22 ABRIL

DE NUEVO EN MONDOÑEDO.

Los días 22 de diciembre de 1919 y 28 de febrero del presente año, aniversarios del nacimiento y defunción de Álvaro Cunqueiro, viajé a Mondoñedo con motivo de la presentación (en la primera fecha) de un ensayo mío sobre Lezama y Cunqueiro y del nombramiento de Víctor Freixanes como cunqueiriano de honra (en la segunda fecha). Mi ensayo y su discurso constituyen los textos número 1 y 2 de la colección “Selva de Esmelle” de la casa-museo Álvaro Cunqueiro. Grato viaje y grata estancia en mi ciudad natal, siempre acompañado por el saber grande y preciso y el entusiasmo y la actividad desbordantes del amigo querido, el profesor e investigador Armando Requeixo, mindoniense como yo y dinamizador del Mondoñedo cultural con un esfuerzo de organización de actos, convergencia de voluntades y publicación de libros que le exigen un tiempo que no sé de dónde lo obtiene, habida cuenta de sus obligaciones como profesor universitario e investigador científico en el “Centro de Humanidades Ramón Piñeiro”. A él se debe, con el apoyo y la voluntad política de la alcaldesa, Elena Candia, que el desconcierto inicial y “los conjuros negativos” a los que me refería en este mismo diario (15.9.19) hayan sido cancelados. La casa-museo Cunqueiro comienza a caminar con paso firme y a cumplir su finalidad de conservar y difundir la imagen y la obra cunqueiriana. Cualquier insuficiencia o carencia existente necesita de la colaboración y el entusiasmo de la “secta” de los cunqueirófilos y de todos los mindonienses. En la medida en que Mondoñedo es la ciudad de un poeta, la ciudad de Álvaro Cunqueiro quien con su obra desprendió del cuerpo material de la urbe otro cuerpo imantado, una imagen que permanecerá siempre en el “centro del paraíso, que es la novela”, todos los mindonienses habitan también, y de modo irrefutable, el paraíso cunqueiriano. Todos ellos deberían ser colectivamente nombrados, un aniversario, cunqueirianos de honra.

Pero esta imagen de un Mondoñedo celestial, en el centro del paraíso textual, desborda de la escritura para invadir la realidad y, desde ésta, hechizar a propios y extraños quienes con su peregrinación robustecen también la economía local. La alcaldesa y sus concejales han comprendido muy bien la importancia económica del llamado patrimonio inmaterial, del turismo cultural y que yo prefiero nombrar con la palabra poesía, la poesía que al enriquecer poéticamente al hombre económico lo adelgaza de las grasas materiales que abonan así los suelos necesitados. Un capítulo de la fundación poética de la economía. Las palabras de Elena Candia, en esta dirección, pronunciadas en el acto de entrega del título de cunqueiriano de honra a Víctor Freixanes, fueron acertadísimas y de clara percepción de la situación. Ocurre además que Mondoñedo no solo es rica en aguas y en latín, también la poética es cigüeña permanente en la ciudad. Esta riqueza literaria debe ser incansablemente estudiada y puesta de manifiesto, a todos los niveles, desde el científico investigador y conservador de archivos y materiales, hasta el expositivo y el del impulso al turismo cultural.

Y este esfuerzo comprende, claro está, la revelación del paisaje, de los conjuntos arqueológicos, de los monumentos, del arte y de la música, de las actividades preclaras de los hijos de la tierra y la historia de ésta.

La presentación de mi ensayo fue en un hermoso salón de la “Casa dos coengos”, el discurso de Freixanes, bien escrito y mejor dicho, tuvo lugar en el Auditorio Municipal. Aquí fue emocionante ver y oír a niños, niños gallegos leyendo, con voces bañadas en la melodía local, textos de “Merlín y familia”. El río de las generaciones que asegura toda esperanza.

Con la amabilidad del tiempo bueno, pude recorrer largamente la ciudad y demorarme con la gente que yo conocí en mi juventud o con sus descendientes. A pesar de los años de separación me reconocí como mindoniense entre mindonienses, un aire común de familia, como si hubiéramos sido invadidos por la imagen de la ciudad cunqueiriana, convertidos en gentes de la Tierra de Miranda que Álvaro Cunqueiro inventó en el sentido etimológico de la palabra, es decir, la hizo aparecer en la escena visible al descorrer las cortinas de lo invisible. Él vió el vuelo de la flecha, disparada desde muy lejos y con tremenda fuerza en marcha irresistible a la plenitud de la imagen, hasta alcanzarlo como horizonte. Por eso, en mi caminar la ciudad, veo otros cuerpos, desprendidos de las cosas y los seres, duren o no aquellas, vivan o estén muertos estos. Las imágenes me interpelan y yo soy una más entre ellas, fuera del tiempo. Me abraza la cordialidad eterna de la imagen, su anterioridad verbo del hombre y entonces la muerte no importa porque aquella prevalece siempre. Cada vez vuelvo con mayor satisfacción a Mondoñedo, una voz me llama y sólo calla cuando sumergido en el río, en el que flotan, y entrechocan suavemente, todas las imágenes que configuran la mía, como desprendida de esta ciudad.

Como siempre permanecí fascinado ante el rosetón de la catedral, un cúmulo estelar, puerta a una dimensión celeste, escudo luminoso del inmortal guerrero que aguarda el ascenso que soñó Cunqueiro al paraíso de la imagen eterna. Como siempre encaminé mis pasos al Barrio dos Muíños, uno de los lugares de la ciudad que amo. Me senté en un banco, junto a la fachada de una blanca casita y escuché en sueños la canción del Valiñadares, atropellándose sus aguas claras para alcanzar el Masma como un Alfeo enamorado. El poeta Díaz Jácome, siendo niño, cayó al río y la rueda de un molino, en vez de serle fatal, lo despidió ileso. No sé si por no gustar de su futura poesía o, precisamente, por respetar a los poetas o por las dos cosas. En todo caso, un río poético como es propio de la ciudad.

