En TV he visto una película de Paolo Sorrentino “Il divo”, que presenta su interpretación de Giulio Andreotti, el muy importante político italiano de la segunda mitad del siglo XX, numerosas veces presidente del consejo de ministros y protagonista decisivo en todos los conflictos y acontecimientos de la política italiana de su tiempo, asesinatos de políticos como Aldo Moro y de periodistas y fiscales, brigadas rojas y mafia, quiebras bancarias con las muertes sospechosas asociadas a las mismas, logia P2, y sobre todo, una corrupción generalizada que acabó con el sistema de los partidos tradicionales.-
Figura enigmática la de Andreotti, impenetrable en su silencio, dueño de toda la información, absoluto creyente, con una peculiar teología del mal como instrumento imprescindible del bien en situaciones complejas, insensible (“todo me resbala sin que lo sucedido deje huella en mí, salvo la muerte de Moro, dice en una ocasión).-
Mientras la muerte y la prisión llovieron implacables sobre los protagonistas de la época, él la atravesó casi sin rasguños (fue absuelto en 2004). No le dañaron, como diría Lezama ni “las astillas de los tiernos salmones almendrados”.-
Hay en la cinta escenas inolvidables: al amanecer avanza Andreotti por la calle, camino de la iglesia para confesarse en medio de un espectacular despliegue policial con las metralletas que apuntan todas las direcciones de la rosa de los vientos o el beso de alianza con el jefe mafioso, con una condecoración urinaria en el pantalón, observada largamente por el impecable Andreotti antes del obligado ósculo en la mejilla.-