Un autor enumera las diferentes posibilidades de que disponían los antiguos para evitar el destino común que es el morir y el ingreso en el Hades. Las estudio atentamente por si me son de aplicación. Deshecho inmediatamente la de los Campos Elíseos pues no tengo parentesco de afinidad con los dioses, como Menelao, yerno del padre de los dioses por su matrimonio con Helena.-
Olvido la vía del Olimpo, ante la falta de una hermosura que me permita albergar esperanzas de ser raptado, tal Ganímedes, por Zeus enajenado. Por otra parte, no parece muy atractivo un eterno oficio de copero.-
Más accesible parece la opción de las Islas Bienaventuradas, reservadas a los héroes y a los hombres piadosos. Sin embargo, y aunque tengo por seguro la dignidad de mi comportamiento si a mí, hombre de libros, la muerte, como en el verso de Borges, “me buscara a campo abierto”, es probable que el héroe homérico no me reconocería como su igual e incluso, protestaría por mi presencia. Yo tampoco me sentiría cómodo con su compañía y sus agones. En lo que atañe a la piedad, para con los dioses, no sé lo que es y solo me atrae su belleza resplandeciente.-
Queda la Arcadia feliz, reservada a los poetas: Modestamente confío en la calidad de mis poemas que me permita la entrada en ese país de música. Descansaré en la yerba mientras observo a los bueyes del sol escogiendo el pasto más sabroso, de la flauta de pan nacen serpientes del aire. Espero, en el calor del mediodía, la visita al arroyo cercano de alguna diosa o ninfa, aunque también sería suficiente el baño de una pastora. Una duda me asalta ¿una eternidad de armonía? Pronto, quizás, desearía menos vida que una sombra en el hades, ser sombre de sombra, fugitivo brillo que vacila, nada.-