En Mondoñedo siempre como en Valeco, en el Barrio dos Muíños o en la tasca, en Alcántara, al lado del monumento a Leiras Pulpeiro. También las pequeñas cosas tienen derecho a su imagen, “el hechizamiento de las pequeñas cosas”, “las delicias del chocolate” que decía Lezama. En ambas casas, de ambiente familiar, reina la imagen que desprende la cocina mindoniense, la sencillez y delicia de la empanada de liscos, el pulpo, los huevos caseros con patatas fritas y chorizo, el raxo, las natillas y la leche frita, el queso y el membrillo. Y el pan, que figura en la trinidad de la abundancia mindoniense, con el agua y el latín.

Antes de marchar volví a recorrer la casa que fue de mi tía Carmiña y en la que vivió mi padre. Las sombras me reconocen y se encienden y los pasos que oigo se mudan en otros pasos. Del cordial y competente arqueólogo municipal, Abel Vigo, en su inteligencia y modestia, un mindoniense típico, escucho claras y detalladas noticias sobre el asiento humano en el valle y sus montes guardianes desde el mesolítico y me enseña en la planta baja un arco de lo que podría ser una cloaca romana que con las obras de acondicionamiento del museo ha quedado al descubierto y cuya existencia nunca sospechamos. Resulta magnífica esta fundamentación romana de la casa familiar que provoca imágenes que aguardaban tras los cortinajes.

Llega el atardecer. Y con él, el silencio que acuna las otras dimensiones de la ciudad y las desliza al sueño. No se puede comprender Mondoñedo sin saborear su silencio. Es como un mágico toque de queda que no impide caminar nocturno, sombra entre las sombras, de las piedras en las que se encienden pequeñas llamas cordiales de la vida cotidiana que se recoge como en un cuento de la infancia.

Decido venir de nuevo a Mondoñedo con el buen tiempo del verano o del otoño, varios días, para poder volver a recorrer, calmosamente, lo que en mi juventud pensaba los “Epiros” o “Tesalias” de la polis: el castillo de aguas de Tronceda y Viloalle, contemplar la serena melancolía del Masma, pisar las tierras duras de Zoñán y de Estelo, contemplar el cielo desde las abas de los montes donde escribí “Beatum corpus”, si puede ser con mi hija para hacer que beba el licor de imágenes que embriagó a su abuelo y a su padre. Cuando pasaba de regreso a lo largo del cementerio viejo pensé que según el texto griego, en el tribunal del Hades que juzga a los muertos, Radamante se encarga de los asiáticos y Eaco de los europeos. Supongo que la tribu de los mindonienses tendremos un juez especial que comprenda los silencios y las tinieblas de nuestros sueños, quizá un juez con imagen de centauro, inclinado a la embriaguez, o de unicornio, flechado por el sueño. En ambos casos no hay dudas sobre su benevolencia.

22 ABRIL

CRÍTICA. El libro “Artículos periodísticos (1930-1981). Álvaro Cunqueiro. Al pasar de los años.”

Bajo el título indicado acaba de aparecer una antología de textos literarios de Álvaro Cunqueiro publicados en diversos medios, fundamentalmente periódicos, semanarios y revistas durante medio siglo. El autor de la dicha antología es el periodista, ya acreditado cunqueiriano, Miguel González Somovilla, quien, con este tomo, completa los dos anteriores “Álvaro Cunqueiro. Obras literarias.” de la biblioteca Castro y cuyos textos fueron preparados por Xosé María Dobarro Paz.

Desde el punto de vista del libro como objeto, este volumen es realmente bello. No solo la calidad del papel y de la visibilidad del texto (características que comparte con las demás publicaciones de la biblioteca Castro). También el acierto en el breve álbum fotográfico que figura recogido y del que brota un perfume de vida muy atractivo para el lector. A los doscientos textos de Cunqueiro introduce un largo estudio del antólogo (más de setenta páginas), una cronología minuciosa y una bibliografía esencial. Las 722 páginas del libro finalizan con un breve epílogo del mismo Somovilla, una entrevista a Cunqueiro de Umbral y artículos de Cueto y Carantoña escritos con ocasión del fallecimiento e inhumación del escritor.

Con los tres volúmenes de la biblioteca Castro tiene a su alcance el principal destinatario de este tipo de colecciones, un lector no especialmente familiarizado con la obra del escritor de que se trate en cada caso, una visión completa y satisfactoria para asentar pareceres y preferencias. Y en el caso de que el entusiasmo se haya apoderado de él, la sólida base adquirida le permitirá conseguir ulteriores profundidades. Por ello, y recogiendo lo que escribe el propio Somovilla “los libros de la biblioteca Castro no son ediciones críticas y anotadas”, este tercer volumen, en unión de los dos anteriores, cumple con eficacia, e incluso con exceso, las necesidades del usuario apuntado de la biblioteca. Con lo cual cabría poner aquí punto final, saludar la aparición del libro y felicitar a Miguel Somovilla por su trabajo muy largo y generoso en esfuerzos. Piénsese que los textos “han sido editados a partir de los respectivos originales impresos, disponibles en distintas hemerotecas. Una vez localizados y escaneados… se han transcrito de nuevo y se ha cotejado el resultado con las publicaciones primitivas. En ningún caso hemos realizado reproducciones directas de otras antologías periodísticas ya existentes…”

Esta actividad del antólogo ha recaído no solo sobre textos ya publicados en libros sino que, fruto de la misma, ha sido la recuperación de un número significativo que permanecía, inédito en libro, en periódicos y fundamentalmente en revistas, como “Jano” y “Tribuna médica”. Sin embargo, es evidente que Somovilla ha querido realizar y ofrecernos mucho más que lo demandado por las características de la biblioteca de Castro a las que se adaptan los dos volúmenes anteriores de “obras literarias” (basta una ojeada a los mismos para ver la diferencia de ambición). No es ciertamente una edición crítica pero por el esfuerzo en la fijación del texto y la intervención en el mismo (estudio introductorio y agrupamiento temático) el presente volumen excede la pura divulgación. Es por ese plus por lo que no procede poner punto final a la reseña crítica y por lo que se revela necesario entrar en diálogo con el antólogo sobre unas importantes cuestiones que su trabajo suscita sobre la comprensión del texto cunqueiriano. Aparte la problemática ínsita en toda antología, “una aventura” según gusta de repetir Miguel Somovilla.

