluralidad de culturas que imprimen su sello decisivo en la lengua correspondiente (y sin perjuicio de la mutua comprensión). No se quiere ver que la literatura de Galicia en sus dos lenguas es un cuerpo único, vivo, coherente muy diferente de la literatura española, peruana, argentina…
Efectivamente, no se comprende y no se ve. O no se quiere comprender o ver. La postura exclusivista aparece dominante en los gremios indicados (no desde luego en la sociedad) con el apoyo decisivo de un poder político y de unos medios que, aunque denostados, se quieren hacer perdonar su real indiferencia hacia el gallego. Otro factor muy importante que contribuye al sostén de la concepción dominante es el silencio crítico, la ausencia de público diálogo sobre esta problemática, silencio que hace aparecer á aquella como algo natural, plenamente fundado y que no necesita justificación. Silencio al que contribuyen también los escritores gallegos en español que no sé si muchos tienen las ideas claras sobre estos temas de lengua y cultura o se sienten partícipes de una cultura gallega o, considerándose excluidos, miran a Madrid.
ANEXO 2
(ARTÍCULO PUBLICADO EN FARO DE VIGO EN 20/2/17)
DE LENGUAS Y CULTURAS
Por medio de mi amigo Gonzalo Allegue, el excelente biógrafo de D. Eduardo Blanco Amor, conocí el libro editado por la Euskaltzaindia, la Real Academia de la Lengua Vasca, titulado “Antología de la poesía vasca”, y subtitulado “Voz palabras, lenguas” (2010). En el prólogo, su presidente, D. Andrés Urrutia, dice: “Una voz, la nuestra, de este país… unas palabras, las de nuestros poetas que tejen nuestras lenguas, las que utilizamos todos los días en nuestra convivencia diaria y nos abren al mundo… vascos universales, cercanos y abiertos al mundo, testigos de una sociedad y de una cultura plural que no renuncia a todas y cada una de sus señas de identidad, especialmente las lingüísticas”, y añaden los editores, “pretendemos una muestra literaria en las tres lenguas de Euskal Herría, muestra de la literatura vasca”.
En esta antología se recogen poemas de poetas vascos de nacimiento, hayan escrito en español o en euskera. Por razones estrictamente estéticas no aparece ningún poeta vasco en francés. Se reconoce así la pluralidad de una cultura vasca que se expresa en tres leguas. Poco hay que añadir a lo dicho por el presidente, el Euskaltzainburua que refleja la madurez de un país, de un nacionalismo que no renuncia a ningún aspecto de su identidad y en especial a sus lenguas, sin perjuicio del esfuerzo prioritario por afirmar y dilatar el euskera en Euskal Herría.
Los poemas aparecen escritos en su lengua original, traducidos después a las otras dos lenguas del País Vasco y todas, al inglés. Magníficas traducciones, en general. Un libro muy bien editado en el que a la muestra elegida de cada poeta precede un breve y preciso estudio. Todos los traductores son nombres conocidos de la cultura vasca.
El trabajo realizado ha sido muy bueno. Los versos españoles de Blas de Otero, por ejemplo, lucen espléndidos en vasco o los de Lekuona, en inglés.
Consideremos ahora la situación en Galicia. ¿Sería posible aquí, un país que posee una cultura que se expresa en dos lenguas, un libro semejante, editado por la Real Academia Gallega de la Lengua? En este momento la respuesta es negativa, negación que traduce, sin prejuzgar el futuro, nuestra inseguridad nacional de la que son síntoma el conflicto vivido en la cultura gallega por los crímenes contra ella y sus lenguas. Dejando a un lado el acoso histórico al gallego, con la dictadura franquista como último avatar, es un crimen contra la cultura gallega el que amplias capas de la población gallega vivan de espaldas al gallego, no en el sentido de no hablarlo, pues uno habla su lengua materna y no renuncia en general a ella. Pero es tremendo que un gallego que vive en Galicia no se preocupe ni se ocupe de la cultura en gallego y que le sea indiferente el destino de la lengua.
