ABRIL, 26

A cualquier eventual lector de este diario, caminante también de su camino, le envío tres oraciones latinas, muy expresivas, en su brevedad, de la actitud necesaria en nuestro andar: Carpe Diem! Ne Caveas! Parce Metus! o sea, aprovecha el tiempo, no te preocupes, no temas. Por supuesto que el Carpe Diem, varía con cada persona, conforme a su capacidad y complejidad. Todos tenemos una voz interior, un “Daimon” que nos plantea determinadas exigencias. Carpe Diem es escuchar esa voz particular y serle fiel, cualesquiera que sean las dificultades. Y no hay comparación posible entre las realizaciones que surgen de la fidelidad a esas voces, tantas como personas y todas imprescindibles.-

 Cesar en la preocupación es cancelar a los ídolos o fantasmas. Nada conspira contra nosotros desde lo invisible, salvo nuestra angustia. Su corolario lógico es la ausencia de temor. Si no hay que preocuparse de ningún dios o demonio, al fin creación humana, a quien o qué vas a temer?

   Piensa que siempre que con barro amasamos o tallamos con madera una imagen divina, si en ella habitase un dios se alzaría vacilante y sorprendido de nuestra devoción y nos honraría a nosotros, que lo creamos, doblando la rodilla.-

 Más tú me dices: “acepto que lo invisible es palabra vacía, pero voy a morir! Y que angustia al pensar un mundo en el que no estaré presente, como puede un organismo con conciencia de su existencia tranquilizarse ante su desaparición?.”

  Reconozco, amigo, que no se puede dar una respuesta general, válida para todos. Cada individuo, conforme a su ser, debe comprender su morir. Por si te es de algún valor te hablaré de como veo mi morir. En los clásicos de la lengua española se halla una expresión, que hoy quizás suena demasiado solemne y barroca, pero muy útil para lo que quiero decirte, “cátedra de morir, su empleo indica ya un proceso de aprendizaje ya que cátedra de morir se resuelve en cátedra de vivir. En la fidelidad a esa voz interior, en ese proceso de escuchar al “daimon” oyes cada vez mayor claridad.-

  Este proceso de interiorización nunca es abandono del mundo ni menosprecio del mismo, pero sí una reconsideración de la exterioridad que implica poda o abandono de ilusiones y poderes que te reducen a servidumbre y angustian al pensar en la necesidad ineluctable de tu desaparición de la órbita de su contemplación.-

  En este proceso de escuchar, en esta cátedra de vivir y de morir, surge la clara visión de la arquitectura irrepetible de la existencia particular, un templo singular, incomparable en el que resuena la melodía de tu vida, el centro desde el que pensar el mundo. Un centro que no puede estar en la exterioridad lo que supondría su adoración y la angustia del morir. Cuando todo esto te resulta claro comprendes que por muchas cosas maravillosas que haya en el mundo, una contemplación indefinida carece de sentido. El mundo, en definitiva, es el reino de la repetición, en la más hermosa sonrisa vemos los rasgos cansados del eterno retorno de lo mismo, la banalidad infinita.-

            En nuestro templo, arquitectura no cerrada sino abierta, escuchamos la melodía de nuestra existencia y sabemos entonces de la esencialidad del límite, que la sinfonía tiene que finalizar, sino no sería tal.-

            Al final, la eliminación del máximo posible de exterioridad te sustrae a la atracción del eterno retorno de lo mismo con serena melancolía, te sumerges en los últimos acordes de tu existencia y te disgregas en el silencio.-

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