Procedamos ya al examen del volumen preparado por Miguel G. Somovilla. Primero. Fijación del texto. Sin que ello naturalmente sea una crítica, haber revisado a partir de los originales impresos disponibles en las hemerotecas, con una labor de transcripción y cotejo y sin reproducir directamente el texto de antologías existentes e, incluso, de ediciones críticas magníficas (como las de los textos de “La noche” y de “Sábado gráfico”) se me antoja un trabajo harto arduo y sin que de tal esfuerzo derive una utilidad evidente. Sobre todo para ediciones, como la biblioteca Castro, en definitiva de divulgación. En otras colecciones de divulgación, como los textos clásicos de editorial Gredos se sigue el texto fijado en una edición crítica, cotejado con otros, eso sí, acompañado de abundantes notas que se echan de menos aquí, si se tienen en cuenta las necesidades de un lector medianamente informado.

Y, además, este esfuerzo de fijación del texto, con relación a los artículos de las revistas “Jano” y “Tribuna médica” no excusa tal trabajo en futuras ediciones críticas de los mismos, que serán necesarias al no realizarse el estudio y recogida íntegra de los textos, como es lógico en una antología. Pero ello pone más de relieve el esfuerzo enorme de fijación de textos ya conocidos y que pudo aplicarse, por ejemplo, a la anotación de los singulares relatos.

“Toda antología es una aventura”. Sobre todo si el escritor es poco conocido pues puede determinar, más o menos largamente, la visión que se tenga del autor. Este riesgo no existe en el caso de Cunqueiro, bien conocido de los especialistas y de los lectores apasionados. Por ello, en este caso, la aventura, lo es para el antólogo que asume el riesgo de proporcionar una visión insuficiente de la creación antologizada. Con frecuencia, la antología revela el sesgo que imprime la profesión del antólogo e, infrecuentemente, la rica variedad que justifica la pluralidad de interpretaciones del autor concreto. En el caso de la presente antología me sorprende una primera ausencia, de los textos que constituyen la serie del “Imperio secreto” esparcidos aquí y allá, no muy numerosos (no llegan a las dos docenas, más si se incluyen otros que, sin ese título, entran en la gravitación de éste) pero que son fundamentales en la visión cunqueiriana del mundo. Ellos iluminan el pensar de Cunqueiro con luces otras que las del resto de su obra y ello, pienso, es una omisión relevante de la presente antología el hecho de que no figure ninguno. En cuanto a los demás textos recogidos (dejando aparte los de “Jano” y “Tribuna médica”, que figuran casi completos por ser la mayoría inéditos) es evidente que es riesgo y beneficio del antólogo su libertad de elección. Sí diré que, en mi opinión, predomina un punto de vista realista en la selección en perjuicio de aquellos que constituyen el texto paradisíaco cunqueiriano, es decir, en los que reina el albedrío de la imagen, en los que el tiempo desaparece transformado en un espacio en el que se yuxtaponen, épocas, culturas, personajes, cosas, sucesos, espacios que a su vez se enrolla o desenvuelve como un tapiz. Los artículos que podemos calificar de periodismo literario de Cunqueiro, tienen una presencia acusada, sobre todo en el primer apartado temático “En el principio fue el verso”, también en el apartado de “La ruta Jacobea”. No obstante su interés y permanencia indudables, no dan cuenta cabal del auténtico Cunqueiro y no muestran la continuidad de las obras mayores y los relatos breves. Diría que la cualidad de periodista del antólogo ha influido decisivamente. En mi opinión es preciso separar en lo publicado por Cunqueiro en medios, no sólo los poemas, como es obvio, sino también lo periodístico (por importante que sea y digno de recogida) de los textos literarios, cuya significación queda diluida, en caso contrario en la masa inmensa de “artículos de Cunqueiro”. De estos diremos más a continuación.

Alguna reserva me merece la articulación de la antología en apartados temáticos. La objeción no incide tanto en el número de los mismos (el mismo Somovilla señala que podrían ser más o que un texto concreto puede plantear problemas de encaje) como en el principio mismo de articulación temática. Es claro que una edición crítica tiene que ser cronológica (sin perjuicio, quizá, de eventuales índices temáticos complementarios, de alcance variable según la índole de los textos recogidos). En el caso de Cunqueiro, ideal sería (pero casi imposible por razones obvias) realizar sobre la base de las ediciones crítico-cronológicas particulares, una edición que articulara cronológicamente la totalidad de los “artículos” cunqueirianos.

Pero también en una antología como la que comentamos la agrupación temática tiene sus riesgos, fundamentalmente el de no ser fiel al movimiento creativo del escritor y muy especialmente en el caso de Cunqueiro.

En Cunqueiro hay indiferencia (como en Lezama) a la distinción entre texto breve (artículo en sentido formal) y libro. Su diana es el relato breve. También en poesía lo primero es el poema, aislado o formando una serie. El libro es artificial en la poesía cunqueiriana, siempre debido a un impulso externo, y lo es también en parte de su prosa, atravesada siempre por lo que podríamos llamar “el descanso del camellero”, el placer de contar, rodeado de amigos o compañeros, lo que implica el acento en la brevedad de la narración y explica las escenas teatrales que entreveran sus obras. Por otro lado, sus textos en periódicos o revistas muestran relaciones con sus poemas, también publicados en medios, relación en primer lugar cronológica que se explica porque sus preocupaciones o entusiasmos de cada momento, reflejados en su prosa, exigen con frecuencia el poema, la destilación poética para la satisfacción de su expresión.