Pero hay otros crímenes ejecutados desde el amor más profundo al gallego. Los peores excesos de la normativización lingüística son hoy un poco agua pasada y creo que ya estamos todos de vuelta. También parece haber remitido el conflicto lusista, “ein dolchstoss”, una cuchillada en el lomo de la lengua, dada, eso sí, con el más profundo amor y preocupación por el gallego. En su versión extrema es sustituir el gallego por el portugués, ya que los portugueses nunca aceptarían algo que fuese reconocible como gallego.
Es también crimen contra la cultura gallega (y que afecta a las dos lenguas de su expresión) el perpetrado desde el amor (excluyente) al gallego, el intento de amputación del español gallego, lengua de Galicia, sin que ahora importen las razones históricas de su presencia en Galicia, como antes la del latín.
Me pregunto por las causas de la ceguera de instituciones (empezando por la RAG), y editoriales, de profesores, escritores y críticos monolingües en gallego que les impide reconocer, como parte integrante de la cultura gallega al español de Galicia, y, concretamente, a la obra literaria en español, por citar solo a los fallecidos, de Valente, Pardo Bazán, Valle Inclán, Torrente, Cela, Blanco Amor, Cunqueiro, Castroviejo y tantos otros. ¿Podemos acaso imaginar una Galicia literaria sin ella? Cómo se puede amputar una cultura de un xeito semejante, entregar esa obra a la cultura de España. Esta exclusión de la que es culpable una gran parte de la “inteligencia” gallega perjudica al escritor gallego en español pero también se lo hace a la lengua gallega a la que esa mutilación amenaza de muerte por el daño irreparable a Galicia y a su cultura.
Aprendamos de los vascos. Las lenguas son inocentes, lo es su empleo por cada persona. La existencia de dos lenguas en Galicia es un resultado irreversible de la historia. Lo que importa es que esa obra literaria en español de esos grandes escritores gallegos es expresión de una auténtica y genuina cultura de Galicia.
Únicamente la aceptación de esta realidad insoslayable, una cultura vehiculada por dos lenguas, garantiza, paradójicamente, la subsistencia del gallego al que la política de exclusión y de lucha contra el español puede conducir a una evolución catastrófica de sus posibilidades históricas.
4. CRÍTICA.
El libro “Artículos periodísticos (1930-1981). Álvaro Cunqueiro. Al pasar de los años.”
Bajo el título indicado acaba de aparecer una antología de textos literarios de Álvaro Cunqueiro publicados en diversos medios, fundamentalmente periódicos, semanarios y revistas durante medio siglo. El autor de la dicha antología es el periodista, ya acreditado cunqueiriano, Miguel González Somovilla, quien, con este tomo, completa los dos anteriores “Álvaro Cunqueiro. Obras literarias.” de la biblioteca Castro y cuyos textos fueron preparados por Xosé María Dobarro Paz.
Desde el punto de vista del libro como objeto, este volumen es realmente bello. No solo la calidad del papel y de la visibilidad del texto (características que comparte con las demás publicaciones de la biblioteca Castro). También el acierto en el breve álbum fotográfico que figura recogido y del que brota un perfume de vida muy atractivo para el lector. A los doscientos textos de Cunqueiro introduce un largo estudio del antólogo (más de setenta páginas), una cronología minuciosa y una bibliografía esencial. Las 722 páginas del libro finalizan con un breve epílogo del mismo Somovilla, una entrevista a Cunqueiro de Umbral y artículos de Cueto y Carantoña escritos con ocasión del fallecimiento e inhumación del escritor.
