Leo una columna del escritor X.L. Méndez Ferrín, publicada en un periódico local el 8 de Marzo del corriente año, bajo el título “Tren blindado”. Después de realizar un agudo análisis de la situación en la que tuvieron lugar las conversaciones entre Corea del Norte y EE.UU. (y del que brota clara la simpatía por Kim Jong-Un) finaliza con estas líneas: “el dirigente coreano popular regresó a su patria ordenándole paradas al tren blindado “para botar uns pitos” ya que él es persona sencilla y tiene consideración con su equipo y séquito”.-
¡Home non! Que diría el autor, maestro del periodismo de opinión (según sus admiradores) y teorizador a tiempo parcial de los paraísos estalinistas (en los que sería uno de los primeros fusilados, y en su honor hay que decirlo). ¡Home non! Será el último pitillo del condenado a muerte antes de ser ejecutado o de ser enviado a un campo de trabajo para corrección de actitudes erróneas o posibles sabotajes, como parece ocurrió con la intérprete del dictador coreano en su encuentro con Trump.-
Siempre he admirado la fe de los dirigentes estalinistas, desde Stalin a los coreanos, pasando por el Mao de la revolución cultural (e incluso los castristas de la peor época de la represión de los homosexuales y demás “gusanos sociales”) en las virtudes regeneradoras del trabajo para eliminar cánceres sociales. Antiguos rótulos que saludaron la entrada a espacios mucho más siniestros como “el trabajo hace libre” o “a la alegría por el trabajo” conservan todavía su utilidad.-
En relación con el mismo escritor, un político gallego de cuño tradicional manifiesta: “tengo muchas diferencias con él pero eso no impide mi presencia…” (en un acto de homenaje) ¡Home non! Para hablar de diferencias entre dos personas se necesita una base común de comparación, en la que florezcan con naturalidad las diferencias, en este caso, dos intelectos incomparables, no hay tal base y resulta absurdo y presuntuoso hablar de diferencias. Se confirma, una vez más, la dificultad, incluso la imposibilidad, de visualizar los límites del propio mundo si lo cubre el manto espeso de la pequeñez.-