Me encuentro con X. Comenta su indignación por la resistencia de las autoridades eclesiásticas a inscribir en el registro de bautismos su apostasía de la fe católica. Realmente está muy enfadado, “con que satisfacción vería el incendio de esos papeles fruto de la imposición de creencias”. “Oh hermosura de las llamas”, (flammae pulcritudo, Nerón ante Roma en fuego). Intento serenarlo, le digo que con su actitud le hace el juego a su adversario, que acepta el terreno marcado por el mismo. La palabra apostasía, añado, surgida en la lengua griega, pertenece al lenguaje político de la antigüedad: abandono de un grupo, de una sodalitas o corporación, de una facción política. Jamás al lenguaje religioso. El significado moderno de apostasía como el de herejía son inconcebibles para el pensamiento antiguo. Los diferentes dioses no eran celosos y ellos, sus sacerdocios y sus fieles mantenían en general cordiales relaciones. Hubo quien fue iniciado en todos los dioses, desde el ámbito de una divinidad podía recomendarse piedad o sacrificios para otra y un sacerdote podía ocupar cargos en dos cultos diferentes. Esta tolerancia formaba parte de la idiosincrasia antigua y no era como la nuestra, fruto de siglos de persecuciones y de guerras de religión y siempre amenazada. El culto al genio del emperador era la clave de bóveda que garantizaba la cohesión del imperio y la convivencia en paz de las diversas provincias.-
La apostasía y la herejía aparecen con el cristianismo y la cristalización de una iglesia oficial, inseparable de largos siglos de intolerancia, de persecuciones y crímenes, la primera con rescoldos aún calientes entre nosotros, los otros vigentes en tierras del islam.-
Tengo la impresión de que Roma, que tan enérgicamente reaccionó en la crisis de los bacanales del año 186 A.C., cuando “alterum populum iam esse” que emenazaba substituir al “populus romanus” no percibió claramente el peligro que para el imperio representaba el nuevo pueblo cristiano, nuevo y terrible adversario, armado con una religión de nuevo tipo, con una iglesia (concepto desconocido para el mundo antiguo) autoritaria y jerárquica de la que fluyen naturalmente la represión de la herejía y de la apostasía, la persecución y la muerte. Evidentemente una represión de las autoridades, no sistemática y con grandes soluciones de continuidad solo podían fortalecer al cristianismo, hasta el triunfo final.-
Le digo a mi amigo que con su indignación alza frente al dios celoso de la iglesia un antidiós no menos celoso y excluyente. Frente a la iglesia militante, un ateísmo militante, que paradójicamente reconoce la importancia de aquella al entrar en la confrontación, terreno en el que la religión católica se siente cómoda. Pero la iglesia no está preparada para la risa, una risa franca y generalizada que no era posible en la mentalidad antigua. Una risa incontenible ante los dogmas delirantes y la explicación de los mismos, ante la familia divina calcada de la humana con su proliferación de tíos y parientes en forma de santos y beatos que se multiplican incontenibles y asfixian los edificios religiosos. Una gran carcajada me provoca el nombre de un reciente santo, el de Pepe Escriva, el fundador del “Opus Dei” y cuyo folleto “camino” tanto me divirtió en una lectura juvenil.-
Pero ciertamente no produce risa la necesidad de adorar de las multitudes que levantan altares a cualquiera (altares domésticos, por ejemplo, al dios Maradona o culto a cualquier epiclesis de María que surge de cabezas ignaras e interesadas). Y no olvidemos el culto a los dioses sangrientos de la política, de ridículo visible tras las nubes de incienso de sus turiferarios, dioses de la política hoy más peligrosos que los de la religión. La adoración de los paraísos sublunares ha originado más catástrofes que las incontables de los situados más allá de la Luna. Reirse, sí, de las iglesias políticas y religiosas pero que inmenso esfuerzo de e-ducación para e-ducar al rebaño (lo que implicará la desaparición de éste).-
Dejemos el combate trágico frente a las iglesias (esa actitud, por ejemplo, de Unamuno que tanto gusta a los católicos y que tan fáciles victorias les proporciona). Abandonemos la seriedad y riámonos, y en medio de la risa, gocemos del poder de los humanos de crear dioses. Ejercitémoslo y probemos su eficacia o ineficacia para abandonarlos en beneficio de otros.-
No sé si he convencido a mi amigo, pero acepta la gran risa que le propongo sobre los dioses y las iglesias intolerantes que los crean y se sirven de ellos adorándolos. Seguimos caminando con un río de risas que nos refresca y purifica, hacia una cerveza fría que ofreceremos al dios desconocido.-