Esta pasada noche apareció en mis sueños una conocida desde hace muchos años con la que me une trato afectuoso. Hace tiempo que no la veo por su baja laboral. Ni guapa ni fea, la hallé bellísima. Me saludó seria y en voz baja, como para no ser oída, me dijo: “padezco una enfermedad terminal, me preparo para morir en tres meses”. Quedé sorprendido y apesadumbrado. Para visitarla y ofrecerle consuelo, le pedí el teléfono. Me lo negó. “Pienso que la soledad es el aire del morir” añadió. Yo miraba sus brazos desnudos y no podía creer lo que me decía. Piel dorada, con tenue vello de espiga soleada. Ninguna huella de mal en su rostro, ojos de aguas verdosas, llenos de algas. Pensé el árbol de de la vida, en la última maduración de sus frutos, llenos de sabor. ¡Los melocotones de la muerte!