Con los tres volúmenes de la biblioteca Castro tiene a su alcance el principal destinatario de este tipo de colecciones, un lector no especialmente familiarizado con la obra del escritor de que se trate en cada caso, una visión completa y satisfactoria para asentar pareceres y preferencias. Y en el caso de que el entusiasmo se haya apoderado de él, la sólida base adquirida le permitirá conseguir ulteriores profundidades. Por ello, y recogiendo lo que escribe el propio Somovilla “los libros de la biblioteca Castro no son ediciones críticas y anotadas”, este tercer volumen, en unión de los dos anteriores, cumple con eficacia, e incluso con exceso, las necesidades del usuario apuntado de la biblioteca. Con lo cual cabría poner aquí punto final, saludar la aparición del libro y felicitar a Miguel Somovilla por su trabajo muy largo y generoso en esfuerzos. Piénsese que los textos “han sido editados a partir de los respectivos originales impresos, disponibles en distintas hemerotecas. Una vez localizados y escaneados… se han transcrito de nuevo y se ha cotejado el resultado con las publicaciones primitivas. En ningún caso hemos realizado reproducciones directas de otras antologías periodísticas ya existentes…”
Esta actividad del antólogo ha recaído no solo sobre textos ya publicados en libros sino que, fruto de la misma, ha sido la recuperación de un número significativo que permanecía, inédito en libro, en periódicos y fundamentalmente en revistas, como “Jano” y “Tribuna médica”. Sin embargo, es evidente que Somovilla ha querido realizar y ofrecernos mucho más que lo demandado por las características de la biblioteca de Castro a las que se adaptan los dos volúmenes anteriores de “obras literarias” (basta una ojeada a los mismos para ver la diferencia de ambición). No es ciertamente una edición crítica pero por el esfuerzo en la fijación del texto y la intervención en el mismo (estudio introductorio y agrupamiento temático) el presente volumen excede la pura divulgación. Es por ese plus por lo que no procede poner punto final a la reseña crítica y por lo que se revela necesario entrar en diálogo con el antólogo sobre unas importantes cuestiones que su trabajo suscita sobre la comprensión del texto cunqueiriano. Aparte la problemática ínsita en toda antología, “una aventura” según gusta de repetir Miguel Somovilla.
Procedamos ya al examen del volumen preparado por Miguel G. Somovilla. Primero. Fijación del texto. Sin que ello naturalmente sea una crítica, haber revisado a partir de los originales impresos disponibles en las hemerotecas, con una labor de transcripción y cotejo y sin reproducir directamente el texto de antologías existentes e, incluso, de ediciones críticas magníficas (como las de los textos de “La noche” y de “Sábado gráfico”) se me antoja un trabajo harto arduo y sin que de tal esfuerzo derive una utilidad evidente. Sobre todo para ediciones, como la biblioteca Castro, en definitiva de divulgación. En otras colecciones de divulgación, como los textos clásicos de editorial Gredos se sigue el texto fijado en una edición crítica, cotejado con otros, eso sí, acompañado de abundantes notas que se echan de menos aquí, si se tienen en cuenta las necesidades de un lector medianamente informado.
Y, además, este esfuerzo de fijación del texto, con relación a los artículos de las revistas “Jano” y “Tribuna médica” no excusa tal trabajo en futuras ediciones críticas de los mismos, que serán necesarias al no realizarse el estudio y recogida íntegra de los textos, como es lógico en una antología. Pero ello pone más de relieve el esfuerzo enorme de fijación de textos ya conocidos y que pudo aplicarse, por ejemplo, a la anotación de los singulares relatos.