Creo que una parte esencial de los textos aparecidos en medios periódicos constituyen un inmenso diario (y a esa voluntad de diario aludió alguna vez Cunqueiro) que como tal no puede ser falseado por agrupaciones temáticas que no solo interrumpen sino ocultan el caudal vivo del diario ver y experimentar el mundo. Aparte de invisibilizar la mencionada correspondencia con la sucesión de los poemas. Las agrupaciones temáticas constituyen una suerte de libros artificiales no queridos por el autor que dependen del capricho del antólogo de turno y que cortan el cordón umbilical que une a todos los componentes de ese diario. Por ello, incluso en una obra de divulgación el principio cronológico es exigible, sin perjuicio en su caso de un índice temático. Principio cronológico al servicio de lo esencial, el mostrar el fluir de ese diario, el cunqueiriano, lo que elimina de la escolma o antología todo lo que no lo integre. Mientras la agrupación temática oculta la fina cintura por la acumulación de anillos e invisibiliza el vuelo de la flecha, sustituido por cómodas y banales áreas de descanso para el lector perezoso. Digamos también que el carácter multitemático de los textos de Cunqueiro sobarda o desborda el apartado concreto, convertido en lecho de Procusto o, en el mejor de los casos, por la dictadura del tema, se oculta la polifonía del texto.

Tengo que reconocer que mi rechazo a los apartados temáticos sufre excepciones: en el caso de series, como la del Imperio Secreto, que expresan fundamentales concepciones cunqueirianas, es necesario un estudio particular de las mismas, articulado, eso sí, cronológicamente. Por otra parte, en el caso de la antología de Somovilla, por un lado se recogen artículos, como los que integran la “Ruta Jacobea” claramente de periodismo literario y que constituyen una unidad por lo cual esa agrupación parece justificada (teniendo en cuenta, además, que cada texto figura con su fecha). Por otro, si recordamos lo dicho antes, sobre el predominio de artículos realistas, del género de periodismo literario, sobre los puramente literarios que llamo textos paradisíacos o literatura del paraíso en los que palpita la voluntad de diario, y donde vemos el fluir de la creación cunqueiriana, en el libro comentado, el riesgo de una mala comprensión o de una comprensión insuficiente de Cunqueiro se aminora grandemente. En fin, habría que estudiar caso por caso.

Pero en general, una antología temática, además del riesgo de infidelidad al autor, ofrece, se quiera o no, una oferta literaria, un buscador de citas, no en vano es la fórmula preferida por editoriales que rechazan, por no comercial, el criterio cronológico (experiencia por la que he pasado).

Otra observación en relación con la presente antología y el carácter de los textos cunqueirianos en medios, es su presentación y calificación como “artículos periodísticos” lo que resulta ya del título de la antología. Relacionada con esta cuestión surge otra, menor sin duda, pero que adquiere interés en virtud de un falso silogismo, es la de si Cunqueiro fue periodista: el silogismo: Cunqueiro fue periodista. Una parte de su obra aparece en periódicos en forma de artículos. Luego Cunqueiro escribió artículos periodísticos (por mucho que se emplee el sintagma “periodismo literario”). Se consuma así una apropiación desde el ámbito del periodismo y un tratamiento periodístico por profesionales del periodismo. Vayamos por partes.

Las fórmulas ecuativas “X es Z” de nuestras lenguas inducen a equívoco, confunden, diríamos, la profesión o el trabajo con la vocación o el destino. En las lenguas eslavas por ejemplo no se dice “fulano fue X” sino “fulano devino o resultó en…” (caso instrumental). En español o en gallego mejor diríamos en los casos de diferenciación entre trabajo y vocación “fulano trabajó como… pero fue X (v.g., escritor)”.

Sin duda hay la noble vocación del periodismo y entonces es legítimo decir “X fue o es periodista”. Siempre es magnífico que coincidan profesión o trabajo y vocación. Pero la no coincidencia del trabajo y de la vocación puede implicar un drama para esa última. En el caso de Cunqueiro trabajó como periodista (con o sin carné) y los periodistas pueden juzgar la idoneidad de su trabajo. Pero su vocación o destino fue ser poeta. El trabajar “como” no afecta al ser. Y no hay desprecio alguno a ese “como” si no un simple no confundir cosas radicalmente diferentes. La evidencia no necesita más explicaciones. En cuanto a los llamados artículos de Cunqueiro. Es obvio que Cunqueiro escribió numerosos artículos periodísticos. Unos, los menos, de compromiso o puramente coyunturales. Otros, los más de valor permanente. Pero sin considerar tanto el número como la significación, la masa nuclear de esos textos, lo que llamé el diario de Cunqueiro es pura literatura y calificarlos de periodísticos supone ocultar la radical originalidad del proyecto de Cunqueiro. No hay que confundir el vehículo formal (el periódico o la revista) con el contenido (un poema, una novela publicada periódicamente, los textos literarios de Cunqueiro). No hay que preocuparse aquí de la distinción en cada caso de “periodismo literario” y literatura. La realidad de la distinción es evidente. Ignorarla en el caso de Cunqueiro es traicionarlo. Es obvio que Cunqueiro escribió y fue también un maestro en el género de lo que se suele llamar “periodismo literario”, nombre quizá no muy afortunado (otros serían preferibles, ensayo, crónica, textos breves literarios, también de otras disciplinas). Pienso que solo una parte de lo publicado en medios tiene carácter puramente periodístico, calificativo reservable para la mayor parte del trabajo de los profesionales de la información, en su actuación como tales y que en los demás casos se trata de ensayos, crónicas, retratos cuyo valor literario puede ser permanente, o lo más frecuente, digno de caer en el olvido.

La antología comentada insiste en el calificativo periodístico: desde el propio título en adelante “el articulismo como una de sus actividades profesionales más genuinas”, “incansable escritura periodística”, “obra periodística”, “articulismo cunqueiriano”, “periodismo literario”, “colaboraciones periodísticas”, “universo periodístico cunqueiriano”, “despedida periodística”, “vida periodística de Cunqueiro”…

Quede claro que al negar el calificativo de periodístico a una gran parte de los textos cunqueirianos publicados en periódicos no se trata de menospreciar la escritura periodística ni, incluso, negarle su carácter, en los mejores casos, de género literario. Pienso, v.g., en la columna de Umbral y otras muchas, que merecen perdurar y ser recogidas en libro. Pero gran parte de los textos cunqueirianos son otra cosa, literatura, sin más. Lo dijo cunqueiro “transformo la urgencia en literatura”. Y hay que atender a su afirmación de la “incompatibilidad de periodismo y literatura” en el sentido de que un ejercicio profesional, como tal absorbente es un claro obstáculo a la obra de creación. Pero también hay que tener claro que la utilización del vehículo del periódico por la literatura cunqueiriana no transforma a la parte más significativa de la misma en columna umbraliana de periodismo literario, por muy alta que sea la estima que éste nos merezca. Como no transforma en periodismo literario la obra de escritores publicada fragmentariamente en periódicos o revistas. En el caso de Cunqueiro cabe añadir, además, que la perfecta adecuación del texto cunqueiriano a las exigencias de espacio del medio favorece la asimilación por el calificativo de “artículo periodístico” que lleva después a la de “periodismo literario” y que es válida solamente para una parte del conjunto. Pero esta confusión olvida la razón de la adecuación. La metáfora, que crea el texto paradisíaco cunqueiriano, hace surgir la imagen “con su resistencia de piedra y transparencia de agua”, lo propio de la imagen es la brevedad de la llama. No podemos vestirla ni adornarla, lo escribió para siempre Juan Ramón verbo de la rosa.

