Siempre gusté de las terrazas de los cafés, especialmente ahora que tan cómodas las disponen sus propietarios. Marchas por las calles inmerso en la corriente de la gente, lenta o rápida en su fuerza variable, que a veces se estanca y otras forma remolinos. Cuando ves la orilla favorable, desembarcas en ella y buscas el lugar idóneo para escribir o leer o, simplemente, sentir mientras observas el fluir del agua. En la alternativa de elegir una mesa exterior o un rincón interior la decisión depende de los naturales factores atmosféricos o del grado de comodidad o belleza de los lugares o del peligro de eventuales inundaciones del río próximo con su fragor insoportable de voces y risas.-
Pero hoy has hallado un sitio y una hora de soledad y silencio. Depositas el mazo de folios blancos con su blancura de gardenias y bolígrafos de tinta variada en su color. De una guisa refleja, vibra, erecto el pensamiento con esta articulación del recado de escribir. Bebes el café hirviendo o la cerveza helada (“a los tibios los expulsaré de mi boca” según reza autorizada sentencia) y ya la mano tiembla, atrae la pluma y danza ritmos diferentes sobre la pista de papel. Extraordinaria fertilidad de la maravillosa unión del pensamiento en su laberinto y de la mano armada, las palabras recién nacidas llenan las albas cunas y ya te hablan con la frescura de sus significados. El tiempo cronológico, con su asignación de tareas, ese amigo impertinente que te incomoda para que te des prisa, ha desaparecido. Ahora solo está presente y todo lo domina la armonía de la respiración que, más allá de su común y básica función biológica, es irreconciliable enemiga de la urgencia que codifica el calendario.-
Tu ocupación intelectual de la terraza es una construcción ambivalente, no es el espacio público de la circulación molesta ni el privado, de paz y silencio del domicilio. Ha operado por un periodo indeterminado una segregación de lo común a todos y alzado una concha de caracol, no por inmaterial, menos evidente para los terceros que, en su caso, se disculpan por la perturbación que pueda originar su aproximación. Esa membrana transparente no surge, claro está, por una mera ocupación material, que es la corriente de la calle un instante detenida y que no suscita el respeto ajeno.-
La casa y la terraza poseen ventajas y carencias diferentes si las consideramos desde el ámbito del pensar. Frente a la plenitud del silencio que florece en la primera y la total independencia del exterior, la segunda es como el embarcadero de un río turbio que arrastra en sus aguas vidas procedentes de oscuros puertos. Por un momento pasan delante de ti, con el poder, algunas, de excitación o afectación. O son también el análogo de los pastos de invierno y de verano, de visita acompasada a las variaciones estacionales de tu espíritu.-