“Toda antología es una aventura”. Sobre todo si el escritor es poco conocido pues puede determinar, más o menos largamente, la visión que se tenga del autor. Este riesgo no existe en el caso de Cunqueiro, bien conocido de los especialistas y de los lectores apasionados. Por ello, en este caso, la aventura, lo es para el antólogo que asume el riesgo de proporcionar una visión insuficiente de la creación antologizada. Con frecuencia, la antología revela el sesgo que imprime la profesión del antólogo e, infrecuentemente, la rica variedad que justifica la pluralidad de interpretaciones del autor concreto. En el caso de la presente antología me sorprende una primera ausencia, la de los textos que constituyen la serie del “Imperio secreto” esparcidos aquí y allá, no muy numerosos (no llegan a las dos docenas, más si se incluyen otros que, sin ese título, entran en la gravitación de éste) pero que son fundamentales en la visión cunqueiriana del mundo. Ellos iluminan el pensar de Cunqueiro con luces otras que las del resto de su obra y ello, pienso, es una omisión relevante de la presente antología el hecho de que no figure ninguno. En cuanto a los demás textos recogidos (dejando aparte los de “Jano” y “Tribuna médica”, que figuran casi completos por ser la mayoría inéditos) es evidente que es riesgo y beneficio del antólogo su libertad de elección. Sí diré que, en mi opinión, predomina un punto de vista realista en la selección, en perjuicio de aquellos que constituyen el texto paradisíaco cunqueiriano, es decir, en los que reina el albedrío de la imagen, en los que el tiempo desaparece transformado en un espacio en el que se yuxtaponen, épocas, culturas, personajes, cosas, sucesos, espacios que a su vez se enrolla o desenvuelve como un tapiz. Los artículos que podemos calificar de periodismo literario de Cunqueiro, tienen una presencia acusada, sobre todo en el primer apartado temático “En el principio fue el verso”, también en el apartado de “La ruta Jacobea”. No obstante su interés y permanencia indudables, no dan cuenta cabal del auténtico Cunqueiro y no muestran la continuidad de las obras mayores y los relatos breves. Diría que la cualidad de periodista del antólogo ha influido decisivamente. En mi opinión es preciso separar en lo publicado por Cunqueiro en medios, no sólo los poemas, como es obvio, sino también lo periodístico (por importante que sea y digno de recogida) de los textos literarios, cuya significación queda diluida, en caso contrario en la masa inmensa de “artículos de Cunqueiro”. De estos diremos más a continuación.
Alguna reserva me merece la articulación de la antología en apartados temáticos. La objeción no incide tanto en el número de los mismos (el mismo Somovilla señala que podrían ser más o que un texto concreto puede plantear problemas de encaje) como en el principio mismo de articulación temática. Es claro que una edición crítica tiene que ser cronológica (sin perjuicio, quizá, de eventuales índices temáticos complementarios, de alcance variable según la índole de los textos recogidos). En el caso de Cunqueiro, ideal sería (pero casi imposible por razones obvias) realizar sobre la base de las ediciones crítico-cronológicas particulares, una edición que articulara cronológicamente la totalidad de los “artículos” cunqueirianos.
Pero también en una antología como la que comentamos la agrupación temática tiene sus riesgos, fundamentalmente el de no ser fiel al movimiento creativo del escritor y muy especialmente en el caso de Cunqueiro.
En Cunqueiro hay indiferencia (como en Lezama) a la distinción entre texto breve (artículo en sentido formal) y libro. Su diana es el relato breve. También en poesía lo primero es el poema, aislado o formando una serie. El libro es artificial en la poesía cunqueiriana, siempre debido a un impulso externo, y lo es también en parte de su prosa, atravesada siempre por lo que podríamos llamar “el descanso del camellero”, el placer de contar, rodeado de amigos o compañeros, lo que implica el acento en la brevedad de la narración y explica las escenas teatrales que entreveran sus obras. Por otro lado, sus textos en periódicos o revistas muestran relaciones con sus poemas, también publicados en medios, relación en primer lugar cronológica que se explica porque sus preocupaciones o entusiasmos de cada momento, reflejados en su prosa, exigen con frecuencia el poema, la destilación poética para la satisfacción de su expresión.
Creo que una parte esencial de los textos aparecidos en medios periódicos constituyen un inmenso diario (y a esa voluntad de diario aludió alguna vez Cunqueiro) que como tal no puede ser falseado por agrupaciones temáticas que no solo interrumpen sino ocultan el caudal vivo del diario ver y experimentar el mundo. Aparte de invisibilizar la mencionada correspondencia con la sucesión de los poemas. Las agrupaciones temáticas constituyen una suerte de libros artificiales no queridos por el autor que dependen del capricho del antólogo de turno y que cortan el cordón umbilical que une a todos los componentes de ese diario. Por ello, incluso en una obra de divulgación el principio cronológico es exigible, sin perjuicio en su caso de un índice temático. Principio cronológico al servicio de lo esencial, el mostrar el fluir de ese diario, el cunqueiriano, lo que elimina de la escolma o antología todo lo que no lo integre. Mientras la agrupación temática oculta la fina cintura por la acumulación de anillos e invisibiliza el vuelo de la flecha, sustituido por cómodas y banales áreas de descanso para el lector perezoso. Digamos también que el carácter multitemático de los textos de Cunqueiro sobarda o desborda el apartado concreto, convertido en lecho de Procusto o, en el mejor de los casos, por la dictadura del tema, se oculta la polifonía del texto.