Por lo que respecta a otros aspectos de la antología comentada, hay que destacar la excelencia de la cronología y del largo texto introductorio en unión del breve epílogo que expone, actualizado y equilibrado, el saber tópico sobre Cunqueiro, tópico en el sentido de estado actual de la cuestión, sobre múltiples aspectos de su vida y obra, no sin aportaciones y enfoques propios. También es de destacar la ponderación de los criterios de edición.

En definitiva, la presente antología, no solo constituye formalmente, como ya dijimos, un hermoso objeto cultural que deja sin fundamento la ambición de dominio del libro electrónico y manifiesta, testigo irrefutable, el alcance de la pérdida si desapareciere el libro clásico. Cumple también, y con exceso, con las finalidades pretendidas por la biblioteca Castro. Recoge, además, un número significativo de “artículos” inéditos, cuyo texto queda fijado y que serán base utilísima para una futura edición crítica de los mismos. Por sus características, que comentamos, esta antología, que es mucho más que una antología, se convertirá en instrumento de uso frecuente, no solo de todo tipo de lectores, sino de los especialistas en Cunqueiro cuyo trabajo facilita extraordinariamente. En fin, en cierto sentido, la presente antología se alza como la última antología cunqueiriana posible o necesaria. Corona el ya largo proceso antologizador de la obra cunqueiriana y al mismo tiempo lo clausura. A partir de ahora, y sobre la base del anterior se abre otro proceso, el del estudio del proyecto literario cunqueiriano: el estudio del mundo de Cunqueiro, su proyecto utópico y el de su texto como espacio de realización del mismo.

22 ABRIL

“CUNQUEIRO Y LEZAMA. LA LUZ DE UN MUNDO QUE SE ALEJA”

3ª parte, A   “Poética lezamiana y texto paradisíaco cunqueiriano”.

(La primera parte de cinco constituida por “texto mítico griego”, “Preámbulo” y “Cunqueiro y Lezama, vidas paralelas” constituye la entrada 23.1.20 de este diario. La segunda parte “Un mundo común” fue publicada en 26.2.20 en este diario).

Como ha sido consignado anteriormente son múltiples los textos en los que Lezama desarrolló y sistematizó su poética de la imagen. Y, sin embargo, hay una distancia (ya observada entre los lezamianos) entre aquella y su realización en su obra narrativa y, especialmente, en su poesía, blanco elegido de aquella. Cunqueiro, como también se dijo, no desarrolló sistemáticamente la suya, sino fragmentariamente y principalmente disuelta en el material narrativo que es preciso filtrar para que brille el oro de su visión poética. Poética sumergida que resplandece en el fluir de las aguas de su obra. Fundamentales, sobre todo, “El año del cometa”, un texto en el cual Paulus, alter ego de Cunqueiro, expone ideas decisivas sobre el soñar y el imaginar. No faltan tampoco textos, en las entrevistas al escritor, que aclaran y completan su poética, textos importantes para su poética del texto paradisíaco.

Pues bien, mientras Lezama, caminante llegado a la orilla del Puraná, el río del paraíso, vió, sí, hervir sus aguas y sobre ellas se inclinó, como Narciso sobre el agua de la fuente, pero no pudo alcanzar las puertas del paraíso, tan claramente contemplado en la teoría, perdido en el camino infinito de su poesía, fragmentado hasta la exasperación microscópica y relacionado cada fragmento con una selva de asociaciones de dimensiones astronómicas, Cunqueiro, de golpe, sencilla y franciscanamente, sin aparente esfuerzo, tal la música de Mozart, que tanto amaba, creó el texto paradisíaco, realizando así la poética lezamiana y su proyecto de “habitar la ingenuidad de un nuevo paraíso”.

Entre tanto Lezama, insisto, en su búsqueda de “la ciudad tibetana estelar donde el hombre dialoga con el búfalo blanco” (otro nombre del paraíso), la perdía por velarla su propio caminar, si bien nos dejó, en la floración amazónica de su asociacionismo, fabulosas ciudades poéticas sublunares, “con la dureza de la piedra y la transparencia del agua”, atributos para él los propios de la poesía. Esto lo veremos más clara y demorado en la parte quinta de este ensayo.

Si navegamos, siguiendo la corriente de los ríos de textos de Lezama y de Cunqueiro, oímos con facilidad la melodía única de sus voces diferentes, que se complementan armónicamente. Y la primera isleta con la que tropezamos es la afirmación de Pascal, que Lezama sitúa en el centro de su sistema poético: “como la auténtica naturaleza se ha perdido, cualquier cosa puede ser naturaleza”, y añade Lezama “el hombre coloca la imagen en lugar de la naturaleza perdida” y “frente al pesimismo de la naturaleza perdida, la invencible alegría en el hombre de la imagen reconstruida. Por la imagen el hombre se reconcilia con un mundo armónico que le ha sido arrebatado”.

