“Man könnte die Augen ein Lichtklavier nennen” (se podría decir de los ojos que son un piano de luz), escribió un poeta alemán.
Si la voz tiene sus festivales, flor solitaria o alzándose entre la espesura de la orquesta, por qué no habría conciertos que celebren la música de los ojos y la sonrisa humana?
La profundidad inagotable de la instrumentación del rostro, la hermosura de los sentimientos que afloran y se desvanecen o se transforman para dar paso a otros. Una melodía que desenvuelve sus ritmos en un sublime silencio, indecible, un silencio submarino sin obstáculo alguno para la comunicación de las almas.