Tengo que reconocer que mi rechazo a los apartados temáticos sufre excepciones: en el caso de series, como la del Imperio Secreto, que expresan fundamentales concepciones cunqueirianas, es necesario un estudio particular de las mismas, articulado, eso sí, cronológicamente. Por otra parte, en el caso de la antología de Somovilla, por un lado se recogen artículos, como los que integran la “Ruta Jacobea” claramente de periodismo literario y que constituyen una unidad por lo cual esa agrupación parece justificada (teniendo en cuenta, además, que cada texto figura con su fecha). Por otro, si recordamos lo dicho antes, sobre el predominio de artículos realistas, del género de periodismo literario, sobre los puramente literarios que llamo textos paradisíacos o literatura del paraíso en los que palpita la voluntad de diario, y donde vemos el fluir de la creación cunqueiriana, en el libro comentado, el riesgo de una mala comprensión o de una comprensión insuficiente de Cunqueiro se aminora grandemente. En fin, habría que estudiar caso por caso.
Pero en general, una antología temática, además del riesgo de infidelidad al autor, ofrece, se quiera o no, una oferta literaria, un buscador de citas, no en vano es la fórmula preferida por editoriales que rechazan, por no comercial, el criterio cronológico (experiencia por la que he pasado).
Otra observación en relación con la presente antología y el carácter de los textos cunqueirianos en medios, es su presentación y calificación como “artículos periodísticos” lo que resulta ya del título de la antología. Relacionada con esta cuestión surge otra, menor sin duda, pero que adquiere interés en virtud de un falso silogismo, es la de si Cunqueiro fue periodista: el silogismo: Cunqueiro fue periodista. Una parte de su obra aparece en periódicos en forma de artículos. Luego Cunqueiro escribió artículos periodísticos (por mucho que se emplee el sintagma “periodismo literario”). Se consuma así una apropiación desde el ámbito del periodismo y un tratamiento periodístico por profesionales del periodismo. Vayamos por partes.
Las fórmulas ecuativas “X es Z” de nuestras lenguas inducen a equívoco, confunden, diríamos, la profesión o el trabajo con la vocación o el destino. En las lenguas eslavas por ejemplo no se dice “fulano fue X” sino “fulano devino o resultó en…” (caso instrumental). En español o en gallego mejor diríamos en los casos de diferenciación entre trabajo y vocación “fulano trabajó como… pero fue X (v.g., escritor)”.
Sin duda hay la noble vocación del periodismo y entonces es legítimo decir “X fue o es periodista”. Siempre es magnífico que coincidan profesión o trabajo y vocación. Pero la no coincidencia del trabajo y de la vocación puede implicar un drama para esa última. En el caso de Cunqueiro trabajó como periodista (con o sin carné) y los periodistas pueden juzgar la idoneidad de su trabajo. Pero su vocación o destino fue ser poeta. El trabajar “como” no afecta al ser. Y no hay desprecio alguno a ese “como” si no un simple no confundir cosas radicalmente diferentes. La evidencia no necesita más explicaciones. En cuanto a los llamados artículos de Cunqueiro. Es obvio que Cunqueiro escribió numerosos artículos periodísticos. Unos, los menos, de compromiso o puramente coyunturales. Otros, los más, de valor permanente. Pero sin considerar tanto el número como la significación, la masa nuclear de esos textos, lo que llamé el diario de Cunqueiro es pura literatura y calificarlos de periodísticos supone ocultar la radical originalidad del proyecto de Cunqueiro. No hay que confundir el vehículo formal (el periódico o la revista) con el contenido (un poema, una novela publicada periódicamente, los textos literarios de Cunqueiro). No hay que preocuparse aquí de la distinción en cada caso de “periodismo literario” y literatura. La realidad de la distinción es evidente. Ignorarla en el caso de Cunqueiro es traicionarlo. Es obvio que Cunqueiro escribió y fue también un maestro en el género de lo que se suele llamar “periodismo literario”, nombre quizá no muy afortunado (otros serían preferibles, ensayo, crónica, textos breves literarios, también de otras disciplinas). Pienso que solo una parte de lo publicado en medios tiene carácter puramente periodístico, calificativo reservable para la mayor parte del trabajo de los profesionales de la información, en su actuación como tales y que en los demás casos se trata de ensayos, crónicas, retratos cuyo valor literario puede ser permanente, o lo más frecuente, digno de caer en el olvido.