Es obvio que, para hablar de naturaleza perdida, tiene que haber naturaleza. Y naturaleza solo la hay con la cultura, es decir, con la aparición del ser humano. Antes de éste no hay naturaleza, habrá cualquier cosa, pero no naturaleza. Ésta está configurada culturalmente y la cultura se ha desarrollado, por lo menos hasta hoy, en el seno de una naturaleza, amenazada, eso sí, por la imposición de un hábitat artificial y tecnológico del hombre. Cuando entramos en un bosque virgen que, como tal, no existe, entramos y lo vemos, lo olemos y lo sentimos con toda la historia cultural de la humanidad, con todo el bagaje de mitos, historias, leyendas, experiencias, saberes, alegrías y temores. Grávidos de imágenes atravesamos y configuramos culturalmente la fisicidad del bosque, sea lo que sea esa fisicidad desde el ámbito de la teoría del conocimiento o de las ciencias físiconaturales que también determinan, modelizan esa fisicidad. Antes del hombre no se puede hablar de naturaleza, ni siquiera del “silencio de la prehistoria” (Moravia) anterior a la aparición del “homo loquens” ya que silencio solo lo hay en la cultura, silencio que permite escuchar una voz, el ruido de una hoja que cae o el cauteloso pisar del tigre.

Se ha escrito sobre la probabilidad de que, en un primer tiempo de su juventud poética, Lezama identificara la naturaleza perdida con la expulsión del paraíso teológico y que, perdida esa naturaleza paradisíaca, surgiera esa sed infinita de reintegración al paraíso. Puede ser. Fuentes irracionales de la nostalgia infinita puede haber muchas en el hombre, incluso el nacimiento como expulsión de un paraíso. Pero aquí el concepto de naturaleza perdida que nos interesa y que es el motor de la reintegración armónica por la imagen de los textos lezamianos y cunqueirianos es ese mundo que nos llega, fundamentalmente desde el neolítico, atraviesa los siglos y los milenios y nos llega afectado por las sucesivas revoluciones industrial y tecnológica, hasta el desarrollo digital de hoy con el dominio de la globalización y la destrucción del medio ambiente, lo que permite contemplar con facilidad un ámbito humano de residencia predominantemente tecnológico y la desaparición de la naturaleza que ha rodeado siempre al hombre. Y, naturalmente, tal como lo conocemos, no va a salir indemne de “estos procesos de economía agresiva y depredadora que olvida colocar en el centro de las actividades humanas la calidad de los bienes comunes, sociales y ecológicos”. La posibilidad de aparición de un modo de ser humano diferente, con otros valores (“videmus alterum populum iam esse”, el senado romano en el asunto de la represión de las Bacanales) debe ser considerada. Pues bien, contra este proceso de destrucción de un mundo se alzan Lezama y Cunqueiro y así el hombre introduce la imagen para reintegrar la naturaleza perdida, reintegración que también se procura desde otros ámbitos (científico, cultural, activismo ecológico…). Pero aquí corresponde hablar de la imagen, de la imagen poética (“la poesía es el reino del milagro”, Valery) como componente esencial de ese proceso de reintegración armónica y de salvaguarda del ser humano, frente a la deriva actual. Y hablar de la imagen presupone el lenguaje que clasifica el flujo, aparentemente caótico y confuso de la experiencia, en unidades discretas y con ello es “conditio sine qua non” de la sociedad humana y, en consecuencia, del hombre. Pero, además, el “homo loquens” es, como hablante, un ser poético y metafórico que tiende esencialmente a extender la imagen sobre la naturaleza, como la noche se extiende sobre el día. Se confirma así que la naturaleza es “ab initio”, lenguaje, por ello imagen ya que el hombre como lengua es una fuente continua de imágenes, un fluir que no cesa. Sin embargo, solo en los poetas (mejor en el pensar poético del que la poesía es uno de los vehículos) puede la imagen desenvolver toda su capacidad de milagro, aunque en potencia esa capacidad se halle presente en todos los seres humanos pues todos estamos constituidos lingüísticamente y la metáfora forme parte de nuestros dones. “El cuerpo segrega imagen como el caracol formas en espiral inmóvil” (Lezama) y todos comprendemos la metáfora.

“La imagen es el instrumento cognoscitivo por excelencia” (Lezama) y “lo maravilloso comienza cuando surge una iluminación no habitual de lo real (Carpentier). De nuevo Lezama “la distancia tiene que engendrar su propio rostro… Toda metamorfosis en el hombre sólo puede verificarse en la metamorfosis espacial que desplaza…”. Las cosas, los seres, las ideas y los fenómenos o los sucesos se nos muestran separados por distancias espaciales o temporales, cortas, largas, incluso inconmensurables, como un universo fragmentado. Estas distancias podemos cancelarlas con la metáfora: metáfora, “llevar más allá”. La metáfora como vehículo de transporte (en neogriego “metaforiká mesa”, medios de transporte). Hölderlin relacionó al poeta con el comercio del naviero que comunica lo más lejano con lo más cercano: “Siehe! Da löste sein Schiff der fernhinsinnende Kaufmann, froh, denn es wehet’ auch ihm die beflügelnde Luft und die Götter liebten so, Wie den Dichter, auch ihn, dieweil er die Guten gaben Eer erd ausglich und fernes nahem vereinte” (¡Mira! Allí soltaba su nave el comerciante que contempla la lejanía, contento, pues también para él sopla el aire estimulante, y los dioses lo aman, también a él porque equilibra los dones buenos de la tierra y une lo próximo a lo lejano”).

Lezama: “la metáfora y su resultado la imagen es la red más poderosa para atrapar lo fugaz y el animismo de lo inerte. Extraemos de su cosmos un objeto y lo transportamos a otro, bajo cuya gravedad vibra y se ilumina de un modo nuevo” pero la aparición de algo nuevo en la órbita de lo que acoge también hace vibrar e ilumina el puerto de destino. Las dos caras del signo lingüístico determinan la imagen que transporta la metáfora: el significante, las connotaciones de la imagen y el significado, (el conjunto de semas, variable con cada persona y cada cultura) la imagen. La empresa de transporte que es la metáfora modifica perdurablemente la imagen transportada que nunca volverá al estado anterior a su viaje. Se ha enriquecido para siempre. Como se enriquece la imagen que abre sus puertas a la metáfora. “Dientes” y “perlas” tienen un antes y un después tras el nacimiento de la nueva imagen “dientes como perlas”. Como la cópula sexual que lleva al espermatozoide al óvulo y origina un nacimiento, el transporte metafórico engendra una iluminación nueva, una nueva imagen que como una estrella que dilata su circunferencia abarca el ámbito de la comparación y anula la distancia entre las cosas.

