En un ensayo sobre la antigua Grecia: “L’eroe non muore in un qualunque luogo e el sito dove l’eroe é morto non sará mai un luogo qualunque”. Presentes estas palabras veo en la prensa del día unas manifestaciones de un director de una organización de salvaguarda de la memoria histórica y pienso en las decenas de miles de inocentes, asesinados en la guerra civil y en la dictadura por la barbarie. Cuando alguna fotografía de las víctimas nos es accesible vemos en la mayoría de ellas los rasgos sencillos y honestos de hombres y mujeres que sin duda son héroes, de una forma diferente a la heroicidad antigua, pero más elevada.-
Por ello, el lugar donde han sido asesinados, empapado de sangre y sufrimiento, no es un lugar cualquiera, es un lugar sagrado, un altar, en consecuencia, no deberían ser excavadas y removidas las fosas y dispersados los restos en cementerios de olvido, al contrario, lo más eficaz para una memoria ejemplar es convertir aquellas en monumentos, con listas imborrables de nombres y recuerdos, y conservando así la fraternidad conmovedora surgida del sacrificio.-
Todos los gobiernos han incumplido la ley de memoria histórica, la mayoría de los políticos quieren olvidar, quizás porque la sangre de las víctimas es exigente e implica deberes o porque el heroísmo es incómodo en la banalidad democrática en la que estamos instalados, pero hemos sido avisados de que hay una ignominia, una infamia aún mayor que la del asesino, es la infamia del que olvida, del que quiere olvidar.-
Por contraste, políticos de uno u otro signo, ávidos de votos o temerosos de perderlos, jaleados por la sociedad mediática, atribuyen fondos millonarios, y ponen en peligro vidas, para el rescate de restos mortales (recordemos el caso del llamado “pequeño Julen”) de víctimas de accidentes, en vez de alzar en el lugar una tumba sencilla y digna. Recursos que se niegan para las fosas de la guerra, para la fosa de García Lorca y sus compañeros, por ejemplo. Una reflexión final merecen los familiares de las víctimas de accidentes y de homicidios de todo tipo, que con el apoyo interesado de los medios y el seguidismo cobarde de los políticos adquieren un protagonismo casi siempre tóxico, en el mejor de los casos, actores de un melodrama consumido con fruicción por los espectadores-basura (A. Rico) y en el peor, con el ejercicio de una presión continua a los partidos para cambios demagógicos en la legislación. Han convertido exitosamente su dolor en política y terminan muchos afiliados a la derecha más reaccionaria donde encuentran cobijo para el desahogo odioso de su mediocridad.-