La antología comentada insiste en el calificativo periodístico: desde el propio título en adelante: “el articulismo como una de sus actividades profesionales más genuinas”, “incansable escritura periodística”, “obra periodística”, “articulismo cunqueiriano”, “periodismo literario”, “colaboraciones periodísticas”, “universo periodístico cunqueiriano”, “despedida periodística”, “vida periodística de Cunqueiro”…
Quede claro que al negar el calificativo de periodístico a una gran parte de los textos cunqueirianos publicados en periódicos no se trata de menospreciar la escritura periodística ni, incluso, negarle su carácter, en los mejores casos, de género literario. Pienso, v.g., en la columna de Umbral y otras muchas, que merecen perdurar y ser recogidas en libro. Pero gran parte de los textos cunqueirianos son otra cosa, literatura, sin más. Lo dijo Cunqueiro “transformo la urgencia en literatura”. Y hay que atender a su afirmación de la “incompatibilidad de periodismo y literatura” en el sentido de que un ejercicio profesional, como tal absorbente es un claro obstáculo a la obra de creación. Pero también hay que tener claro que la utilización del vehículo del periódico por la literatura cunqueiriana no transforma a la parte más significativa de la misma en columna umbraliana de periodismo literario, por muy alta que sea la estima que éste nos merezca. Como no transforma en periodismo literario la obra de escritores publicada fragmentariamente en periódicos o revistas. En el caso de Cunqueiro cabe añadir, además, que la perfecta adecuación del texto cunqueiriano a las exigencias de espacio del medio favorece la asimilación por el calificativo de “artículo periodístico” que lleva después a la de “periodismo literario” y que es válida solamente para una parte del conjunto. Pero esta confusión olvida la razón de la adecuación. La metáfora, que crea el texto paradisíaco cunqueiriano, hace surgir la imagen “con su resistencia de piedra y transparencia de agua”, lo propio de la imagen es la brevedad de la llama. No podemos vestirla ni adornarla, lo escribió para siempre Juan Ramón, verbo de la rosa.
Por lo que respecta a otros aspectos de la antología comentada, hay que destacar la excelencia de la cronología y del largo texto introductorio en unión del breve epílogo que expone, actualizado y equilibrado, el saber tópico sobre Cunqueiro, tópico en el sentido de estado actual de la cuestión, sobre múltiples aspectos de su vida y obra, no sin aportaciones y enfoques propios. También es de destacar la ponderación de los criterios de edición.
En definitiva, la presente antología, no solo constituye formalmente, como ya dijimos, un hermoso objeto cultural que deja sin fundamento la ambición de dominio del libro electrónico y manifiesta, testigo irrefutable, el alcance de la pérdida si desapareciere el libro clásico. Cumple también, y con exceso, con las finalidades pretendidas por la biblioteca Castro. Recoge, además, un número significativo de “artículos” inéditos, cuyo texto queda fijado y que serán base utilísima para una futura edición crítica de los mismos. Por sus características, que comentamos, esta antología, que es mucho más que una antología, será objeto de lectura o consulta frecuentemente por los lectores de Cunqueiro, incluso en varios aspectos será útil para los especialistas. En fin, en cierto sentido, la presente antología se alza como la última antología cunqueiriana posible o necesaria. Corona el ya largo proceso antologizador de la obra cunqueiriana y al mismo tiempo lo clausura. A partir de ahora, y sobre la base del anterior se abre otro proceso, el del estudio del proyecto literario cunqueiriano: el estudio del mundo de Cunqueiro, su proyecto utópico y el de su texto como espacio de realización del mismo.