El poeta como arquero. Tensa su arco, dispara y salva la distancia. El nuevo rostro engendrado cancela la lejanía entre el lugar de liberación de la flecha y el horizonte herido. En un texto aristotélico hay reflexiones decisivas sobre el poeta como arquero y el éxito de su disparo: “hay que disparar desde lejos y con fuerza para dar en el blanco”. “Ley de la poética y no de la balística”, se ha dicho. Cuanto mayor la distancia anulada, mayor la iluminación de la imagen surgida del lanzamiento metafórico. (Traigo aquí unos ejemplos de Cunqueiro arquero: “libro de venenos, encuadernado en negro como Felipe II” y “las croquetas se retorcían en la sartén como herejes en la hoguera de la Inquisición” o “el camino se echaba a sus pies como perro amistoso”). Sí. Al fijar la línea del horizonte para su flecha, el arquero “dilata las fronteras”. Una fuente islandesa dice: “el brazo que me mata es corto pero el venablo es largo”.

Después que la flecha ha alcanzado su horizonte nuestra percepción del cosmos ha cambiado y se ha enriquecido. Escribe Aristóteles que la esencia de la poesía es revelar las relaciones, desvelar el ser que hubiera podido permanecer oculto, si no fuera por el poeta. Esta reintegración del universo, aparentemente fragmentado, por medio de la imagen es la esencia de la metáfora poética que penetra la oscuridad circundante y la ilumina. Todas las luces se encienden a su paso. Y observemos esta doble actividad del lenguaje: clasifica y distancia y simultáneamente aproxima y unifica.

Cunqueiro: “al final, en nuestras invenciones, damos un rostro más complejo del mundo y más veraz”. “Las cosas todas, además de su rostro, el haz, tienen una cara secreta, el envés, que a veces es la más significativa y aquella por donde el suceso o el objeto pueden relacionarse con otros igualmente singulares e, incluso, prodigiosos”. “La filosofía no consiste en saber si son más reales las manzanas de este labriego, o las que yo sueño, sino en saber cuál de las dos tiene más dulce aroma”. (Menciono ahora el tema del soñar, para desarrollarlo en otra ocasión, como actividad metafórica). Lezama: nuestro auténtico ser es la vivienda en la imagen, la unidad más profunda entre lo estelar y lo telúrico, la imagen como tejido de la noche”. En la base del sistema poético lezamiano es la imagen la única vía del hombre para relacionar lo visible y lo invisible y para lograr la intersección entre dos mundos, eliminando todo dualismo y el mayor “la contraposición real/irreal”. “El sentido que revela la imagen nos transporta a la mañana del mundo, como un ciervo que sorprende el momento en que un río secreto aflora a la superficie”. Y añado algo decisivo, las imágenes que como un boomerang vuelven hacia el arquero cuando la flecha acierta en “la línea del horizonte” son las imágenes que salvan ese mundo amenazado de desaparición, esa naturaleza perdida, pues solo en un mundo poético es posible el vuelo de la flecha de la metáfora. Son esas imágenes las que multiplican, al desvelar y revelar, los enlaces comunes y con ellas se hace frente a la amenaza de la metástasis de los desarrollos antipoéticos de hoy. En palabras de Lezama, “la concordancia universal de la metáfora es la reparación por el hombre del daño que causó”. Es la afirmación del fundamento poético de cualquier mundo imaginable que podamos calificar de humano y, a partir del cual, cualquier desarrollo científico o tecnológico pierde el carácter tóxico que en ausencia de tal fundamento lo domina. Así el arco del poeta (Tokson en griego antiguo) cancela esa toxicidad mortal.

Dijimos que la metáfora busca y halla vínculos ocultos entre cosas separadas por abismos de tiempo, espacio o sentido. Se abole así el causalismo unilateral de lo sucesivo histórico. En el milagro de la imagen, en la reintegración de los fragmentos que es el paraíso, la causalidad se genera, no solamente por la relación causa-efecto, sino por otras relaciones, v.g., “la vivencia oblicua” lezamiana, en virtud de la cual un acontecimiento posterior aclara uno anterior, “una expresión contemporánea revitaliza el pasado, un escritor contemporáneo influye en la interpretación de otro del pasado. “Muchos creen que las influencias se presentan de causa a efecto, en la sucesión cronológica, y muchas veces la aparición de un poeta posterior recrea esas influencias. Las influencias no son de causas que engendran efectos, sino de efectos que iluminan causas” (Lezama). El tiempo se evapora, la dimensión temporal como la espacial, desaparecen del texto paradisíaco, “el hombre responde con el arbitrio de la imagen al determinismo de la naturaleza”. “La liberación del tiempo (y del espacio, añado) es la constante más tenaz de la sobrenaturaleza”. Es decir, del reino de la imagen, del texto paradisíaco. “Todo lo escrito en un libro vive simultáneamente” (Cunqueiro).

La imagen que florece en el texto paradisíaco tiene otro efecto decisivo, la superación del dualismo entre lo real y lo irreal. “La simple potencialidad de la imagen basta para crearle su gravitación”. El poeta se adelanta como guardián de la sustancia de lo invisible. “Es muy posible que el primer animal volador fuese inventado, imaginado por el hombre antes que existiese en realidad” (Cunqueiro). Y la luz es el primer animal visible de lo invisible (Lezama).

