MAYO, 3

Leyendo estos días diversos estudios sobre las representaciones teatrales atenienses en los festivales dionisíacos y sobre el circo romano y el significado institucional y cósmico del mismo, surgen inevitables comparaciones, quizás injustas por la diferencia de contextos y por ello simplistas, pero inevitables.-

            Por un lado las “venationes” o actividades cinegéticas circenses, ofrecidas a la furia del pueblo romano. Se preguntan los eruditos que sucedía con las carcasas o restos de los animales muertos en la arena. Parece según algún texto que alguna vez se ofrecían a los espectadores que en tumulto descendían a la arena y allí “rapuit quisque quod potuit” (cada uno arrebataba lo que podía). Un pueblo brutal y enloquecido.-

            Por otra parte, los “polites”, los ciudadanos de Atenas, escuchando, atentos y críticos en las gradas la musicalidad del verso griego bajo la mirada brillante del dios, de Dionisio cuya estatua se alzaba próxima a la escena y abría un espacio sagrado para la representación.

            Ojos y oídos de los ciudadanos, voces de la tragedia, la protección del dios, luna llena sobre la ciudad. Nunca conoció Roma noches como las noches de Atenas.-

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