AGOSTO, 19

En mi terraza acostumbrada, envuelto en la luz de la mañana, llega con su estilo de brisa vestida de fresco torbellino, mi amiga X. Sonríe, me abraza, nos besamos las mejillas. Bebe un vino con el que tiñe de rojo las aguas cálidas y transparentes de sus palabras. La escucho con interés y entretenido. Siempre apresurada se alza, repetimos sonrisas, abrazos y besos, y se aleja con suave energía.
Una camarera latina, de dulce nombre y con sonrisa y voz aún más dulces, pronuncia mi nombre y pregunta por mis deseos, en estos momentos de una sencillez que se colma con una cerveza fría.
Ya camino de mi casa, saludos a una vecina muy graciosa, de hermoso sonreír y con bellos ojos verdes en los que se encienden y se apagan luces como estrellas.
Mientras paseo pienso en la posibilidad de un mundo sin distinción de sexos. Los biólogos discurren sobre ventajas evolutivas que ofrece la meiosis con su recombinación genética y la reproducción sexual frente a una partenogénesis generalizada.
Los griegos ya pensaron ese mundo, un mundo sin mujeres, en el que los hombres (si se puede hablar de hombre en ausencia de mujer) y los Dioses banqueteaban juntos. Banquetes que cesaron con la aparición de la primera mujer, creada por los Dioses, cada uno aportó un don a la misma, de ahí su nombre, Pan-Dora. Dicen los textos que el Olimpo quedó estupefacto ante su hermosura. Es sabido que la curiosidad de Pandora abrió la vasija que encerraba todas las calamidades y enfermedades que afligen a los humanos y que se desperdigaron libremente pero pudo cerrarla a tiempo para que no huyese la esperanza. Me gusta pensar en este papel de la mujer en la custodia y revelación de la esperanza. Esperanza, elpis en griego, una raíz relacionada con el velle latino (querer, desear) y con voluntas. Es característica esencial de los humanos la esperanza que nos hace desear y querer y también comprender cuando se aproxima el fin, amar la vida tal cual es, con su finitud, una melodía en cuyos últimos acordes nos desvanecemos.
No testimonia en contra de la rosa o de la camelia, su marchitarse o el caer decapitadas. Al contrario, es parte esencial de su belleza. Tampoco entre los humanos es en vano tanto afán, tanto amor. Alegría y esperanza, melancolía y tristeza son caras de la misma moneda, no podría ser de otra forma, no seríamos lo que somos. Amar la vida mortal es comprender, es conservar la esperanza.
Recuerdo un verso de Silvia Plath: “Ages beat like rains”. Acariciaré en mi rostro la fresca lluvia que reverdece y haré florecer el misterio de una mirada, de una voz, de una sonrisa hasta el momento final. Aguardemos éste, sin esperar nada, llenos de la esperanza de vivir.

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