Este poder aniquilador del tiempo y del espacio de la metáfora y de la imagen que se alza sobre la distancia abismal, instantáneamente, (pensar en velocidad resulta inadecuado) presupone en aquella un enorme poder destructor. “El máximo poder destructor concebible” (escribe Cunqueiro) que se refiere también “al apetito de destrucción del soñador”. Y se pregunta: “¿puede existir una ciudad, sin reducirse a polvo, si hay en ella un soñador?”. Destrucción de apariencias y distancias, la piedra se dobla y nos entrega su resistencia, el horizonte se acerca y se abre para mostrarnos el oro de las imágenes que guarda. Destrucción que desborda de riqueza, riqueza de la resurrección, todos, vivos y muertos, avanzan, vestidos de la fantasía inagotable que el albedrío de la imagen regala. En la ciudad cunqueiriana que se alza en el centro del texto paradisíaco, el envejecimiento y la muerte son reversibles, los muertos vuelven al vecindario, épocas y espacios se yuxtaponen. Todo “se desprende de los anillos de su forma correspondiente” (Lezama). Desprenderse, desnudarse hasta el reposo en el éxtasis de lo homogéneo que constituye el paraíso poético donde hay identidad entre dioses, hombres, demonios y cosas, a través de las series infinitas de transformaciones. La ciudad paradisíaca cunqueiriana es un ejemplo único. Como fruto de este éxtasis de lo homogéneo, el vecindario de la ciudad cunqueiriana carece de psicología individual, sus habitantes son arquetipos. Y en la Habana de Lezama, su voz se alza y habla idéntica a través de todos los personajes de Paradiso y Oppiano Licario. Casa de la imagen que es la casa del poeta. “Su casa era el espacio de la mañana. Su cuerpo se escondía en la casa de las imágenes y luego reaparecía idéntico y semejante a un fragmento estelar… La magia que he percibido siempre en toda morada del hombre como el resguardo del caracol que ofrece sus laberintos defensivos a la embestida de la marina nocturna… Encontrar la sombra imposible y hacerla habitable” (Lezama). Imposible: como imposible conceptúa la casa del poeta quien ha sepultado su potencial de arquero. Y no ve el milagro, el arco que vibra, bañado en luna, y la flecha que cabalga el arquero hacia su horizonte y como “se borran todas las perspectivas tocables”. Se rompe el frasco y se derrama la ausencia de toda referencia para mejor aislar el vuelo de la flecha. En el súbito de la caída de la flecha más distante en su horizonte, parece surgir de la nada su creación: “la segura marcha en el abismo” al evaporar la imagen una abundancia inabarcable.

20 Abril,Desde el fondo del mar

POEMAS

Beatriz pasa

Pasan los siglos, caravana insomne,
Vacuno que azuza el pastor del viento,
Barro, gritos, estruendo, confusión,
Mugidos, sin descanso, hacia las puertas
Del abierto recinto del olvido
Donde todo se calma y apacigua.
Un silencio sin noches y sin días.

Mientras, los que andamos sobre dos piés
La tierra, alzamos nuestra estatura,
Como un semidiós, a la muerte ajeno,
Y su fatal memoria no pensamos,
La vieja enemistad de sus archivos.
Vivimos en una dulce embriaguez,
Es la copa de Beatriz la causa,
Que nos aleja de la imagen clara
Del país que no sabe de retornos.
Es Beatriz un manantial de niebla.
 
No hay días en el siglo, ni en los días
Horas, en los que Beatriz no pase,
Beatriz pasa siempre, siempre cerca,
Hace ochocientos años de su paso
Por Florencia, suceso de inmortal
Recuerdo. Pero ha pasado antes
Y después, pasa y seguirá pasando.
Qué lugar en la tierra sin su paso?
Beatriz asomada en la ventana,
Beatriz en la calle y en las plazas,
Un sereno mirar y la sonrisa.
Beatriz es un enigma. Inútil
Preguntar por la variedad que muestra
En la figura, Beatriz se viste
De todas las respuestas que imaginas.
Y contodo, no habrá duda ninguna
Si pasa Beatriz y al pasar mira.

Entonces, un eco nunca oído,
Un repentino incendio de mil luces,
Brisas de puras, altas extensiones,
Se abre tu ser, las puertas se retiran,
Beatriz está en el umbral. Espera.
Un destino en sus ojos te interpela.
Cualquier tiempo anterior es cancelado.
 
Se funden dos en la mas grande imágen,
Dureza transparente de la piedra
Que se fija y se adentra en el espejo
Por senda solo por amor sabida.
Y no importa el romperse del espejo,
Los agudos cuchillos de sus vidrios.
Aunque los cubra sangre muy antigua,
Que traspase los filtros del olvido,
Son huerto para el florecer del verso
Y el retrato del arte,la más alta
Memoria de Beatriz, testimonio
de una eterna belleza entre nosotros.
 
Por escuchar de Beatriz el canto
Seremos canción pese a la ceniza
Y haciéndonos brotar alas de fuga
Que quiebren un instante las oscuras
Servidumbres al polvo y a la muerte
Beatriz siempre seguirá pasando.

Manera de morir
 
(“La perfección muere
arrodillada” Lezama)
 
 
No quiero en lecho mi lugar de muerte,
Debilidad rendida del anciano
Que exhibe su final, anticipado.
Y no siendo oriental, arrodillado,
Disposición que pide una cultura,
Y también su horizonte de morada,
Que no siento. Quiero morir sentado,
Asiento que no sean mis talones,
Que añaden incomodidad al trance,
Si no cómodo asiento, mi sillón
De todo día, papel, libro y lápiz
En la mano, libros en el regazo
Y a mi lado, que muestren a la muerte
Claramente, su atroz impertinencia.
 
Elijo horas de tarde de verano
De honda conversación con mis vecinos
En los alegres barrios de bibliópolis,
Ciudad natal. Su ordenado urbanismo
No excluye los rincones misteriosos,
En su sombra, quizás será la herida.
 
Una ola en mí, como el mar en la arena,
Me serena. Tener como testigos
Tanto amigo, de todas las naciones,
que en lenguas diferentes se lamenten.
Muchos años viviendo con los libros,
El color de su piel y su estatura,
Son sabidos. Y su olor que entrelazan
con el mio. Familia de papel!
Para no ver suceso tan tremendo
Sus ojos cubrirán con las cubiertas,
Mantos de colores. Cogido a ellos,
Perdido en la selva obscura, me guiaron,
Ahuyetando al error, que amenazaba.
 
No sé si quiero muerte perezosa
Que se enrolle despacio en mi costado
Gato negro agoísta y zalamero,
O hacha tierna y veloz, que decapite
O mezcla sabrosa, a voluntad, de ambas.
De la escena final no tengo dudas.
La cabeza inclinada sobre el pecho,
La mano que acaricia el libro amado,
Mis plumas como lanzas derrotadas.